Mi hermana y yo, la menor y la mayor de un clan de cuatro, somos un team indestructible, unido hasta la galvanización, a pesar de no haber vivido demasiado bajo el mismo techo. Me fui de Córdoba para seguir estudiando el día que ella cumplía 11 años y sólo cuando, pasados varios lustros, mi hija llegó a esa edad, entendí lo pequeña que era al poner 700 kilómetros entre nosotras.

Darme cuenta de aquello me estrujó el corazón. Sentí que había herido a mi hermana sin querer, al quitarle, por pura prepotencia de futuro, el abrigo de mi cercanía, la convivencia y sus rituales, tan demandantes como decisivos (los varones de la familia eran mayores y tenían entre sí la afinidad que nosotras compartimos).

El pacto fraterno, su riqueza y complejidad son cruciales en Secretos, una miniserie danesa de 8 capítulos, que acabo de ver. En el clima intimista de un drama a lo Bergman, Eva (Iben Hjejle, actriz habitual en los filmes del Dogma) y Mads (encarnado por Pilou Asbæk, a quien ya conocemos por Juego de tronos y Borgen) son dos hermanos de mediana edad, que lidian con los escombros de una prehistoria familiar soterrada. En ella sólo parece haber sitio para la sombra ilustre del padre, un talentoso arquitecto ya fallecido, venerado por todos, huérfanos y viuda incluidos.

Eva gerencia la empresa familiar y cree que el cariño que siente por Mads, su hermano menor, justifica cualquier desliz o exceso para protegerlo y disimular las chapuzas de ese profesor de música, que ya no toca ni compone, tronchado por las adicciones y siempre a dos minutos de malograr su matrimonio y la relación con su pequeña hija.

Entre lo que se muestra (la imagen pública de unos y otros) y lo que angustia en privado (los secretos del título), los guionistas no les ahorran crisis ni pérdidas a los personajes, espejos que permiten a los espectadores sopesar sus propios silencios. La sociedad de bienestar tiene goteras; hace agua: qué salvar del naufragio y cómo, sin rencor, serán decisiones a tomar en singular, cada uno a su paso y pagando los costos.

En otro siglo le escribí a mi hermana un poema que dice: “Amo esa parte de vos/ que se parece a la tierra generosa/ y se abre en dos/ y se hace surco/ y me recibe paciente. Me hacés sentir bienvenida”. Esa emoción nunca ha cambiado. En la madurez aprendimos a hacer de la incondicionalidad un puente y a no perdernos de vista. En nuestros hijos, lo mejor de nosotras, actualizamos un lazo más fuerte que la sangre.



Fuente Clarin.com

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