Un cuerpo político y cultural monstruoso, siempre mutante. Así es como el sociólogo Leandro Barttolotta define un espacio tan esquivo como inabarcable: el conurbano bonaerense. Saldo negativo (Editorial Sudestada) es un compendio de crónicas que, a pesar de haber sido publicadas inicialmente en la revista Crisis, escapan de la etiqueta “periodísticas” porque –tal como propone el autor en la introducción– pueden ser leídas también como crónicas sociológicas. Hay aquí una década de indagaciones: la cronología se extiende desde 2013 hasta 2023.
La idea de Barttolotta era “desplegar un mapa afectivo y anímico del conurbano” que funcionara también como una bitácora de las peripecias de aquellos habitantes anónimos que lo pueblan, esos que todos los días viajan, laburan, sufren, escabian, pasean y gastan, según enumera el autor nacido en Quilmes. Casi todos los textos abordan el conurbano sur, pero quienes estén familiarizados con las dinámicas del territorio podrán identificar elementos comunes que aparecen en otras zonas. La apuesta no se limita a describir una geografía sino a tejer “una cartografía de las mayorías populares” que habilita una sensibilidad y un punto de vista particulares.
El volumen propone un recorrido variopinto por diversos territorios, personajes y situaciones donde la tragedia convive permanentemente con el goce. En ese sentido, puede decirse que Saldo negativo está en sintonía con proyectos parientes como The Walking Conurban (dos de sus integrantes escribieron el prólogo y uno de los capítulos está dedicado al impacto de la exitosa cuenta de Instagram), que abordan el territorio sin apelar a la estigmatización de sus habitantes ni a la romantización de sus condiciones de vida. No hay un conurbano sino muchos; se trata de un espacio complejo, heterogéneo y plagado de tensiones. Eso queda claro al leer estas crónicas.
El itinerario incluye descubrimientos bastante insólitos como la llamada “ruta del pis”: señoras menopáusicas del barrio que donan su orina para que pueda fabricarse una hormona que habilita la descendencia para mujeres estériles. Las señoras donan su pis o lo intercambian por chucherías simbólicas –hay una ley que prohíbe la comercialización de tejido humano– pero los tratamientos cuestan una fortuna y esa economía del meo en torno al “oro líquido” que se sustenta en la solidaridad de género queda completamente invisibilizada (salvo para quienes se hayan topado alguna vez con esos bidones llenos de orina en la puerta de una casa). Hay otros descubrimientos interesantes en torno a la recolección de basura y la sociología del olor que desarrollan los trabajadores del gremio para armar su propio mapa de clases por zonas geográficas. Y también hay una muy buena sobre la historia del Fernando (segunda marca del Fernet Branca) que explora la economía conurbana y sus consumos.
Las crónicas dedicadas a proyectos digitales recientes de gran impacto social como The Walking Conurban, #CosasdelRoca o el youtuber Lesa son interesantes porque tienen cierta pregnancia tanto en porteños como en conurbanos que pueden decodificar rápidamente las coordenadas de una esquina particular, un personaje famoso en el barrio o un cartel icónico. Hay una exploración aguda de los espacios como creadores de sociabilidad: los salones de fiestas infantiles con la precarización de jóvenes trabajadoras, las pensiones que suponen una convivencia forzada, los boliches y el after en esa nocturnidad que mixtura seducción y violencia, los vagones del tren como territorios de venta ambulante y rebusque cotidiano, los barrios como punto de convergencia entre el cooperativismo y el punitivismo al mejor estilo Bullrich, los comedores y merenderos como espacios de supervivencia en tiempos de crisis o el rol de contención en hospitales y centros de salud durante la pandemia.
No falta una perspectiva económica: esto aparece en aquellas crónicas que sondean los locales típicos del barrio donde se descargan las furias cotidianas (un esquema que suele enfrentar a trabajadores explotados) y otros donde se despliega el goce del consumismo cuando la época y las políticas sociales lo permiten: Pago Fácil y Rapipago como sede principal de los “trámites de la bronca”, los centros de carga de SUBE como destino de toda clase de quejas y reclamos, el malestar social generado por las empresas eléctricas que suelen dejar a los barrios en penumbras, las sucursales de Frávega y Garbarino que reciben el impacto favorable de las políticas que fomentan el consumo interno o las barberías como centro de la sociabilidad barrial con su estética popular y el hipsterismo turro emergente.
El trabajo es un protagonista central del cornubano. Algunas crónicas abordan el estigma hacia la Policía Local (los famosos “pitufos”) por su falta de entrenamiento o de mística, las protestas de la oficialidad joven en 2020, la insalubridad en la industria del carbón, la cotidianidad de quienes trabajan en la República de los Niños (legado peronista que devino espacio recreativo) o los padecimientos de los trabajadores de la salud por el covid. Hay otras indagaciones interesantes como la malvinización conurbana liderada por los ex combatientes (“cuando vos peleás por la patria, peleás por tu barrio”, dice José) o algunos análisis sobre la forma en que circula la información o se comunican noticias como la tragedia en Puerta 8 por las 24 muertes a causa de la venta de droga adulterada.
Saldo negativo apuesta al análisis sociológico que por momentos combina el lenguaje turro y nociones más cercanas para desentrañar los sentidos de un territorio salvaje, heterogéneo, repleto de color y tragedia. Un espacio que suele resistirse a los análisis porque necesita ser observado también desde la experiencia. Barttolotta lo hace desde ese lugar: pateando las calles y hablando con la gente para que las voces no sean meras invenciones sino cuerpo.