El futuro es una fuerza brutal con gran sentido del humor, que te arrollará si no estás prestando atención” dice Bill Murray, en Bajo el mismo cielo, encarnando a un multimillonario. Tanto exaltar el carpe diem (aprovechar el presente) sin conseguir el paraíso, invita a dejar de someter al futuro a tan humillante ninguneo.

Algo debe haber en el futuro que le dé sentido a nuestro empecinamiento en mantenerlo tan vivo en nuestros pensamientos. Aunque tampoco habría que subestimar los efectos colaterales. No solo lo planeado puede no salir bien, sino que también, a cierta altura de la vida, al exceso de futuro incierto en nuestras mentes pueden, a veces, atribuirse algunas señales de arrugue de estímulos o vaciamiento de energía. O también de desentusiasmo. Con su secuela de apatía y desapasionamiento.

Y eso sucede, por ejemplo, cuando se nos vuelve excesivamente presente el DNI. O, más precisamente, el tiempo fantaseado que resta hasta su vencimiento. Porque cuanto menos sean los días que le quedan de vigencia aparente, mayor será la proporción de desinterés o desaliento que nos estaremos comprando para el porvenir. Es que la internalización de la finitud, desplazando al presente de su dominio excluyente, puede inducir a una devaluación de la autoestima que desactive la batería de propósitos y crecimiento personal, saboteando presente y futuro de cada querer, solo bajo la excusa de un presunto deterioro por venir o de una expectativa de vida sin fecha cierta.

Pero esto no tiene que ver necesariamente con la ausencia real de capacidad, sino que refiere al desentusiasmo que sugiere saberse finito y desenchufado de proyectos de mayor alcance, antes o después de jubilarse. Y esto lleva a una profecía autocumplida: una invitación a desconfiar del valor de la propia experiencia o de la capacidad para mantenerse actualizado o de la aptitud para acceder a nuevas exigencias profesionales. Aun sabiendo que la plasticidad del cerebro no desaparece y que podemos seguir aprendiendo. Incorporando nuevos conceptos, pero también nuevas formas de resolver situaciones de incertidumbre.

Pero como nuestro cerebro nos tiene acostumbrados a responder acomodándose al primer estímulo que se ponga en la cola -real o imaginario-, sería desaprovechar el dato si dejáramos que este intruso -el síndrome del DNI- desplazara a la experiencia y los atributos que nos han hecho expertos frente a ciertos desafíos y nos estropeara el futuro. Porque, con solo poner primero en la cola de estímulos el tiempo de vida que nos queda por delante, degradamos de un plumazo la batería de fortalezas con las que estaríamos en condiciones de darle continuidad, riqueza y diversidad al desempeño que sirva para mantener la llama del sentido.

Tal como lo concebía Freud, quien entendía que la creatividad y la capacidad de innovar podían persistir con el tiempo, en tanto se mantuviera la flexibilidad psíquica, con disposición para explorar nuevas ideas. El desafío pasa por desengancharse de la dificultad como perspectiva, alimentar la confianza en las fortalezas, elegir el querer más excitante y atreverse, sin miedo, a un nuevo capítulo de la aventura de la vida.

¿Cuánto de la autocancelación a la que se condenan tantos adultos tendrá que ver con este renunciamiento prematuro al yo pleno y entero, en nombre de una tormenta que aun no está por llegar? Y algo peor: ¿cuántos empleadores estarán descalificando arbitrariamente a precandidatos contratables valiosos, solo amparados en el síndrome del DNI y estropeando futuros compartibles?

Pensar el futuro puede ser un acto profundamente amoroso, estratégico y vital, no importa cuál sea el propósito, la edad o el proyecto personal. Y ponerlo en acción, es la clave esencial para dotar de oxígeno y sentido a cada uno de los días por vivir. No tenemos otra oportunidad.



Fuente Clarin.com

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