Justo antes de abordar el dúo que debía resolver el trágico final, digamos a quince minutos de cumplir su gran salto hacia el futuro, Giacomo Puccini deja inconclusa Turandot. También por eso, el drama lírico en tres actos basado en la fábula de Carlo Gozzi resulta cautivante. El final enigmático del gran despliegue musical y escénico de un compositor empujado por la modernidad pone a Turandot entre las obras maestras inacabadas de las primeras décadas del siglo XX, a pesar del posterior trajín de Franco Alfano para injertar una conclusión formal al drama. 

Precisamente en la versión inconclusa, sin el acostumbrado final compuesto por Alfano, Turandot se pondrá en escena desde el jueves a las 20 –con repetición el sábado 21 y el jueves 26– en el Teatro Avenida (Avenida de Mayo 1222), en el marco de la temporada Opera Festival Buenos Aires. Así la había estrenado Arturo Toscanini en la Scala de Milán, en abril de 1926. Pasada la escena de la muerte de Liú, el mítico director dio por terminada la representación. “Este es el fin de la ópera, porque aquí murió el maestro”, dijo. Apoyó la batuta y se fue. Nunca más la dirigió.

La soprano Graciela de Gyldenfelt, a cargo además de la dirección artística de Opera Festival Buenos Aires, encarnará a la gélida princesa Turandot, mientras en el rol del ardiente Calaf se alternarán los tenores Javier Suárez (19 y 26) y Gabriel García (21). Las sopranos Natacha Nocetti (19) y Virgina Lía Molina (21 y 26) estarán en el papel de Liú, la joven esclava fiel a Timur, el rey tártaro sin corona que interpretará el barítono Sebastián Barboza. La puesta en escena estará a cargo de Emilio Urdapilleta y el vestuario de Mariela Daga. El director alemán Helge Dorsch, estará al frente de la Orquesta y el Coro de Opera Festival de Buenos Aires.

El amor como fuerza redentora, pero también como pulsión destructiva; el deseo y la represión; el poder y la alienación; el imperio y los otros; la condición bestial del pueblo cuando se refleja en un régimen despótico. Estos son algunos de los temas que atraviesan Turandot, el testamento operístico de Giacomo Puccini. Por el modo en el que el compositor resume el elemento exótico, por el uso audaz de las condensaciones armónicas y la disonancia, por el uso magistral de la oportuna e inefable melodía sentimental y patética, distinguida marca pucciniana, Turandot es, más allá de las conjeturas para un final posible, un drama inagotable.

“Turandot es de mis óperas favoritas”, sintetiza Dorsch recién llegado a Buenos Aires. “Mi trabajo me ha llevado a establecer una gran conexión con China, donde soy director musical de la Nueva Ópera de Pekín, y su cultura. Para los chinos, Turandot es algo así como la ‘obra nacional’, porque en ese drama Puccini, que nunca había estado en China, logró encontrar el alma de ese pueblo”, continua el director, asistente en su momento de batutas ilustres, como Claudio Abbado y Riccardo Muti en los festivales de Salzburgo, Bayreuth y Bregenz. “Justamente, desde el punto de vista de la dirección musical el gran desafío que presenta Turandot es el de reflejar con unidad esa combinación de elementos puccinianos y otros propios de melodías chinas”, concluye Dorsch.



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