Esta semana salió la revista Gente con la tapa histórica de los personajes del año, que la revista publica anualmente. Como saben, el evento supone una gran fiesta a la que asisten personalidades elegidas de la política, la actuación, la música, el modelaje, la ciencia, el deporte y el mundo de las redes sociales. Para mí es la portada más importante del año porque logra reunir a muchas personas de diversos ámbitos y porque a quienes tienen una carrera en ascenso, les brinda un gran empujón. Es un honor formar parte de ella nuevamente.
En este diverso abanico de personalidades, la pregunta de todos los años es la misma: ¿y tal qué hizo para ser personaje del año? Bueno, ¡tampoco están nominando para el premio Nobel! Desconozco cuál es el criterio de la revista para elegirnos, pero no merece tanto análisis, es mi humilde opinión.
Una de las invitadas era Carolina Unrein, una joven escritora y actriz trans que protagoniza dos ficciones de TV y que es dueña de una belleza que intimidaría a Elena de Troya. Desde que leí sobre ella en este diario, captó mi atención y tenía ganas de conocerla. Su primera novela se llama Pendeja y fue muy exitosa entre el público juvenil. En Fatal, su segundo libro, comparte la experiencia de su transición de un modo confesional, volcando su bronca y su sensibilidad en dosis potentes. A sus 23 años, Carolina lleva un hermoso recorrido como escritora, modelo y actriz, que coronó con el protagónico en una tira juvenil de la productora Polka, Buenos chicos. No tenía idea de que era una de las invitadas de la noche. Era su primera tapa como personaje del año.
Recuerdo la primera vez que fui invitada a este evento. Me sentía invisible, ignorada: no era muy conocida y me consideraba sapo de otro pozo. Eran muchos egos juntos y cada persona estaba en su mundo, estoy segura de que no fue con mala intención. Por eso, cuando vi a Carolina me acerqué a saludarla y le di un fuerte abrazo. Charlamos un rato y nos tomamos una foto que subí a mis redes con una frase: «El futuro es trans».
¡¿Para qué?! Fue como patear un panal de abejas: salieron los odiadores compulsivos que buscan cualquier pretexto para salir a insultar, para reafirmar su odio. ¿Es una percepción mía o estamos transitando momentos súper violentos? ¿. No se puede expresar una opinión libremente en redes sociales sin que la tribuna salte a la yugular. Ese es el punto. ¿Ya no tenemos la libertad de exponer un pensamiento, una idea o un anhelo sin que ello nos coloque en un paredón para que los demás nos acribillen a balazos? “No podés poner una cosa así”, comentaba mucha gente. ¿Qué? ¿Me perdí de algo? Como si hubiera escrito “Aguanten los genocidas”, hubiera reivindicado la dictadura o deseado que mueran lxs heterosexuales.
¿. En todo caso, es mi mensaje y no afecta a nadie. Pueden no desear lo mismo y lo respeto. No es necesario que comuniquen su desacuerdo con agresiones. “Pelotuda”, “chota”, “tenés caca en la cabeza”, “así estamos”, “mueran lxs enfermxs” no creo que sean comentarios que se viertan para buscar un intercambio respetuoso de apreciaciones.
No interesa el tema, todo el mundo cree necesario pronunciarse acerca de lo que los demás hacen, dicen o muestran. Mientras leo comentarios de gente que deja la vida en una publicación ajena, aún me sorprende descubrir cómo se toman tan seriamente el acto de dejar una opinión en contextos donde nadie la estaría pidiendo. ¿Por qué la gente disfruta de eso? Diariamente leo publicaciones con las cuales no estoy de acuerdo o no coincido parcialmente, pero no por eso pierdo el tiempo discutiendo o teniendo un cruce con personas que no conozco. ¿Ese es el poder más notable que brindan las redes sociales? ¿El de destilar el odio y el resentimiento desde el anonimato?
¿Estamos tan inmersos en nuestra locura cotidiana que comenzamos a naturalizar la violencia? Cada día que pasa veo cómo crece la furia. Noviembre y diciembre, por lo general, son meses intensos y si a eso le sumamos una elección presidencial, la potencia es un combo que puede terminar mal. No puedo dejar de relacionar este desborde general de violencia con el avance de las extremas derechas en el mundo, con sus discursos de odio y antiderechos que cada día incorporan a nuevos fanáticos. Ya vimos lo que sucedió en el Capitolio en EEUU, fogoneado por Trump desde sus redes o con la victoria de Lula da Silva en Brasil.
Nunca se olviden de que el odio nubla el juicio. Si queremos avanzar hacia una sociedad más sana y próspera, debemos recuperar la mirada crítica sobre nuestras prácticas y dejar de ver tanta paja en el ojo ajeno.