A los 90 años y luego de haberse dedicado durante 66 al oficio de librero, Carlos Crozza decidió bajar la persiana de la Librería del Norte, un mítico local ubicado en el barrio de Olivos que durante décadas funcionó como el faro cultural de vecinos y habitantes ocasionales de esa localidad que disfrutaron sus recomendaciones y fueron testigos de su prodigiosa memoria, único registro del voluminoso catálogo que hasta el último día se mantuvo sin dejar rastros en papeles o archivos digitales.
“Liquidación por cierre. Descuentos especiales” anuncia un cartel con letras mayúsculas y rojas en la puerta de la librería ubicada en la calle Sáenz Peña al 1519, en el barrio de Olivos. Al cruzar el umbral, sorprenden estanterías atiborradas de libros y también muchas cajas repletas que anticipan el fin de un ciclo. El espacio es reducido, genera una atmósfera íntima, y detrás de una mesa con títulos infantiles está su dueño, Carlos Crozza, un hombre que desde sus 25 años se aboca al oficio librero. “Fue mi vida esto. Gracias a la librería formé familia y un hogar. Me dio muchas satisfacciones”, confía a Télam, con voz pausada y suave.
El librero tuvo cuatro hijos -una mujer y tres varones- pero cada cual hizo su propio camino y no hubo quien tomara la posta del negocio. “Nunca surgió. Tampoco debería cargarlos a ellos con una cosa que a lo mejor no querían”, conjetura sobre la hipotética continuidad de la Librería del Norte.
Como en toda despedida, el librero tiene “sentimientos encontrados” pero está firme en su decisión. Pese a que se podría pensar que la situación económica del país apuró que baje las persianas del local, niega fervientemente esto. “Como tuve amigos y hermanas que se han ido de pronto, no quiero que me pase lo mismo sin haber disfrutado un poco con la familia”, explica con la seguridad de quien aprendió una lección importante. Y agrega: “Pensé en pasar los años que me quedan de vida tranquilo, sin obligaciones y sin horarios”.
La librería ubicada en la calle Roque Sáenz Peña alberga desde hace 27 años literatura en general: hay libros de arte, filosofía, psicología y pedagogía, negocios, biografías. También de yoga, historia, música y etnología. Algunos de los títulos exhibidos son “Bongo” de José Pablo Feinman, “Renacida” de Susan Sontag, “Caras de la muerte” de Byung Chul Han y “Sálvese quien pueda” de Andrés Oppenheimer. Estos ejemplares conviven con ediciones viejas de editoriales como Losada, de Zorro Rojo y de Corregidor.
La memoria de Crozza evoca a la del cuento de “Funes el memorioso” de Jorge Luis Borges, cuyo protagonista tiene la habilidad de recordarlo todo, en detalle y por siempre. El catálogo de la librería no está sistematizado en una computadora o detallado en un cuaderno: toda la información está en la cabeza del librero. “La memoria me funciona bien todavía”, señala.
Durante años, la librería funcionó en una icónica galería del barrio de Olivos llamada Galería Mahipa. “Ahí alquilé un local con una chica, como un hobby. Yo estudiaba Arquitectura, ella era de Filosofía y Letras. No venía de familia librera, mis padres eran de la meseta desértica de Río Negro, el lugar más frío del país”, cuenta Crozza.
El hombre después dejó sus estudios de arquitectura para dedicarse completamente a la librería. Cuando su compañera de trabajo, que era correntina volvió a sus tierras, Crozza le compró su parte y se adueñó enteramente de la librería. Y así como cada persona, tiene su biografía, las librerías también contienen historias. Con el cierre pisándole los talones, el librero atesora tres hitos particulares.
“Una vez gané un premio a la mejor vidriera que organizaba Eudeba”, recuerda. Las vidrieras, carta de presentación y foco de atracción de toda librería, no son azarosas, esconden detrás una serie de decisiones. Le confía que a él le gusta “ser picante”. Cada tanto, elige libros de política que dialoguen con algún suceso que se esté discutiendo en el momento. “Los libros son disparadores de debate. Gracias a Dios”, dice.
Crozza también recuerda los efectos del Rodrigazo en el barrio, el programa basado en una política de shock que en 1975 condujo a una devaluación abrupta del peso y generó un cimbronazo en la sociedad argentina. En esa época, el librero había dejado el local unas horas a cargo de su mujer para comprar una televisión. “Yo era un enemigo de la televisión pero mis hijos tenían varicela y la compré para que vieran dibujos y se entretengan”, contextualiza. Cuando fue al local de electrodomésticos, encontró “personas comprando como si fueran hormigas”, que “se llevaban heladeras en carritos”.
En su librería, la situación fue similar: “Toda la gente estaba comprando todas las obras más caras, como si fuera el fin del mundo y tuvieran que aprovechar”, recuerda y lanza una reflexión: “Yo digo que la Argentina es el mito de Sísifo, condenado a llevar una piedra a la cima de la montaña y cada vez que está por llegar, se le cae. Así estamos nosotros”.
En otra anécdota, el librero recuerda con simpatía cuando un día un hombre abre la puerta del local y le pregunta: “¿Cuánto mide ‘El pasado argentino’?” (un libro sobre historia argentina). “Mire, no sabría decirle. Es un libro gordo pero si quiere le averiguo”, recuerda haber respondido. Fue a todas las editoriales en busca de esa edición con un metro en mano. “Medí la colección y al final se la vendí. El señor quería ver si le entraba en su biblioteca”, cuenta y larga una risa. Le queda la duda si las editoriales aun conservan esa costumbre de guardar la primera edición de todos sus libros publicados.
A lo largo de los años, fue testigo del crecimiento de sus clientes. “Vienen muchas señoras que hoy son abuelas y que antes venían con guardapolvo”, dice el librero. Los vecinos y vecinas de Olivos se muestran nostálgicos. Entran y le dicen que van a extrañar la librería y a él. Incluso, una pareja le trae una carta: “Gracias por ser parte de lo más entrañable de nuestro querido Olivos. Desde la adolescencia, a partir de la Galería Mahipa, la suya fue siempre LA librería, la única. Gracias por tantas recomendaciones sabrosas, cada comentario preciso, el conocimiento compartido con generosidad. Su cordialidad suave, nunca apurada. Le deseamos pueda disfrutar del merecido descanso. Todos lo vamos a extrañar”, dice el texto.
El librero de antaño lee la carta con un gesto enternecido en el rostro y la sonrisa le levanta los lentes hacia arriba. Al cabo de un rato, dice: “Hay muchas anécdotas, como para escribir un libro”.