El feminismo cambió notablemente las maneras de concebir el amor, la amistad, el trabajo, la política, el humor, el poder, las ficciones, las publicidades y, por supuesto, los vínculos entre hombres y mujeres. “De manera instintiva o, tal vez, porque soy profesor universitario de literatura y cine, mi primera reacción fue indagar en novelas, películas, obras de arte y poemas para entender las recientes transformaciones y superar el mal trago de no entender por completo lo que pasa, en un momento en que todas mis amigas ya me hablan y me miran y me juzgan de una manera en la que antes no lo hacían”, escribe Gonzalo Aguilar (doctor en Letras) en la introducción a su libro, ¿Qué es más macho? Ensayos sobre las masculinidades (Fondo de Cultura Económica).
El autor define la masculinidad como “un mandato que se nos impone desde que nacemos, una iniciativa que nos es otorgada y un poder disponible al que podemos recurrir en diversas ocasiones” y alude a la idea de construcciones culturales naturalizadas. No propone un abordaje de las masculinidades alternativas sino de lo que se entiende por masculinidad en términos canónicos, eso que se inscribe en cuerpos, lenguajes y prácticas a través de los cuales los varones históricamente impusieron sus maneras de ver, pensar, sentir y comportarse.
A lo largo de 300 páginas Aguilar formula preguntas, tensiona este concepto más allá del sentido común y habilita una mirada que permite cuestionar el ¿viejo? mundo. El libro está dividido en tres secciones: la primera se titula “Deseos Raros” y contiene un notable ensayo sobre la poesía de Sor Juana Inés de la Cruz y su mirada clínica sobre la relación entre géneros, los hombres y sus modos de desear; otro sobre El túnel, de Ernesto Sabato, donde se pregunta por qué la novela fue leída durante tanto tiempo como “crimen pasional” cuando en verdad se trata de un femicidio; y otro sobre la hombría de Pedro Lemebel y el “crepúsculo del macho” en una tensión con la tradición de la izquierda latinoamericana, su salida del género (en el famoso manifiesto donde escribe “pongo el culo compañero”) y la búsqueda de un nuevo lugar de enunciación.
La segunda parte, “Miradas posesivas”, toma como materia prima la pintura y el cine. En el excelente ensayo sobre La Venus del espejo, Aguilar disecciona la pintura de Diego Velázquez como un tratado sobre la mirada masculina en un juego de dobles, retoma otras obras famosas y parte del caso de Slasher Mary –la activista que protestó contra el encarcelamiento de una militante feminista asestándole siete tajos al cuadro– para reflexionar sobre la veneración de las figuras idealizadas y su efecto en las mujeres reales. También escribe sobre el cine de Luis Buñuel, su fascinación con las piernas femeninas y el abordaje de las relaciones de poder, clase y género en una fusión de melodrama clásico y surrealismo que instala la mirada masculina como posesión pero también pone en foco la subjetividad femenina.
La tercera parte, “El fin de la transgresión masculina”, incluye cuatro ensayos: uno sobre el cine de Lucrecia Martel y la representación del acoso en La niña santa; otro sobre la literatura pornográfica de Hilda Hilst y su estrategia de “transgresión de la transgresión”, que no la denuncia sino que la lleva más allá; una reflexión sobre la narrativa de Clarice Lispector en La hora de la estrella a partir del mandato de masculinidad encarnado en sus personajes y, por último, un texto sobre la exquisita obra de la fotógrafa húngaro-brasileña Madalena Schwartz: el mundo travesti de San Pablo en los 60, la politicidad del fenómeno trans y las relaciones afectivas que ella desarrollaba con sus modelos (su punto más alto se halla en Samantha y el icónico retrato en el que ese cuerpo travesti amamanta una muñeca y le sustrae el falo al hombre).
¿Qué es más macho? cita una canción de Laurie Anderson y ya desde el título plantea una pregunta. Los ensayos ponen sobre la mesa cuestiones trascendentes para pensar la(s) masculinidad(es) de un modo ingenioso: recurre a la teoría pura pero también observa el fenómeno desde la potencia de las expresiones artísticas (literatura, pintura, fotografía, cine). Aguilar invita a reflexionar desde el arte, que es otra forma de acceder al conocimiento. Ese recorrido establece conexiones, reenvía al lector a encontrarse con esos libros, a mirar esas películas, a googlear esas fotografías y pinturas desde una nueva perspectiva para preguntarse: ¿cómo fue construyéndose la noción de masculinidad? ¿Cómo impactó esa construcción en los vínculos entre hombres y mujeres? ¿Desde qué lugar se cuestionan hoy esos mandatos?
Hay otra pregunta importante: ¿cómo salirse de los lugares comunes para elaborar un pensamiento? El epílogo se titula “Se va a caer” y, entre otros ejes, propone un abordaje de la idea de matriarcado en relación a las amazonas. Cabe preguntarse si, a la luz de la actual coyuntura, no es una frase demasiado optimista. Argentina hoy está presidida por Javier Milei, un señor que parece obsesionado con el repertorio de masculinidad impuesto a los hombres cis, un muchacho inseguro que necesita ocultar su papada con Photoshop y su vientre con camperas holgadas, besuquear a su novia frente a cientos de espectadores o registrar las medidas de su pie para que no haya dudas respecto de su talla y hombría. Si se quieren ver los efectos de la inscripción de esa pantomima masculina en un solo cuerpo, él podría ser un ejemplo de manual.
Pero esa inscripción no sólo se limita a sus comportamientos en tanto sujeto sino que además se traduce en actos públicos: Milei impulsó recortes en políticas de género y en Davos se refirió a “la pelea ridícula y antinatural entre el hombre y la mujer”, ya que “todos los hombres somos creados iguales y tenemos los mismos derechos inalienables otorgados por el Creador, entre los que se encuentran la vida, la libertad y la propiedad”.
Es allí donde Aguilar plantea un punto interesante porque advierte que, en el contexto actual, “la tenencia de la propiedad es una de las pocas cosas ‘sagradas’ que no admiten discusión”. Para explicar sus argumentos el autor cita a Silvia Federici, Simone de Beauvoir o Johann Bachofen, pero también teoriza a partir de la escritura de Alejandra Zambra, Oswald de Andrade o la película de Greta Gerwig, Barbie. En esa variedad de referencias reside la riqueza de este libro.