¿Victoria Villarruel diciendo que Argentina 1985 es una película pro guerrilla es una sátira o es una de terror? La candidata a vice fue consagrada hace rato como locomotora del tren fantasma de la lista de La Libertad Avanza. Un Micky Vainilla sin chiste. ¿Entonces, ya está? ¿Ya podemos hacer bromas con cualquier cosa? Quizás dependa no del tema sino del blanco de la burla: eso podría estar queriendo decir El Conde, la película de Pablo Larraín -el director de No, Tony Manero y El club-, que se puede ver en Netflix.
El Conde retrata a Augusto Pinochet como un vampiro que sigue chupando la sangre de Chile. Terror clase B, humor negro, denuncia de los crímenes económicos de la dictadura: todo mezclado porque es imposible que los límites de la sátira no implosionen en tiempos de freak show negacionista, que desfila ¡vivo! todos los días por las noticias. Y que supera, sólo con su existencia, cualquier meme. Quizás todo eso (que no es un fenómeno únicamente argentino, sino global) le haya dado pie a Larraín para bromear con semejante cosa como el pinochetismo.
La historia de Claude Pinoche
La película empieza con un recorrido por las vidas de Claude Pinoche, un niño que creció en un orfanato durante el siglo XVIII. Fue oficial de Luis XVI hasta la Revolución Francesa. Como vampiro reapareció luchando contra las revoluciones del mundo: Haití, Rusia, Argelia. Probó sangre de todos lados, pero la inglesa es su favorita. En 1935 recaló en un país “insignificante, de campesinos”, para asentarse definitivamente. El resto de su actividad en Chile es conocida.
El presente de la película muestra a un anciano (interpretado por Jaime Vadell) harto de vivir. Después de haber fingido varias veces su muerte en los últimos siglos, El Conde decidió dejarse morir mediante una huelga de hambre. Se arrastra con un andador con ayuda de su mayordomo Fyodor (Alfredo Castro), también vampiro, que mantiene un romance con Lucía Hiriart (Gloria Münchmeyer), a la que todavía ninguno de los dos mordió. Y en esas estaban hasta la visita de los hijos de la pareja, que más que a despedirse llegan a la casa de campo, donde El Conde y Lucía viven aislados, para asegurarse la repartija de la herencia.
Terror económico
Si bien está orgulloso de haberse destacado como asesino “de rojos”, El Conde no acepta que lo llamen ladrón. Y de esa condición se habla mucho en la película porque su eje es la investigación de una monja, que llega haciéndose pasar por contadora (cuando en verdad es una exorcista), para conseguir pruebas de la fortuna de la familia escondida en el exterior. Viene a “ordenar los papeles” para limpiar lo que el comandante llama “deslices de contabilidad”.
“El juez sólo encontró 125”, dice uno de sus hijos en referencia a las cuentas millonarias detectadas en Estados Unidos. Cuando la Justicia estadounidense ordenó levantar el secreto bancario tras el atentado contra las Torres Gemelas, para encontrar dinero proveniente del terrorismo, apareció información bancaria de Pinochet. En la causa que incluía la malversación de fondos públicos y 18 millones de dólares no declarados, su esposa y su hijo menor fueron procesados como cómplices de la estafa al Estado chileno. La causa fue conocida como el Caso Riggs.
Típico de película de vampiros: Carmen, la monja-cazadora, termina seducida por la bestia. Tenía la misión de redimirlo o matarlo pero termina tentada por la inmortalidad y el dinero. El vampirismo aparece como metáfora de muchos temas: desde la rapiña y el saqueo de la república pero también de fidelización de sus perros de caza.
Lo brutal, a mucha honra
El tono de comedia que incomoda y el coqueteo con el gore (de una violencia por momentos difícil de aguantar) conectan directamente con los modales y el estilo del presente. Lo brutal y a mucha honra, en el contenido y en la superficie. Si Claude Pinoche nunca muere es porque Pinochet no para de volver aunque parezca que ya se le dio entierro. Su sustrato es la cultura de derechas: un tipo de pensamiento, unas formas de sentir, acepciones, prejuicios, aspiraciones.
Esas posiciones hasta hace un tiempo eran en gran medida sotto voce, de submundos, de foros espectrales, de channeros, sectores marginales, pero ahora pueden pasear bajo el sol sin prenderse fuego, en versión “torture porn”. Buscan librarse “del bozal de la corrección política” y cuando se les cuestiona la incitación al odio y al delito, argumentan en defensa de una libertad de expresión, de la que en verdad nunca pararon de gozar.
La sangre de Chile le asegura al Conde y a sus colaboradores, que le prometieron obediencia, continuidad post mortem. Los vampiros no son únicamente cosa del pasado: son un presente que retorna con promesa de exterminio. Podrían ser futuro. Pinochet not dead: lo mantienen vivo en horario central la arenga, la postura y hasta la campera de cuero robadas al movimiento punk.
Vampirismo explícito
De este lado de la Cordillera, esta semana reapareció Cecilia Pando con una exigencia en un video grabado. Pidió “una solución” para los represores presos que “están ilegalmente detenidos por los llamados delitos de lesa humanidad”. Pando, la presidenta de la Asociación de Familiares y Amigos de Presos Políticos de Argentina, es una antigua colaboradora de la candidata a vicepresidenta Villarruel pero se encuentra enemistada con ella por diferencias sobre la estrategia de cómo plantear en público el pedido de liberación de los militares condenados.
Dijo en concreto que en un hipotético gobierno de Javier Milei se van a tener que “tomar medidas no gratas, que tal vez requieran la participación de las Fuerzas Armadas”. La intervención de las fuerzas policiales y militares no va a ser posible “si no se resuelve el tema de las detenciones ilegales a aquellas personas que lucharon contra el terrorismo. Una similitud entre el juego de Pando y la película es que ahí se menciona que, acorralado por las investigaciones en su contra, Pinochet amenazó con liderar nuevos golpes. El mensaje de Pando también es extorsivo, sin sutilezas.
Si un candidato a presidente, en el año 2023, puede citar textualmente a Videla, sin titubear y sin réplicas, entonces, el tiempo que vivimos tiene esa lógica vampiro de la que habla El Conde. Caminan entre nosotros, nunca se fueron. Beben de las promesas que no pudo cumplir la democracia. Así es cómo hacia el final, Pinochet recupera su potencia, vampiriza a su amante, recibe un apoyo internacional -gran sorpresa de la película-. Rejuvenece al imaginar las masacres por venir.