En estos días viene a mi memoria León Rozitchner (1924-2011).
Cada línea que escribo es el pequeño trozo de una historia, tiene el olor de un rico café, de un encuentro en el que los pensamientos, aún los de la pareja, fueron siempre filosofía, política, humor.
Hernán Kesselman y yo durante años compartimos trabajos con León. Él estuvo en nuestro equipo que formó a los primeros residentes de psiquiatría en el Hospital de Lanús, en el servicio de Psiquiatría que dirigía el doctor Mauricio Goldemberg. El coordinador del equipo de docencia, que formaba las primeras residencias psiquiátricas, era Hernán, quien tuvo la idea de convocar a profesionales idóneos provenientes de disciplinas diversas. Participaban de ese equipo. entre otros, el antropólogo social Eduardo Menéndez, el sociólogo Enrique del Olmo, la psicóloga Sally Schneider. Yo aportaba también a la sociología y no recuerdo quien más.
Con León pasamos fines de año, jugamos al truco en las vacaciones, también con su hijo Alejandro, y terminamos en exilios vividos en diferentes países, pero con un emotivo reencuentro en Madrid.
Cada uno de ellos vino por separado. Primero vino León con la española Soledad Bravo, que nos deleitó con algunas canciones, entre las que recuerdo “Tonada de luna llena”. Todos subyugados.
En los inicios de nuestro encuentro, uno de los trabajos que compartimos fue en un grupo de psicólogos y gente de la cultura en Rosario. Estuvimos todo el día dando clase y volvimos esa misma noche a Buenos Aires con una neblina que no voy a olvidar. Hernán, quien conducía el auto, se puso atrás de un micro que tenía focos grandes pero cuando notó que otro coche dependía de su buena iluminación, en un gesto solidario, apagó las luces. Tanteando llegamos a Buenos Aires…
Es muy difícil abarcar una persona con tantos perfiles. Me volqué más a relatar en esta semblanza mi -nuestro- vínculo personal con él porque existen muchos que han estudiado su obra, su pensamiento, sus producciones, sus intercambios en profundidad. Me parecía que la faceta humana que nos ligó era más profunda para mi y más conocida.
Releyendo un libro de León que se llama “Combatir para comprender” y que es muy heterogéneo en su composición, donde están mencionados gran parte de su obra, su pensamiento, su vida, sus vínculos y su actuar político. Encontré partes de historias compartidas y algunos aspectos de su pensamiento que iluminaban un momento histórico que nos involucraba como pensadores marxistas, peronistas y otros… istas.
El libro “Combatir para comprender” comienza con un épigrafe del texto persona y comunidad: “Queremos una filosofía cuyo objeto lo constituya la situación dramática que el hombre vive en relación con los otros”.
En el segundo tema que aborda -Marximo o Cristianismo- considera la polémica con el filósofo Conrado Eggers Lan en torno a ambos conceptos. Así como León se exilió en Venezuela, Conrado se exilió en México donde siguió su tarea de estudio del Cristianismo y las traducciones de autores clásicos como Platón a quien le dedicó muchos años de su vida. León respetó mucho a Eggers Lan porque lo consideraba una persona auténtica en su pensamiento.
En una complementariedad de expresiones uno de los textos se titula: “Amor marxista y amor cristiano”. ¡Qué buenos tiempos auguraba ese vínculo en el que se discutía con calidad de argumentos!
En este libro se incluyen también sus opiniones sobre la guerra de las Malvinas, su polémica con John William Cooke sobre cultura, subjetividad y marxismo bajo el título “La izquierda sin sujeto”.
Hago un paréntesis: estoy recordando en este momento una anécdota muy personal con León cuando volví del exilio. Ya yo trabajando.
Otro capítulo que me resultó interesante el que transcribe León de Conrado y que titula “Respuesta a la derecha marxista”.
Una anécdota que pensándola en este momento me parece divertida (pero en él no lo fue) fue que llegada del exilio con mi nueva profesión de eutonista. Recibo un llamado de León diciendo que había levantado una puerta y que le dolían las lumbares….
“Leoncito, ¿qué edad tenemos?”, le pregunté.
Al rato, suena mi portero eléctrico: “León, ¿dónde estás?” “Acá abajo, no sé dónde poner la bicicleta”.
Entonces llega a la consulta con dolor, agarrándose la cintura, un poco agachado (con esas posturas de las personas dolientes), por lo que hice el trabajo que suelo hacer con esas problemáticas y en algo lo mejoré… Y nos volvimos a reencontrar. Fue muy importante retomar el vínculo que se cortó en el exilio.
Fui público en la entrevista que Horacio González le hace en la Biblioteca Nacional; sin conocerlos tan a fondo, me informé de sus diálogos con Cook, siempre entusiasta, siempre interrogándose e interrogando.
León fue un gran compañero que se extraña mucho en estos tiempos en donde ciertas discusiones se parecen más a peleas que a intercambios.
Se lo extraña porque con él siempre una luz quedaba encendida.