FAO (Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura) señala que la demanda global de productos agrícolas se ha incrementado notablemente al ser arrastrada primordialmente por los países emergentes, sobre todo los asiáticos, China en primer lugar, pero también India, Indonesia y Vietnam entre otros, que representan en conjunto más de la mitad de la población mundial, y 40 por ciento o más del ingreso per cápita del sistema global.
Por eso, a pesar de la caída de los precios de los productos agrícolas, lo que tiene un carácter cíclico, y por lo tanto previsible, la demanda global de arroz se ha incrementado 18% en los últimos 2 años, y lo mismo ha ocurrido con más de 35% de las proteínas cárnicas, al volcarse la población mundial, y sobre todo la asiática, al consumo de este producto esencial.
Esto significa que la demanda global de alimentos se expandiría 50% o más en 2030; y esto ocurriría con independencia del nivel general de precios.
FAO ha identificado una segunda tendencia de particular importancia; y es que el auge de la producción mundial de alimentos proviene fundamentalmente del incremento de la productividad, lo que implica invertir en alta tecnología, y esto es precisamente lo que está ocurriendo.
Lo que es seguro, advierte la Organización internacional con sede en Roma, es que la inversión en alta tecnología es la forma decisiva para aumentar la productividad; y esto es lo que sucede con los activos de Monsanto y Syngenta, así como los que se originan en los tractores de John Deere, y con los fertilizantes de “Potash Corporation” de Saskatchewan, Canadá.
Este fenómeno central de la demanda agrícola mundial de nuestra época que es guiada por la inversión en alta tecnología hace que el valor de los activos del “agrobusiness” tienda a superar los precios de los “commodities” agrícolas, incluso en las etapas de expansión global.
La consecuencia de esta tendencia absolutamente crucial es que se ha instalado la certidumbre en los mercados de la necesidad de elevar sistemáticamente la productividad, especialmente debido a la emergencia de la Inteligencia artificial (IA), que transforma aceleradamente la totalidad de los sistemas productivos, incluyendo – y en primer lugar – la agricultura.
Se puede afirmar que la transformación de la producción agrícola por obra de la Inteligencia artificial tiende a eclosionar en gran escala, tanto en los países avanzados como en los emergentes, en un plazo de no más de 10 años.
De ahí que los inversores se vuelquen cada vez más en el impulso a las “Start-ups” agroalimentarias (AGF) que desarrollan ante todo tecnologías drásticamente innovadoras en los planos de la nutrición y de los fertilizantes biológicos.
Este es el espacio en que se están desplegando los denominados “bioestimulantes”, que indican claramente el futuro de la alta tecnología agrícola.
Ya no se trata de discutir si deben ser utilizados más o menos fertilizantes, sino de hacerlo de una manera distinta, que le otorgue un contenido real a las exigencias de la “sustentabilidad”, más allá de las buenas intenciones y de las proclamas ideológicas. Esta es una visión esencialmente productivista y altamente eficiente, pero de contenido biológico.
Lo que está en juego, en suma, es la evidencia de que las carencias tecnológicas tienen como única respuesta apostar a más tecnología, sólo que, sustentada ahora en el mundo biológico, y no en el químico.
El crecimiento de la población mundial, en especial en los países emergentes, se manifiesta en la transformación de fondo que experimenta su estructura dietaria en la búsqueda de una alimentación cada vez más congruente con la salud humana, y en general con la persecución de una “buena y larga vida”.
La elaboración de pronósticos se ha revelado una empresa fallida, en gran parte coincidente sospechosamente con el mundo del pálpito, pero lo que sí se puede hacer con toda legitimidad es identificar tendencias, que son las rutas o caminos más profundamente cargados de futuro.
Este es el centro de la cuestión en el mundo actual, lo que transforma a la lucidez en la categoría esencial.