La nota que nunca me gustaría escribir. Estoy devastado. Durante años, compartimos un escritorio, mesas de radio y, ocasionalmente, un programa de televisión. Mario Creó un buen momento, mantuvo la batuta y empujó a todos a dar lo mejor de sí. Es un gran hombre. Siempre podías contar con él.
Su mirada aparentemente perpleja era una astuta observación de todo lo que sucedió y los protagonistas de lo que sucedió. Matizó cada situación con humor. Escenas hilarantes recorren mis recuerdos. Solo hay dos anécdotas como ejemplos.
Estábamos en la redacción de la calle Página Belgrano. Mario contesta el teléfono fijo y era su madre, dueña de una tragedia judía que ha empeorado con los años.
Marito, te llamo porque me voy a suicidar, eso no es suficiente.
“Mamá, ¿tienes algún problema con el papel?” Soy el hijo del abogado, pero llama a mi hermana, que es tu hija psiquiatra.
Otro día, dijo que estaba escuchando a Víctor Hugo en la radio y comenzó a comentar un artículo en el periódico. La grandilocuente caracterización de VH de sus habilidades periodísticas lo impresionó:
“Me miré en el espejo y pensé: ‘¡¿Qué llevo puesto?! No sabía cómo vivir con tales halagos.
Dije “Hola Doc” cada vez que hablábamos. Period una forma de salvar su otra profesión, la abogada que siempre lo acompañó a analizar temas de justicia y derechos humanos con una minuciosidad impecable.
Disfrutó del trabajo y se sintió cómodo. Le encantaba hablar con todos, en una Argentina menos polarizada, durante los años que estuvo a cargo de la política en Page, habló y habló con todo tipo de líderes. Apreciaba muchos, era contemplativo, pero sabía marcarlo con rodeos y renuncias magistrales.
Guardo una foto de su diálogo con Laura Vales, la compañera que cubrió la supresión del puente Pueyrredón. El asesinato de Kosteki y Santillán, que describió y confirmó con reportajes inolvidables.
Se le echará de menos. Siempre nos acompaña su agudeza, calidad humana y ternura.