Estados Unidos y México son los dos países más integrados del mundo. Las exportaciones mexicanas al mercado norteamericano superaron U$S 500.000 millones en 2024, lo que significa casi 90% de sus ventas externas; y esto implica que México le vende más a EE.UU. (casi el doble) que al resto de todos los países de América Latina sumados.
En un sentido estricto, México no “exporta” a EE.UU, sino que se ha convertido en una parte integrante y creciente del proceso de acumulación estadounidense; y por lo tanto, es un país cada vez más decisivo del capitalismo avanzado.
Por eso, las posibilidades de México de enfrentar a EE.UU son inexistentes; y la primera en advertir este dato estructural ha sido su presidenta Claudia Sheinbaum; y de ahí la búsqueda de un acuerdo inmediato y en sus términos con Donald Trump.
Esta situación estructural es una consecuencia directa del “Tratado de Libre Comercio de América del Norte” (NAFTA), suscripto por EE.UU, Canadá y México en 1992, y ampliado y profundizado por el Nuevo NAFTA (“USMCA’s agreement”), sellado el 18 de agosto de 2020 por iniciativa del entonces presidente Donald Trump en su primer mandato.
El rasgo característico del Nuevo NAFTA o USMCA es que antes que un tratado de libre comercio es un pacto de integración productiva, sustentado más en las inversiones que en el intercambio multilateral; y como tal representa la fase más avanzada de la integración mundial del capitalismo, también denominada globalización.
El agro mexicano ha sido el gran beneficiario de este proceso extraordinario de integración, sobre todo en lo que se refiere a la producción fruti-hortícola, donde las ventajas competitivas de México son verdaderamente excepcionales.
El principal producto de la actividad fruti-hortícola mexicana son las paltas o avocados, a las que la apertura del mercado norteamericano vía NAFTA/USMCA ha convertido a México en el principal productor mundial, con ventas por más de U$S 4.000 millones anuales.
Hay que agregar las flores frescas, de las que México es el segundo exportador mundial después de Ecuador, así como los jugos de frutas, ante todo naranjas y limones, al punto de superar al estado de Florida como el más rutilante en este aspecto de la Unión Americana.
A todo esto, hay que sumarle la producción de tomates, que en México es un producto de marca y altos precios que se vende en todos los grandes centros urbanos del mercado norteamericano, desde San Francisco y Los Ángeles hasta Nueva York y Boston, incluyendo Toronto y Quebec.
La integración del NAFTA/USMCA ha transformado al negocio agrícola mexicano convirtiéndolo en una actividad de alta tecnología y elevada capitalización constituida por grandes holdings agro-industriales, cuyo eje se encuentra en la ciudad de Monterrey, estado de Nueva León, y que se han integrado al pelotón de avanzada del capitalismo norteamericano.
El principal de ellos es el Grupo Maseca, convertido en el mayor productor de harina de maíz de EE.UU y del mundo, cuyo origen son las “humildes” tortillas mexicanas, con ingresos que superan U$S 6.000 millones por año, y que ha abierto 79 plantas en el sistema global, además de generar 18.000 puestos de trabajo.
A todo esto, hay que agregar la compañía Pulsar Internacional, con sede en Monterrey, y que opera en 123 países.
Este extraordinario despliegue empresario es producto del NAFTA, el gran camino de inserción de México en el sistema mundial.
Por su parte, prácticamente todas las grandes compañías agroalimentarias de EE.UU – “General Mills”, “Pilgrim’s Pride” y “Ralston Curing” – están presentes en México, cuya población supera los 100 millones de habitantes.
El gran centro productivo mexicano se encuentra en el estado de Michoacán, que es la capital de la producción de avocados o paltas.
En suma, las crisis en el NAFTA/USMCA, como la que acaba de provocar el presidente Donald Trump al imponer una tarifa especial de 25% a las importaciones mexicanas, concluyen siempre y necesariamente en una mayor integración de este gigantesco sistema productivo, cuyo epicentro se encuentra obviamente en EE.UU.