“¿Mi pareja? el skate“, responde. “¿Hijos? Mi hijo es el skate”. El objetivo que persigue cada día, desde que se levanta, elige su alimentación, actividades físicas y aficiones, es andar en skate hasta pasados los 70.
Para Jirafa (uno espera un lungo monumental, pero el apodo es exagerado para el metro ochenta y poco que porta), los 39 años no son impedimento para vivir una rutina bartsimpsoneana. Cada mañana nueva es una oportunidad para subirse a la tabla, descubrir veredas, circuitos y plazas dignas de ser patinadas. Recorrió el mundo y se rompió huesos, siempre pegado al skate.
Pablo Sánchez compartió, de chico, la pasión con su hermano Juan. Y de él heredó, a su vez, el antagónico fanatismo por los bonsai. Ambos llevan adelante un restaurante de cocina japonesa que gana fanáticos por su novedosa modalidad en el Conurbano Bonaerense: el sushi libre.
En Sushido, local en el corazón de Florida Oeste que debe su nombre al gimnasio de Jiu-jitsu que funcionaba allí antes de la pandemia, Juan Sánchez (42) empezó a implementar una tendencia que prendía en algunas pocas cadenas porteñas: el sushi libre.
“Es la tercera pasión que compartimos con Pablo, la comida oriental. Y lo del bonsai empezó cuando me lesioné el brazo”, dice.
Relatado así, pareciera que a los hermanos Sánchez los obsesiona Karate Kid. Artes marciales, bonsai, niguiris y deportes urbanos de riesgo convivieron toda su vida con sus risas estridentes y miradas penetrantes.
Pero son dos tipos normales, con ropa normal y cariño el barrio de Munro que los vio ir a la Escuela 1 de Vicente López y también terminar tras las rejas en comisarías por patinar en todas las veredas habidas y por haber.
Juan Sánchez enseñaba Jiu-jitsu en el dojo que había armado en Perú 1544, barrio de casas bajas y jubilados que compran el diario. En el primer piso su hermano Pablo, -popular en el universo del skating por sus proezas en las principales ollas de la Capital Federal pero también Barcelona, la meca de los patinadores- daba clases a chicos.
“Medio de casualidad nos juntamos un día a hacer sushi con amigos, y salió un desastre. Pero nos gustó mucho, un conocido sushiman empezó a probar para vender y en la parte de adelante del negocio cocinábamos”, recuerdan.
Sin querer queriendo, a Juan una lesión lo sacó del arte marcial. “No le di bola, seguí compitiedo hasta que un día me quedó el brazo inmovilizado. Me dijeron que si insistía podía quedar con el cuerpo de un tipo de 90 años. Durante la cuarentena nos fue muy bien con el delivery de sushi y decidimos abrir el local al público”, detalla.
Como vive en Córdoba, su hermano Pablo se sumó al gerenciamiento del negocio, que empezó a ofrecer una suculenta propuesta de piezas libres para grupos grandes de comensales, parejas o clientes habitué.
La propuesta que destaca a Sushido es que adapta su formato de sushi “libre” a la cantidad de clientes por mesa. La variedad de sabores y colores del menú asombra. La entrada es un temaki, el famoso cono recubierto en arroz y alga relleno con los ingredientes habituales del sushi. Después llegan una tabla de rolls calientes y otra de fríos que no tienen el techo de los gustos tradicionales.
“Según el pescado fresco del día, según la época, el sushiman va cambiando para que la gente no se canse y nunca pruebes el mismo menú. Encontrás salmón, pero también atún, maracuyá, sabores agridulces de pimientos, frutas, camarones y otro montón de ingredientes”, detalla Juan. Literal: las tablas son obras de arte. “Probablemente lleva la misma dedicación el armado de la tabla, el detalle, lo estético que la cocina”, agrega Pablo.
Al sushi libre se accede con reserva previa, y cuesta $25.000 en efectivo por persona: casi la mitad que las empanadas que pide Ricardo Darín y 11 mil pesos más que las que Luis Caputo compra en locales al paso de Constitución. Cuenta la leyenda que Marcelo Tinelli encarga, cada tanto, delivery de Sushido.
“Para mí, pasar el tiempo en este local con mi familia y amigos es el equilibrio perfecto entre mis fanatismos”, dice Pablo Sánchez, que impulsó la creación de skateparks por el Conurbano, fue campeón nacional y consigue sponsors para viajar; pero nunca deja de invertir al menos una hora por día en su vivero de bonsai. “Es un cable a tierra que aprendí de Juan, me baja y conecta. Tenés que estar con una tijerita y las cantidades exactas de agua, luz y raíces para que las plantas tengan la forma que vos le quieras dar”, detalla Jirafa.
Apasionados, asimétricos y complementarios, los hermanos Sánchez esperan en un rincón de Vicente López a quien se anime a probar y sumergirse en una cultura variopinta amalgamada con arroz. Skate, arte marcial, bonsai y sushi.