“Va a haber que componer una nueva canción, no una que sepamos” dijo el gobernador Axel Kicillof. Algo para pensar. Es imperioso que el peronismo (cualquier fuerza nacional, popular o de izquierda) se reinvente asumiendo que la Argentina cambió mucho, que reformarla exige no solo revisar las herramientas sino también los objetivos. Las visiones del mundo perduran a grandes trazos pero es preciso adecuarlas a la evolución histórica. Las lecturas de la realidad no encajan, atrasan, aluden a un mundo distinto, a un país que tras un abanico de crisis no es el mismo de ayer. Ni, posiblemente, lo será nunca.
“Todos” o “muchos” por lo menos no terminamos de metabolizar qué está sucediendo en nuestro país ni de asumir lo que podría sobrevenir en cuestión de meses. El veredicto de las urnas en las Primarias Abiertas (PASO) abre un horizonte electoral inédito, plagado de riesgos.
Los consultores, los charlistas de quincho, los analistas políticos, el Agora, dan por seguro que el diputado Javier Milei congregará primera minoría de votos en la elección de octubre. Luego se dividen entre quienes suponen que habrá segunda vuelta (mayoría de momento) y aquellos que temen que el libertario se imponga en primera vuelta. Este cronista escoge la cautela porque tiene poca confianza en los pronósticos antedatados y en las encuestas a dos meses de los comicios. Los números del escrutinio son, eso sí, datos irrefutables, una base sólida para el análisis. Impresionan, preocupan.
Milei construyó una fuerza nacional en dos años, rondó el 30 por ciento de los votos, se impuso en 16 provincias, quedó segundo en cuatro. Tamaño ramillete de récords carece de precedentes en los cuarenta años de recuperación democrática. El cuarto oscuro emite un mensaje, una canción que desconocemos, el presente nos acerca a un abismo que seguramente no merecemos como sociedad.
Estudios cualitativos, sondeos, focus groups, lecturas agudas de científicos sociales explican que la base de la minoría intensa son hombres, jóvenes. Más certeros aún, los padrones revelan aceptación elevada en barrios populares, zonas humildes. Provincias empobrecidas. Un conjunto policlasista, federal, heterogéneo que trasunta a una sociedad fragmentada. Lo heterogéneo es valioso, el federalismo es una realidad institucionalizada. La fragmentación, sugerimos, es un agobiante síntoma de época, rotura de lazos, individualismos dispersos.
El descontento colectivo, la falta de horizontes están comprobados. La idea de que “peor no se puede estar” falla: siempre se puede caer más bajo, el pozo no tiene fondo. Multitudes de argentinos calibran distinto y votan en consonancia. Tienen derecho lo que no les otorga razón.
**
Pandemia e inflación concausas: Un artículo del sociólogo Ariel Wilkis en Le Monde Diplomatique liga entre numerosos aciertos a la pandemia con la inflación, dos padecimientos colectivos determinantes: “la alta inflación y la pandemia pusieron en crisis la relación entre la sociedad y el Estado”. Este cronista retoma dicha inspiración: la reescribe a su manera, la fue contando en episodios como cuadra a un columnista de diario.
El Estado intervino durante la peste, opinamos que con más aciertos que fallas. Fue, quizás, el mejor momento del Gobierno y del presidente Alberto Fernández. De cualquier modo, la tragedia dejó marcas, pérdidas irreparables y zozobras. Por ejemplo, el impacto de las restricciones en las vivencias de la gente común. Los cambios de escenario complican la existencia. Atribula la falta de horizontes inminentes para dentro de contadas semanas. Dos sociólogos clásicos del siglo pasado, Peter L. Berger y Thomas Luckmann, enseñaban que para la gente común, la realidad cotidiana está dada. No se problematiza. Uno se despierta, abre la canilla y espera agua. Sabe qué lo espera cuando sale a la calle, que el super chino está a media cuadra casi siempre abierto, que la tarjeta SUBE sirve para pagar el bondi, cuyo trayecto conoce. Si se descalabran las referencias, acecha el caos o como se lo pueda nombrar.
Las normas para salir a la calle en la era de la peste, los fluctuantes horarios de autorización para circular, los permisos que caducaban de improviso y debían renovarse, la complicada distinción entre servicios esenciales y no esenciales, las intermitencias del calendario escolar… las alteraciones constantes desorientaban, ahondando sufrimientos y malestares. La sensación ciudadana ante la hiper regulación constante puede asemejarse a la de épocas de anomia. Se pierden las referencias, se debe recalcular todo por encima de los desafíos de ganarse el pan y de ordenar la vida en familia.
Casi redunda añadir que la inflación perenne y ascendente durante años obra efectos parecidos que se suman o potencian a las secuelas sociales, culturales y psíquicas de la pandemia. La carrera entre precios e ingresos es despareja, agobiante. Los mecanismos de actualización de sueldos y prestaciones sociales amortiguaron los problemas sin neutralizarlos. La creación de puestos de trabajo combinada con la necesidad de pluriempleo evitaron que creciera la desocupación mientras causaban otros descalabros.
Durante la pandemia y hasta las elecciones de agosto sobrevivieron la gobernabilidad y el sistema político-electoral sometidos a jaque perpetuo. Hubo quienes pensaron que eran invulnerables, la van pifiando.
**
La paz social: La paz social durante la peste no estuvo garantizada de antemano ni era una circunstancia garantizada en marzo de 2020. Mediaron alta intervención estatal, compromiso de organizaciones sociales y sindicatos, una cultura cívica jamás reconocida por el relato hegemónico y por lo tanto doblemente digna de mención. Los trabajadores esenciales, personal de salud y de educación a la cabeza, fueron pilares de la gobernabilidad. Las mujeres, alquimistas de la crisis. Se los reconoció un ratito, en los albores, cuando primaba el miedo al contagio y a la muerte. Heroínas y héroes populares que cayeron en el olvido, pilares de ese Estado que ahora se quiere serruchar, demoler o dinamitar.
El sistema político argentino funciona con un nivel notable de participación masiva, de movilizaciones, de acción directa. Una sabiduría añeja combina capacidad de demandar con pacifismo, dosificación extrema de la violencia callejera. La contrapartida es la confianza y es que la metodología “garpa” aunque sea parcialmente. La ocupación del espacio público espera respuestas, satisfacciones… módicas a menudo. La templanza y la sensatez popular son claves de la gobernabilidad. La Vulgata dominante lo desconoce o ningunea.
La gobernabilidad es un recurso tan valioso como asediado. El sostenimiento del sistema por la ciudadanía está puesto en cuestión: demasiado dolor colectivo, demasiadas privaciones, demasiada desigualdad, falta de ejemplaridad de la dirigencia…
Milei propugna un combo de medidas, algunas parecen impracticables. Facciones de la derecha real desconfían respecto de la dolarización. Economistas “respetables” acumulan reparos. La venta de órganos, parece, no es tomada en cuenta ni en serio por los propios votantes. Por ahí, el hombre sofrena su lengua y deja de alabar la contaminación de los ríos. Cuenta con asesores astutos, chimentan en la City. Hay empresarios que ponen tarasca y lo aconsejan en voz baja. Dale que va, ok a todo. Pero hay un programa y un discurso libertario que siguen en pie.
La reducción drástica del gasto público, bandera esencial, fue comprobada por gobiernos anteriores en dosis que Milei consideraría homeopáticas. La verborragia, los stand up televisivos ilustran pero ocultan más de lo que muestran. La caterva de exfuncionarios menemistas o de la Alianza que lo entornan experimentaron ese laboratorio. Para mochar en serio el gasto público hay que recortar las jubilaciones, echar empleados del Estado. Sí o sí. Millones de damnificados para sisar millones de dólares de “gasto”. Sin esas amputaciones, minga de milagro. El exministro Ricardo López Murphy capacita para dictar un seminario.
Para aliviar el presupuesto nacional hay que desfondar a las provincias. Domingo Cavallo puede enseñar un doctorado.Talar la coparticipación choca con una restricción constitucional, asfixiar a las provincias rehusándoles recursos nacionales constituye un viejo truco que llevado al paroxismo puede convertir a ciudades pujantes en pueblos fantasmas. Puede acontecer porque ya lo sufrimos.
Los cierres de empresas públicas pondrán miles de personas en la calle. El virtual reemplazo de las indemnizaciones laborales por un fondo misérrimo desprotegerá a los laburantes ante la topadora patronal friendly.
Un gobernante con minoría institucional que trabe sus iniciativas, un fanático aplicando recetas imposibles pavimenta un camino de ida a la ingobernabilidad. Un adagio enseña que no hay peor fascista que un burgués asustado. Ojo con un mandatario desairado en cuestión de meses.
Milei atraviesa un momento de gracia. Pero si llega a la Casa Rosada no tendrá una luna de miel. Si los expresidentes Raúl Alfonsín, Carlos Menem y Néstor Kirchner construyeron tiempos de consenso y gobernabilidad fue porque concretaron parte de sus promesas de campaña, formas diferentes de estabilidad. Si Milei defrauda a sus seguidores que sueñan con vivir mejor pronto (no hay modo de que no lo haga) será tan brutal como cuando se lo contraría en un debate pero con mando de tropa.
***
Los leones son derechos y humanos: La dirigencia de Juntos por el Cambio, liderada por Patricia Bullrich, ignora cómo plantarse contra Milei, cómo diferenciarse. El estigma de ser “segunda marca” (brulote astuto de Milei) maniata a Bullrich y sus laderos.
Milei tiene carisma, da bien para la tele mientras no le repregunten. El carisma es ruptura de un orden previo, criticado o derruido. La candidata a vicepresidenta Victoria Villarruel, inteligente y taimada, procura resucitar un ideario perimido. Presenta a víctimas de atentados terroristas, sucedidos antes de la última dictadura. El pliego de reclamos es conocido, “justicia para todos” “no mirar con solo ojo”. La prédica de Villarruel copa más espacio en la derecha. Los diarios “Clarín” y “La Nación” la describen con respeto, fraguando hechos. El excamarista federal Guillermo Ledesma que integró el tribunal que juzgó a las Juntas Militares, publica una columna en La Nación: reivindica al 2×1 derogado luego de una de las más amplias y gloriosas movilizaciones de este siglo. El episodio se produjo en 2017 cuando Macri tallaba alto; la sociedad civil encabezada por las Abuelas y las Madres le torció el brazo. Las provocaciones son respondidas, como debe ser. Callar es conceder o retroceder.
La campaña derrapa hacia posturas extremas. Milei abomina al Estado y despotrica contra la casta. Desde el oficialismo se le contesta a veces con una exaltación inverosímil del Estado. Se hace cuesta arriba encontrar un punto de equilibrio, jamás intermedio. En una columna publicada en Página/12 Abelardo Vitale y Nicolás Tereschuk informan en base a estudios “Qué piensan y quieren los votantes de Milei” sin subestimarlos, ni endiosarlos, ni comprar llave en mano sus propuestas. “No es lo mismo atravesar una crisis que ser un país de mierda” redondean por ahí. El desprecio desmedido hacia la sociedad argentina se puso de moda, el maniqueísmo cunde.
El contorno mudó. Con Milei punteando, más allá de buscar votos de a uno “haciendo política” en las provincias, es forzoso machacar lo que puede significar un triunfo libertario. La cantidad de despidos, el precio de los medicamentos, el valor dólar de cualquier ingreso fijo y cien etcéteras. Apelar a la inteligencia y el sentido común de los que no votaron o no son incondicionales. Apuntar a un escenario que no calle sobre los peligros, muy cercanos. Wilkis no escatima cuestionamientos al Gobierno ni al Estado, recorre bien las motivaciones del voto que pateó el tablero bipartidista. Culmina alertando “(…) pisar el acelerador nos llevará a una inevitable tragedia colectiva”. Habla de la dolarización… claro que la amenaza incluye ese delirio entre otros más cercanos.
Mañana la seguimos, con la elección en Santa Fe. En septiembre regresan las votaciones provinciales.
mwainfeld@pagina12.com.ar