Con la intención de reflejar cómo es habitar un mundo signado por el cambio climático, la guerra, el terrorismo y eventos globales como la pandemia, el escritor y físico italiano Paolo Giordano traza en su último libro, Tasmania, un mapa de un presente en crisis y una reivindicación de la ciencia pero sin la pátina de la sacralización para dar lugar a “la más existencial” de sus novelas “con el único objetivo de contar cómo es existir y sobrevivir”.

En el marco de una conferencia de prensa organizada por el sello Tusquets por el lanzamiento de su quinta novela y tras el anuncio de que el sello también reeditará en su catálogo La soledad de los números primos, el libro con el que ganó el Strega en 2008 y se hizo conocido a nivel mundial, Giordano contó cómo pensó el andamiaje de Tasmania, que aunque fue escrito durante el encierro pandémico sucede entre noviembre de 2015 y los meses previos a la pandemia.

“Me interesaba mucho explorar la sensación de amenaza y el hecho de vivir en una crisis tras otra, pero que también fuera una manera de tomarle el pelo a nuestro tiempo. Por eso llamé a la primera parte `En caso de apocalipsis, una sensación que todos los meses se renueva. La amenaza apocalíptica es la música de fondo que nos toca, que enfrentamos a diario y que debemos poner en perspectiva”, cuenta el autor, quien a su vez reconoce que se trata de su novela más esperanzadora. “Es curioso cómo funciona la esperanza en el texto. Tasmania quizás es el libro que tiene más crisis y más esperanza porque hay un esfuerzo explícito en intentar construirla. ¿Hay posibilidad de construir la esperanza? Después de la pandemia, todos somos sobrevivientes de lo que ocurrió y eso tiene que ayudarnos a pensar desde esa posición”, reflexiona.

El narrador de Tasmania, un periodista científico que viaja a París para cubrir una cumbre sobre el cambio climático, descubre a la ciudad enrarecida después de los atentados yihadistas en Bataclán. La crisis refleja, a su vez, una crisis más íntima y personal: la que atraviesa con su compañera, Lorenza. Mientras prepara un libro sobre los efectos radiactivos de la bomba atómica, descubre que, en caso de una gran catástrofe mundial, Tasmania es uno de los mejores lugares donde refugiarse.

En ese camino de búsqueda también se encuentra con personajes que surfean crisis: un amigo recién separado, un climatólogo experto en nubes pero sexista y muy torpe para adaptarse al cambio cultural en el ámbito profesional, una periodista de guerra y un sacerdote que cree haber perdido la fe tras descubrir el amor por una mujer. 

Más allá de las crisis epocales, el escritor ha advertido en alguna oportunidad que “lo que no nos deja dormir no es el fin del mundo sino el fin del amor”. “Tal vez esto se haya interpretado en un sentido romántico, pero creo que en medio de todas estas crisis y conflictos, las cosas que nos atormentan por la noche son cosas cercanas como el amor, los hijos, los padres o el sexo. Son todas cosas que forman parte de nuestra vida como seres humanos”.

Ante esa “policrisis” de nuestros días, lo que más le preocupa es como se diluye la idea de real: “Ya sea el cambio climático o la guerra entre Israel y Hamas el rasgo común y muy preocupante es que de inmediato existen por lo menos dos realidades y eso hace que el mundo nos resulte muy poco fiable. La tecnología solo va a empeorar esto. La pérdida del sentido común de lo real me aterra”.

Giordano también se animó a explorar los vínculos entre religión, fe y ciencia, tanto en la novela como en su biografía. “Este mes, con el conflicto entre Israel y Hamas, estamos viendo cómo la religión puede ser una fuente de malentendidos y conflictos. La fe, en cambio, es otra cosa. Yo crecí en un ámbito laico y estudié física en un contexto ateo. Pero, por alguna razón especial, a lo largo de mi vida he ido buscando el contacto con la fe o con personas que la profesan. En Tasmania, la idea de fe viene con un cura, Karol, que atraviesa una crisis personal: creía tener una fe en Dios pero a través del enamoramiento descubre una fe más específica en Cristo, en la parte humana de la religión. Es un recorrido que he visto en algunas personas ligadas a la ciencia y me ha fascinado”, admite el autor. Y, en esa línea, advierte la importancia de “entender lo que hay de sagrado en cada ser humano”: “Si advertir esa parte sagrada de la vida fuera algo común, estoy seguro de que los conflictos religiosos e ideológicos perderían fuerza”.

Giordano, quien durante la charla hizo notar que su biblioteca estaba repleta de libros sobre el cambio climático y temas vinculados como la biodiversidad, sabe que es muy complejo que el tema, más allá de su importancia, pueda ser abordado de forma apasionante. “Hay que encontrar la forma de contar el cambio climático para que nos toque en lo profundo, y eso es difícil. Hace falta sentir de verdad cómo la crisis climática influirá en el presente y las relaciones humanas en la medida en que cambiará el tejido social. Por eso abordé el tema de la bomba atómica. Los sobrevivientes pueden contarnos cómo es vivir entre los escombros y qué mundo dejaron”, reflexiona.

Licenciado en Física teórica pero con un camino recorrido en la literatura y el periodismo, Giordano se sabe parte de una familia de intelectuales italianos que han oscilado entre la ciencia y las letras, cuyo máximo referente probablemente sea Primo Levi. “Me gusta poner en contacto estos dos lenguajes”, reconoce.

Y arriesga un tipo de vínculo entre sus dos campos de saber en el marco de la coyuntura social y política más inmediata: “El gobierno de derecha que tenemos ahora en Italia viene insistiendo con que debemos hablar solo usando palabras en italiano para resguardar el idioma. En un mundo tan globalizado, es algo que puede llevarlo a unas paradojas tremendas. En la novela intento que el lenguaje de la ciencia penetre en la literatura porque creo que genera un efecto interesante y porque enriquece el debate. Las novelas también tienen que ser experimentos de palabras y las ciencias dan muchas ideas nuevas para eso”.



Fuente Pagina12