Cambios conservadores
Hay gente que vive proponiéndonos hacer cambios profundos. Y es raro, porque en general, los que te proponen cambiar, son conservadores. Y los conservadores no cambian. Lo único que hacen, normalmente, es cambiarte la vida, para peor, a vos.
Ya hemos probado otros cambios. Conocemos el cambio chico, el cambio dólares, el cambio blue, el cambiazo, el vuelto en caramelos, la cirugía sin anestesia, el orden de Marie Kondo, el plan canje… y todos terminan, indefectiblemente, en un cambio de hábitos y el club del trueque.
De chicos ya te están taladrando la cabeza con los cambios: que te cambio esta figu por otra, te cambio mi muñeca por tu juguete, te cambio mis papis por tus tíos… siempre nos están proponiendo cambiar. Y no es que uno sea conservador, pero tampoco se puede estar cambiando todo el tiempo. Tal vez por eso, muchos que proponen el cambio, quieren cambiar para que nada cambie.
Hay gente que no cambia nunca y gente que cambia todo el tiempo. Los que no cambian nunca son conservadores, los que cambian todo el tiempo son arbolitos, o trabajan en una cueva.
Hay gente que le paga a otra gente para que lo ayude a tomar las decisiones para cambiar. Especialmente cuando hay que decidir cambios en la vida de pareja. Ahí vas y le pagás a un terapeuta de pareja, le pagás a un siquiatra o si nada funciona, le pagás a un abogado.
O te vas con un gurú oriental, para que te guíe en tu camino al cambio. O un gurú ecuatoriano. Y te das cuenta que te proponen un gran cambio cuando descubrís que no te aceptan cambio chico.
Hay que aceptar el cambio. Pero no cualquier cambio o un cambio Pindonga o Cuchuflito. Uno crece y cambia. Y aprende cosas, como que no debe creerle a los que te dicen que “son el cambio”. Bah. Hay mucha gente que les cree. Y cambia. Y se joroba. Y quedamos más jorobados que en Notre Dame.
Después también están los que cambian su forma de pensar, -¡y cómo la cambian!-, porque otros los inducen, o los seducen con “ofertas que no pueden rechazar” y de un día para el otro cambian abrupta e incomprensiblemente y se vuelven intolerantes. Ojo: no necesariamente hablo de políticos o periodistas. Hablo de la gente casada.
Hay gente que le gustan los cambios extremos: eso de tirar todo a la miércoles, agarrar la moto sierra, darle al parqué, a los cuadros, a las paredes, tirar abajo la puerta, prenderle fuego al depto… y después de hacerlo se dan cuenta de que era el único depto que tenían y que encima, no habían pagado la póliza del seguro.
La promesa de cambio siempre suena bien. Suena a gente joven, cambiando, transformándose. El problema es cuando el que te propone el cambio ha cambiado de bando más veces que goleador de Primera B, o cuando el que lo propone te dice en la cara que te va a cambiar tu figu difícil de Messi por tres billetes del Estanciero.
Una de las frases que hizo famoso al Doctor House es “La gente no cambia”. Ahora que hay elecciones en Argentina le presentaría a algunes candidates. En una de esas va y regraba todos los capítulos de la serie.
Como bien decía el personaje de Francella en “El secreto de sus ojos”, se puede cambiar de todo, menos de pasión. Se puede cambiar de todo, menos de camiseta. Por eso hay gente que huele muy mal.
Y mucho pero mucho cuidado con los que te venden palabras que suenan lindo, que suenan a cambio, como “flexibilización”, que no es que vas a poder ir al gimnasio y sentirte el hombre elástico. Más bien vas a descubrir cuán poco flexible es tu cuerpo cuando recibe más de un palazo.
Lo terrible de cambiar por cambiar, es que después uno se arrepiente. Y quiere volver a cambiar, y el daño ya está hecho: una vez que pintaste la pared de violeta, te va a costar combinar los colores, y ni hablar de que vuelva a ser blanca… vas a tener que picar, revocar, y eso si tenés la suerte de encontrar un pintor que te lo arregle.
En fin. Que si llegó hasta acá sin cambiar de podcast, es que entendió todo lo que le dije. Y si no llegó hasta acá, no sé para qué me molesto en hablarle.
Por hoy, cambio y fuera.