Los profundos ojos azules de Pascal Quignard, ganador del Premio Formentor 2023, se iluminan cuando confiesa que quiere escribir “literatura callada”. El reposo del sonido es como una calle en diagonal del pensamiento. “El barroco pretende aumentar la intensidad de lo que se experimenta y la literatura buscar aumentar también la experiencia de la vida. La lengua escrita se calla y sale del silencio”, dice el escritor francés que se presentará en la Serie de Lecturas Frost, este miércoles 18 a las 19 horas en el Xirgu Espacio Untref (Chacabuco 875), organizada por la Maestría en Escritura Creativa de la Universidad Nacional de Tres de Febrero. En su primera visita a Argentina, el autor de El origen de la danza (Interzona) y El hombre de las tres letras (El Cuenco de Plata), undécimo volumen de su monumental obra Último reino, disertará sobre el proceso de escritura, leerá fragmentos de su obra y dialogará con Silvio Mattoni, poeta, investigador y traductor de algunos de sus libros, y con Lucía Dorín, escritora y traductora.

La visita del escritor y también músico francés, pianista y violonchelista, que se define como “un barroco que busca la intensidad de la emoción por cualquier medio”, es posible gracias al auspicio de la Fondation Jan Michalski, la Fundación Medifé, el apoyo del Instituto Francés de Argentina y la Embajada de Francia. Quignard -que nació en 1948 en Verneuil-sur-Avre, en el seno de una familia de músicos y gramáticos- trabajó en Gallimard, un gigante de la edición, y fue el secretario general de la editorial hasta que en 1994 decidió dejarlo todo y retirarse a escribir. Entonces se instaló en Sens, a 130 kilómetros de la capital francesa, en el departamento del Yonne. “Para dejar un trabajo hay que haberlo trabajado; durante veinticinco años traté de hacer lo que más iba en contra de mí, que es la vida social. Como todos los barrocos, tal como en el siglo XVII, después de los 45 años dejamos la sociedad. Perdemos dinero y perdemos a todos los amigos porque estamos cuestionando los valores que defienden y la actividad en la que ellos continúan”, recuerda el escritor que estudió filosofía en Nanterre con Immanuel Lèvinas, Jean-François Lyotard y Paul Ricoeur.

Cuando fue editor en Gallimard, el escritor argentino Héctor Bianciotti, que vivió en París desde principios de los años ’60 hasta su muerte en 2012, le presentó a Jorge Luis Borges en un hotel. “En cuanto al encuentro, físicamente un hombre ciego no permite mucho contacto”, repasa Quignard su experiencia con el autor de El Aleph. “Mallarmé creó el simbolismo, esa aventura maravillosa. Borges fue el último simbolista y también el último enciclopedista”, subraya el escritor francés durante un encuentro con los periodistas en el que estuvo acompañado por la escritora María Negroni, directora de la maestría en Escritura Creativa de la Untref; Daniela Gutiérrez, gerenta general de la Fundación Medifé; Mateo Schapire, del Instituto Francés; y la editora francesa y compañera del escritor, Martine Saada. No sabe “muy bien” si la literatura reemplazó a la música. Cuenta que sigue tocando el violín y el violonchelo, aunque “los dedos con la edad no responden”. Ahora toca más el piano y “reserva la música para el crepúsculo” (del día y de su vida).

“Se puede transcribir una misma lengua hablada en muchas escrituras distintas que la tratan cada una según su modo inapropiado, lúdico, genial, histórico, autónomo”, plantea el escritor francés en el extraordinario El hombre de las tres letras. “La página escrita no transcribe la onda fónica sino cada una de las imágenes que son alineadas en la piel animal raspada, en el caparazón, en la superficie virgen de la corteza dada vuelta, en el ladrillo crudo, en la hoja de loto, en el papel de arroz, y hace visible al cabo de un aprendizaje, lo invisible que ellas amarran. La escritura trans-porta, trans-fiere, meta-foriza, tira, atrae, anuda, ata, clava. Nunca concuerda con el aliento, nunca consuena, nunca vocaliza: remolca el alma de la que expulsó todo el aliento, la capta, orienta su mundo. La escritura busca sin tregua una cosa distinta de lo que anota sobre lo que evoca. La escritura no lee nunca: siempre piensa”.

En la serie Último reino trata de buscar “otra manera de pensar en el límite del sueño”. Quignard reflexiona sobre la conexión entre sueño y escritura. “El sueño es la noche y yo escribo saliendo de la noche. El relato de un sueño es lengua; pero en la historia de la humanidad entre el sueño y el relato del sueño hay algo particular que es el cuento. En la serie Último Reino, creo que soy el único escritor francés que escribió tantos cuentos, 300 o 400 tal vez. Los cuentos tienen una estructura más simple todavía que los sueños”. El escritor barroco que ama los libros explica, con lucidez y austeridad, el pasaje entre lectura y escritura. “La lectura es la experiencia más profunda que no está hecha para todos. Leer es dejarse invadir por completo por otro mundo; el lector es completamente pasivo y se deja desbordar. Cuando uno no hace otra cosa que leer como yo, hay algunas lecturas que faltan. Esos son los libros que uno escribe”.

En los libros de la serie Ultimo reino aparecen cuentos con muchas personas que existieron. Para componerlos apeló a los japoneses, que le enseñaron a simplificar “hasta el extremo” una vida. En El hombre de las tres letras recuerda a Zeami, una de las figuras más relevantes de la cultura clásica japonesa. “Yo robé todo lo que leí”, dice uno de los personajes. “En Europa creemos que uno se engendra a sí mismo, pero no nos engendramos a nosotros mismos. Somos el fruto misterioso del cuerpo de nuestros padres, de estructuras. Robamos todo y sin culpabilidad. Quien pretenda tener algo sincero o auténtico es mentiroso”, advierte Quignard que se define como un “escritor monolingüe”, pero no hay en ese modo de estar en el mundo una preferencia exclusiva por la lengua francesa sino una elección. “Yo trabajo la lengua de la lengua, un concepto vertical: francés, latín, griego antiguo, sánscrito. Soy un escritor arqueólogo, siempre estuve obsesionado por el origen de las cosas”. Su interés por la etimología es para “darle nueva vida a lo muerto” porque “el Big Bang continúa”. “Buscar la verdad es imposible, pero es lo que me gusta”, agrega el escritor francés.

Dos editoriales argentinas están publicando la obra de Quignard. El Cuenco de Plata editó el monumental Último reino desde el primer tomo, Las sombras errantes. Se fueron sumando Sobre lo anterior (II), Abismos (III), Las paradisíacas (IV), Sordidísimos (V), La barca silenciosa(VI), Los desarzonados (VII), Vida secreta (VIII), Morir por pensar (IX), El niño de Ingolstadt (X) y El hombre de las tres letras (XI). También por El Cuenco de Plata han aparecido En ese jardín que amábamos, Las lágrimas y El ser del balbuceo. Interzona, en tanto, aportó tres títulos: El hombre en la punta de la lengua, El origen de la danza y Princesa, vieja reina. En estos libros se puede comprobar la importancia que tiene el fragmento para el escritor francés, que ha sido distinguido con el Premio Goncourt por Las sombras errantes y el Marguerite Yourcenar por el conjunto de su obra. “Nací en una ciudad en ruinas y tuve que esperar siete años para ver la reconstrucción. Durante mucho tiempo, sólo conocí escombros. Siempre escribo sobre las ruinas”, concluye Quignard.



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