“Selva, luna, noche / pena en el yerbal”, cantaba Ramón Ayala con su voz profunda y misteriosa como el monte misionero. Alguna vez contó que esos versos, los de la galopa “El Mensú”, sonaban en los fogones revolucionarios en la Sierra Maestra y se repetían en la voz de Ernesto “Che” Guevara”, a quien conoció personalmente en Cuba a comienzos de la década del ’60 cuando participo en el Festival de la Canción de Protesta. Este jueves, el viaje cósmico y telúrico de Ramón Ayala compró un boleto hacia la eternidad: el compositor, cantor, poeta y artista plástico misionero falleció a los 96 años en la Ciudad de Buenos Aires a causa del agravamiento de un cuadro de neumonía. Estaba internado desde hace diez días en el Sanatorio Güemes. Sus restos serán velados este viernes desde el mediodía hasta las 20 en Quito 3778 y el sábado a la mañana será cremado en el cementerio de la Chacarita.
Ramón Gumersindo Cidade nació el 10 de marzo de 1927 en Garupá, Misiones, envuelto en el perfume del Río Paraná. Su padre falleció cuando Ramón apenas tenía cinco años y su madre se tuvo que mudar a Buenos Aires con tres de sus hijos, incluido él. Era el mayor de cinco hermanos y desde muy pequeño se las rebuscó para ayudar con los gastos familiares. En las calles porteñas trabajó de vendedor de diarios y repartidor de programas para cine. En Dock Sud aprendió a tocar la guitarra con un instrumento muy precario hecho con un cajón de manzanas, clavijas de madera y cuerdas de alambre.
En sus inicios, acompañó al cantor mendocino Félix Dardo Palorma y, alentado por Herminio Giménez, comenzó a trabajar el repertorio folklórico litoraleño. A lo largo de los años ‘50, Ayala formó parte del recordado trío Sánchez-Monjes-Ayala (junto a Arturo Sánchez y Amadeo Monjes) con el que recorrió un amplio repertorio que iba de las guaraníes a los boleros y el tango. Después, a fines de la década del sesenta, emprendió un largo viaje por el mundo que lo llevó de Suecia a Kurdistán; de Rumania al Golfo Pérsico. “Creo que así debe ser el hombre: amar la naturaleza, quererla, tratar de sacar de ella lo más expresivo, lo más profundo. Y devolverla en obras. Porque la naturaleza no habla, ella hace. Nosotros somos los que tenemos que transformar las mudas palabras de ella”, sostuvo a la editorial Eterna Cadencia.
Artista inquieto e intuitivo, Ayala tampoco desconocía el valor de la originalidad. Por eso, entendía que una forma de trascender era dejar una huella propia y pintar el paisaje de su tierra con un nuevo color. De esa inquietud nació el gualambao, un ritmo que conjuga galopa y polca en un compás de 12/8 (doce octavos). “Por una necesidad de sintetizar los ritmos regionales en una sola especie creé el gualambao, un ritmo guaraní generado en la región oriental de Misiones, frontera con Brasil y Paraguay, al que di la misión de vestir la selva, el Iguazú y los duendes de la tierra con un traje excepcional, de amplio espectro”, explicaba.
Si bien varias de sus canciones se amplificaron en la voz de intérpretes como Mercedes Sosa (“El Cosechero”, “El Jangadero”), Teresa Parodi, Liliana Herrero (“Canto al Río Uruguay”, en su disco doble Litoral, 2005), Ramona Galarza, Horacio Guarany, Cecilia Pahl y Tonolec, su figura estuvo algo olvidada durante varias décadas. Pero con la llegada del nuevo siglo, su obra encontró nuevos senderos para salir a la luz. En 2013, el fotógrafo Marcos López realizó un documental polifónico y barroco sobre la figura de Ayala. “Ramón es exagerando, siempre está declamando el instante de la fragilidad de la existencia, es místico, podría ser como un Walt Whitman pero en la selva guaraní, una especie de monje y filósofo”, lo describió López.
En 2014, la Legislatura porteña lo declaró Personalidad Destacada de la Cultura por su “compromiso popular” y por propagar “por toda la Ciudad de Buenos Aires una cultura multifacética que habla de sus orígenes, su gente en Misiones y el norte argentino”. Ese mismo año, el sello Los Años Luz publicó el notable disco El Cosechero (2014, Los Años Luz), en el que versiona sus piezas más entrañables, como “El Mensú”, “Mi pequeño amor”, “Pan de agua”, “Canto al Río Uruguay”, “Posadeña linda”, “Alma de lapacho”, “Retrato de un pescador” y “El Señor de los Campos”.
En sintonía con la sensibilidad social de autores como Atahualpa Yupanqui, en sus canciones Ayala le dio protagonismo a pescadores, jangaderos, tareferos, hacheros y trabajadores del algodón; personajes de monte adentro, de la inmensidad de la selva o los bordes del río. “A la ciudad la han cantado y pintado mucho, pero a Misiones no la pintó ni la cantó nadie. Entonces, el que golpea primero golpea dos veces. El hombre tiene una deuda con su tierra; si olvida su propia tierra está olvidando de sí mismo”, le decía Ayala a Página/12 en 2016, en su casa de San Cristóbal.
“Entonces, la obra está agarrada con el paisaje de Misiones, por eso es original. Soy un tipo que vive en la selva de cemento, pero estoy preocupado por la selva vegetal”, contaba. Y eso se reflejaba en los cuadros que colgaban en las paredes de su estudio: mujeres selváticas, caminos colorados, hombres de campo, plantas autóctonas y casas sencillas eran los motivos más frecuentes de su obra pictórica. Como artista visual ha desarrollado una extensa carrera que involucra premios y exposiciones en todo el mundo: Paraguay, Bolivia, Brasil, España, Italia y Alemania.
En los últimos años, junto a su mánager Naty Zonis, estaba trabajando sobre el rescate de su archivo personal. De hecho, en marzo del año pasado realizó el lanzamiento digital de su primer LP, Viaje Vegetal, editado en vinilo en 1963. En este disco se encuentran las primeras grabaciones de piezas como “El Cosechero”, “El Mensú”, “El Jangadero” y “El Moncho” junto a hallazgos como “Irupé” o “La Vertiente”. El catálogo de vinilos recuperados es un proyecto de restauración y digitalización de obra grabados por Ayala entre 1960 y 1990 en ése soporte.
En 2015, el Ministerio de Cultura de la Nación le publicó Las Trincheras Ardientes del Paraguay (Canto popular sobre la Guerra Grande), un libro ubicado entre la memoria popular y la historiografía clásica. Allí evoca a su madre María Morel, quien rememora “los ecos de las metrallas, los estallidos de la pólvora, los sueños rotos de una nación agredida por sus propios hermanos”. “Es un libro único en Latinoamérica. No hay un libro hecho en poesía que trate una temática tan inmensa y tan maldita como la Guerra de la Triple Alianza. Es un libro condenatorio de la Guerra y una exaltación de la vida. Tiene décimas que hablan de la vida y de la muerte, el hedor de la sangre”, le explicaba a este diario. Además, publicó los libros Poemas y Canciones (1985), Desde la Selva y el Río (1986) y Cuentos de Tierra Roja (1996), entre otros títulos.
“Creo que el artista debe trascender por sus condiciones, por su canto, por su persona, por su hombría de bien, por su trato con la gente, por las soluciones que aporta a la vida y por su arte”, le decía Ayala a este diario cuando se le preguntaba sobre la anonimia. “El artista tiene que ser un ser total. Ese es el artista verdadero, sino le falta algo. Entonces, si vos trascendés por tus canciones y no por tu persona es porque tu persona no vale lo suficiente como para trascender. Uno tiene que trascender por su entidad. Y yo creo que Ramón Ayala es una entidad. Los grandes actores de la humanidad son magos en el escenario y su persona también es un foco de atracción, va todo de la mano”.
“La vida es un regalo, no sé por qué la gente se queja. Hay que tener amigos, enamorarse, disfrutar de un libro, de una pintura, de la luz, de la música, de la vida. Yo he logrado todo lo que he querido en mi vida”, resaltaba este artista que se preocupaba más por el futuro que por el pasado. “He aprendido en el vivir y en el hacer cómo era la verdad de eso que estaba haciendo. No lo sabía. Un tipo joven es dudoso, no tiene tanta sabiduría. Pero cuando sos un tipo que anduviste y que tenés años encima, como yo, entonces sos un tipo creíble. Porque has gastado tu vida en pro del conocimiento”, decía en sus últimos años.
Como lo definió el músico entrerriano Carlos “Negro” Aguirre, Ramón Ayala leyó “con nitidez la compleja realidad de la vida en la selva y el río”. No obstante, Ayala no solo será recordado como uno de los compositores más importantes de Litoral, sino también como uno de los autores más originales de América latina. Porque su canción tiene carácter universal y atemporal.
Un homenaje muy merecido
En noviembre de 2022, el Centro Cultural Kirchner (CCK) le rindió un homenaje en el marco del ciclo Trayectoras. Con la presencia del propio Ramón Ayala, el Auditorio Nacional se vistió de gala para recibir a una orquesta de cuerdas dirigida por Juan de Dios Rivas, encargado de interpretar una selección de gualambaos instrumentales. Durante el homenaje, Cecilia Pahl le puso voz a “Posadeña linda” y la cantora catamarqueña Nadia Larcher hizo suya “Retrato de un pescador”, con la participación también del ensamble De Costa a Costa. Hasta su sobrino Walas, de Massacre, se hizo presente para cantar “El Mensú”. La canción está firmada por Ayala y el padre de Walas, el violinista Vicente Cidade. Todo queda en familia.