Un poco de historia y mucho de pasión son los componentes del reciente libro Desde La Boca – Cuando lo extraordinario se vuelve normal (Seix Barral), de Martín Kohan y Ricardo Cohen. Desde su condición de hinchas, los autores transmiten –no exentos de fanatismos– el sentido de pertenencia al club más popular de la Argentina.

Kohan, reconocido escritor, y Cohen, vinculado al mundo de la comunicación, dan forma a un libro de fútbol, aunque su intención apunte a describir y distinguir al hincha de Boca. La pregunta es si el hincha de Boca es distinto al de otros clubes. Kohan y Cohen sostienen que sí y lo cuentan con ejemplos. Pero si a esos ejemplos se le cambiaran los colores se podrían aplicar a quienes aman a otros equipos.

De hecho, los propios autores son quienes escriben sobre el final del trabajo que “el fútbol ofrece a sus hinchas la posibilidad de ser otros de sí mismos, de ser como no suelen ser, de ser como no son en el resto de sus cosas y del tiempo de sus vidas”.

Salvo que el lector sea de River. En ese caso, el riverplatense sentirá rechazo. Por ejemplo, como cuando se lee la historia de una abuela que dice “(…) para mí es de ‘Riber’. Para mí es de ‘Riber'”. E ironizan los autores: “La abuela de D. es profesora de francés, por lo que diferencia la bilabial de la dentolabial. Hemos decidido respetar y reproducir aquí la pronunciación por ella escogida, dados los hechos de público conocimiento”.

En las 178 páginas se cuenta por qué Boca es Boca a partir de la pertenencia barrial, del “huevo” –o la garra– de sus jugadores, de la condición humilde de sus vecinos y así. “Boca es una circunferencia cuyo centro está en todas partes, no es Dios, pero contiene dioses, y los promueve”, se lee. Y después: “Podría decirse (…) que Boca no tiene fanáticos. No los tiene porque, lo que indicaría la condición de un fanático para cualquier otro equipo de fútbol del mundo, en Boca es simplemente un hincha. Lo fuera de lo común, para otros, es lo común para el hincha de Boca. Un hincha más. Pero de Boca”.

También escriben que “Boca es sin dudas el equipo más querido de todos, porque lo quiere la mitad más uno; de ahí resulta que el resto, ese resto que son los demás, lo más frecuente es que lo odie. De ese odio Boca se nutre, el hincha hasta se ufana de eso. Y se jacta, con la fuerza algo prepotente que es propia de las mayorías, de su opción de autosuficiencia, de su marcada inclinación a prescindir enteramente de los otros: del ‘nunca hicimos amistades’, que se lee en la tribuna, al ‘no me importa lo que digan / lo que digan los demás’, que en las tribunas se canta”.

A las teorías se les agregan historias, como la del padrino que secuestra a su sobrino para hacerlo de Boca o la del padre y su hijo distanciados pero que se encuentran afectivamente para compartir un partido.

Otra de las referencias a la condición de bosteros es el barro, graficado en tres fotos. La primera es la de Roberto Mouzo, en emblema boquense, caminando descalzo tras un entrenamiento y con sus botines en una mano, tapado de barro: apenas se nota la franja amarilla de su camiseta. La segunda imagen es la icónica de Diego Maradona, Hugo Gatti y Miguel Brindisi –los tres embarrados– que fue tapa de El Gráfico en 1981. “Es difícil (o imposible) que pueda haber una imagen de fútbol más colmada de talento, sutileza en el juego, creatividad, imaginación, alegría”. Y la tercera corresponde a otro ícono: Blas Armando Giunta –también embarrado en medio de un partido–, que, escriben, “al levantarse, parece emerger del propio barro. Un caso distinto, singular, en el que hablar de ‘pies de barro’ solo puede indicar firmeza, dureza, resistencia, fortaleza, consistencia, solidez”.

No faltan las referencias a la Bombonera: “Hay canchas que, por gélidas y quisquillosas, tienden a cobrar por completo un aire de plateísmo. Y hay una, que es la de Boca, en la que todos los sectores (plateas altas, medias y bajas, plateas preferenciales, palcos comunes y palcos vip) funcionan como las tribunas populares (las tres bandejas del Riachuelo y las tres, ahora de nuevo las tres, bandejas de Casa Amarilla”. Y luego: “En toda La Bombonera se vive una popular. Es esa la experiencia que proporciona y la vuelve inigualable”.

Hay referencias a ídolos y, de paso, al recuerdo de aquel que prefirió irse a la vereda de enfrente. Ahí aparecen Hugo Perotti y El Tano Pernía. Tras elogiar a ambos, se lee lo que pasó en la previa del primer superclásico de Oscar Ruggeri, surgido de las inferiores de Boca: “El aire gélido de esta cancha se calienta con las palabras de Pernía. Que se acerca a su compañero, el muy joven Oscar Ruggeri, y con su mirada recia le espeta: ‘Si se te llega a escapar el nueve, te cago a trompadas’. Ruggeri entiende que eso que le está diciendo se lo está diciendo en serio. Que Pernía lo va a cagar a trompadas si el nueve se le llega a escapar. No ocurrió, no fue necesario, las palabras surtieron efecto. Luque ese día ni la tocó. La vida ofrece rumbos distintos y cada quien elige cuál tomar. Perotti siguió en el club. Y hasta hoy, y para siempre, se le agradecen con devoción los dos goles al Deportivo Cali en una final de la Libertadores, la corrida y el gol a Estudiantes de La Plata (…), el gol decisivo a Ferro, con pase de Maradona, que provocó uno de los mayores movimientos de masa (no de masas, sino de masa) del que se tenga memoria en la historia argentina; se le agradece, en fin, todo lo que hizo y le dio a Boca. El otro, por su parte, se fue a otro club. Todavía mendiga, por televisión, y porque participó de la obtención del único título mayor de ese otro club, un reconocimiento que nunca tuvo y por lo visto nunca tendrá. Protesta amargamente por esa ingratitud terrible, como si no se la hubiese buscado”.



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