Jorge Fernández Díaz es descendiente de asturianos que se refugiaron tras la guerra española en la República Argentina. Ahora este hijo de los exilios es acogido en España como uno de los vecinos de aquel pueblo del que vienen sus padres. Se le agasaja allí, en Asturias, como un hijo propio, por el emocionante recuerdo que dedicó a su madre, Carmina (Mamá, Alfaguara), viajera infantil de aquellos tiempos, por su libro (El secreto de Marcial. Destino), en el que cuenta la historia de su padre, Marcial, por el que recibió el más longevo y querido de los premios que se dan en España, el Nadal, que en su día ganaron Carmen Laforet y Miguel Delibes, y este martes (el día de sus 65 años) recibió el más importante y antiguo de los galardones que puede recibir en España un periodista: el premio Mariano de Cavia. Le fue entregado por los reyes Felipe y Letizia en una ceremonia tan solemne como el esmoquin que hubo de usar el el hijo de Carmina y de Marcial para cumplir con el discurso que ofreció y con la solemnidad de este agasajo.

Antes del acto tuvimos ocasión de entrevistar al gran entrevistador, escritor y periodista que es Jorge Fernández Díaz. Aquí mucho de lo que le preocupa el estado actual de esta profesión amenazada que él viene ejerciendo desde su primera juventud, cuando su padre se asustaba de que fuera a ser parte del viejo oficio. Aquí dice su hijo: “El periodismo tiene la obligación de desmontar los relatos literarios del poder con datos y argumentos”.

–Eugenio Scalfari, un antecedente extraordinario de tu oficio, dejó dicho que “periodista es gente que le dice a la gente lo que le pasa a la gente”. ¿Qué se ha roto para que esa definición resulte ahora parte de los olvidos de la ética del periodismo?

–Sigo creyendo esencialmente en esa definición canónica de Scalfari, pero hoy las redes sociales han ampliado el panorama y juegan un papel revelador acerca de “lo que le pasa a la gente”. Para bien y para mal. En estos tiempos, como parte de una nueva obligación profesional, sigo muy atentamente muchas cuentas de X que son representativas de la gente, otras que son meramente inteligentes y algunas que sé, por oficio y conocimiento, que revelan determinados pensamientos de la comunidad política. Las redes ayudan a la libertad y a la democracia. Pero a su vez, paradójicamente, la degradan, porque forman también burbujas donde opera gente proclive al autoengaño o a la mala fe, que sólo es alguien cuando se inscribe en una tribu y toma por enemigo a la otra parte. Esta situación de las redes es un nuevo territorio donde el periodismo debe desempeñarse, con cuidado y lucidez, y sobre todo sabiendo recoger los frutos jugosos de ese árbol y eludiendo o señalando los frutos venenosos.

–Dices, al final de tu discurso, que vivimos en un mundo de mentiras. ¿Con qué consecuencias, Jorge?

–El periodismo tiene la obligación de desmontar los relatos literarios del poder con datos y argumentos, porque hoy todo gobierno es una fábrica de narrativa y manipulación. Y, por supuesto, debe denunciar y exhibir las fake news, que con la Inteligencia Artificial se multiplicarán: las audiencias ya no sabrán qué es cierto y qué es farsa, y deberemos ser muy confiables y trabajar con pericia para discriminar una cosa de la otra. Los periodistas somos muy peligrosos porque no aceptamos ser funcionales ni a los gobiernos ni a los partidos, ni a los mitómanos de las redes. Y tenemos otra obligación: discutir incluso con nuestro propio público, sacarlo de su zona de confort, no ser su esclavo, para así no perder autoridad moral y poder luchar, munido de ella, contra la idea de una democracia de extremos, donde el diálogo ya es imposible, y donde el juego consiste en llegar, crear con una mayoría circunstancial una hegemonía y hacer lo que les da la gana.

–Eres un hombre de dos patrias, hijo de asturianos; ahora allí te celebran como el español que también eres. ¿Cuáles son ahora tus raíces sentimentales, como ciudadano, como escritor, como poeta del periodismo?

–Me pesa mucho que mis padres emigrantes, un mozo y una camarera, no estén vivos para ver esta increíble vuelta del destino: su hijo cumple años justo el día en que le entregan el premio más prestigioso del periodismo español, y en una ceremonia que presiden los reyes de España. Ni en nuestros más febriles sueños cabía todo esto… Mirá, soy un escritor argentino de origen asturiano, que se inscribe en la gran tradición del articulismo español y que nunca en su vida hubiera soñado con ganar el Nadal en enero y el Cavia en julio. Mi argentinidad es indudable, mi centro de interés está en ese sur del mundo, que además es conocido por su inexplicable y sistemática decadencia. Vivo en Buenos Aires, pero leo y veo en Internet artículos, reportajes, entrevistas y conferencias que se hacen a diario en España. Estoy muy conectado con la Madre Patria.

–¿Y cómo ves a este país que ahora te agasaja y te celebra en un acto de tus colegas que presiden los reyes?

–Sigue siendo un país próspero. Aunque me temo que la prosperidad a veces puede también atontar. Esta bonanza, que ya algunos españoles son incapaces de reconocer, se consiguió con la democracia y con los acuerdos, recortando las posiciones extremas, y España está cayendo en polarizaciones salvajes, en una “guerra civil de los espíritus”, como diría un intelectual de mi país. Ese encono rompe consensos y tiende a hegemonías, y no es bueno para las personas y mucho menos para la economía doméstica. Espero que puedan rescatarse a tiempo. Igual, Juan, nosotros los argentinos no podemos dar lecciones políticas a nadie; hemos fracasado de manera catastrófica y sistemática desde hace décadas. Pero el Pacto de la Moncloa era, para nosotros, un sueño dorado. Ahora vemos que muchos españoles lo repudian…

–Este país vivió una guerra terrible que convirtió a tus padres en exiliados. Tus padres fueron víctimas de aquella guerra. Tu madre, en concreto, era una niña cuando tuvo que emigrar. ¿De qué sentimientos te llena esta historia propia?

–Temo que el populismo esté radicalizando todo. Que ese formato tome todas las ideologías y las pervierta. Y que hacer política vuelva a ser, como en 1920, manejar los odios. Una sociedad de rencores irreconciliables. Ese temperamento, en el pasado, creó grandes desgracias. Espero que no vuelvan…

–Dedicas tu premio a “la fiel infantería del periodismo”. ¿Cuáles son las armas imprescindibles de esa infantería?

–Llamo infantería a los reporteros y cronistas que están mal pagos, que practican el pluriempleo, pero que rastrean día y noche el territorio, trabajando incansablemente para informarnos y para revelar secretos. Esos profesionales son imprescindibles. Sus armas: ser honestos y no abandonar nunca la calle. Revisar mucho su propia información, porque hoy un error se paga muy caro. Y de ser posible, seguir estudiando para que el periodismo no sea un inmenso océano de cinco centímetros de profundidad.

–¿Qué consecuencias tienen las persecuciones que, en tu país y en otros países como Estados Unidos, se hacen para intimidar al oficio?

–Si los gobiernos son fábricas incesantes de ficción, los periodistas somos los grandes contradictores, los aguafiestas de cada momento. Los que gobiernan se prestan unos a otros, en el mundo entero, tecnología probada para censurar, desacreditar, perseguir e intimidar a los aguafiestas. Deberemos hacernos cada vez más fuertes, porque vienen a por nosotros. No podemos ser una generación de cristal del periodismo. Debemos ser una generación de hierro para resistir los embates de los embusteros con billetera y con investidura.

–Es “un oficio incómodo y maldecido”. Tú perteneces a ese oficio que ahora sería el buen periodismo. El premio español Cavia te honra. ¿Y a qué te obliga?

–Sí, todo premio corona y a la vez implica una responsabilidad. Después de 45 años de trinchera, hubo un momento en que la literatura estuvo a punto de llevarme a los libros como única actividad. Hoy sé que no debo abandonar mi otra pasión, y que debo seguir practicando ambas vocaciones. Soy escritor de las dos orillas, y de las dos profesiones.

–“Bienvenidos al populismo de derecha”. Ese es el título premiado. Enhorabuena, Jorge. Pero, dime, ¿hasta cuándo el periodismo seguirá soportando adjetivos?

–Debe ser cuidadoso cuando los pronuncia y valiente cuando los recibe por parte del poder, que siempre nos quiere descalificar. Deberemos aguantar sobre nuestras espaldas los adjetivos descalificadores hasta que no exista más sobre esta tierra la democracia. Entonces todos, no solo los periodistas, estaremos jodidos.



Fuente Clarin.com

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