Este lunes 18 de diciembre, a partir de las 20, Mariana Enríquez volverá a presentar su stand up literario No traigan flores. Esta vez lo hará en el Teatro Coliseo (Marcelo T. de Alvear 1125). Y, según lo que adelanta, no sólo será la última función de este año sino también de esta experiencia performática, que arrancó en marzo pasado. “Para el año que viene no tengo previsto casi nada. No sé si lo volveré a hacer, incluso”, adelanta la escritora, periodista y editora del suplemento Radar de Página/12. “Empezó como una cosa de puro disfrute y ganas de hacerlo. Vi que había un público. Era el desafío de ver si la lectura se podía sostener sobre un escenario. Comento las cosas que leo. Hay un diálogo intrínseco con la gente que va, pero el foco está puesto en leer. Quería llevarlo a las provincias y ver cómo funcionaba. El año que viene tengo otro tipo de proyecto. Y bueno: ahí estamos”.
Al igual que sucedió en las presentaciones anteriores, la rockstar literaria leerá textos propios y ajenos, así como relatos inéditos y clásicos, narrados en primera persona. En medio de su gira por Rosario, Córdoba y Mendoza, en complicidad con el artista visual Alejandro Bustos y el contrabajista Horacio “Mono” Hurtado, Enríquez lanzó en octubre pasado su más reciente libro, Porque demasiado no es suficiente, ensayo en el que, al igual que en la novela Cómo desaparecer complemente o Este es el mar, alude a sus referencias musicales. Suede, Kurt Cobain y Nick Cave figuran entre ellas, pero no son las únicas que atraviesan a su obra. Por eso, Página/12 la convocó para hablar de eso que tanto la obsesiona.
-A propósito de la vorágine de festivales y recitales que hubo este año en Buenos Aires, ¿fuiste a ver alguno?
-Voy a ver shows, pero no en festivales. No me gustan. Tampoco me gusta su método de compra, de ir sin saber primero quién toca. En eso soy una señora grande. Este año el tipo de recital que me entusiasmó, y que es el tipo de show que me gusta ver, fue el The Big Six (supergrupo de deathcore, conformado por seis de los mejores cantantes del género). Es una de las bandas nuevas que más me gusta y la vi en Australia, en un lugar chico. Acá, en Buenos Aires, vi a Mayhem (noruegos iconos del black metal), que hoy es una banda tributo a sí misma (se refiere a los cambios de formación), en El Teatrito. Me interesó verlos en un lugar chiquito. Esos fueron los shows más interesantes que vi este año. Tampoco es que fui a tantos shows, porque estuve viajando mucho.
-Estos grupos son afines al perfil de artistas sobre los que solés hacer referencia cada vez que te preguntan sobre tus gustos musicales: próximos al rock industrial, al rock gótico o al post punk. ¿Cómo consumís música en esta época?
-Mi marido y yo somos muy “obses” de la música. Y, en general, estamos en servicios online y cosas así que nos avisan de novedades. Leemos bastante prensa musical, o lo que queda de ella. De acuerdo a eso, escuchamos los discos en Spotify o los bajamos. Mucha recomendación no estoy atendiendo. Ultimamente, me está pasando que no me cierran. No sé. Hay una idea de lo que me podría gustar, que finalmente no me gusta tanto. Él es muy fan de artistas como Will Oldham, Low y el shoegaze verdadero, como el de My Bloody Valentine. Y ambos escuchamos música country. Más o menos vamos por esos caminos.
-Según datos de la compañía Luminate, este año creció la escucha de country y folk fuera de los países angloparlantes, lo que bien refleja el furor que existe por Taylor Swift, una artista nacida en esos géneros. ¿Cómo vivís la transformación que experimenta la música?
-Lo primero que destaco es la sobreoferta. Ni siquiera me llama la atención lo que pasa en esta época. Esto ya viene pasando en los últimos 20 años, más o menos. Si es cierto que el folk y la música triste crecieron, creo, a partir de Lana del Rey. Si bien el algoritmo te deber llevar para allá, lo que me pasa con ella, por ejemplo, es que está dentro de la música que me gusta. Soy muy fan de todo del country outlaw (entre los referentes iniciáticos de esta etiqueta resaltan Willie Nelson, Johnny Cash y Kris Kristofferson), pero también del más reciente. Pero no me gusta casi ninguna de las versiones de la música urbana. Eso me deja afuera de un montón de cosas y por primera vez en mucho tiempo una gran cantidad de la música que consumen los más jóvenes no me gusta en lo absoluto. No me gusta el trap y padezco el reggaetón. Quizá lo único que me gustó, en ese sentido, fue Kendrick Lamar. Su show fue lo mejor que vi fuera de lo obvio. Fue impresionante. Es más: él es una obsesión para mí porque es excesivamente bueno.
-Hace unos años, en la Argentina se decía que el trap era el nuevo punk. Pero en el último año el punk y el post punk salieron a responderle a la música urbana. ¿Estás al tanto de esa movida?
Sí, estoy al tanto. Sigo a Winona Riders, a Kill Flora, a Nenagenix. Me parecen buenos, pero tendría que aparecer uno que me guste mucho para no decir: “Ah, ya entendí. Ya sé lo que es esto”. Por esa misma razón no me puedo entusiasmar con Idles (la banda británica de post punk estuvo en la programación del Lollapalooza local de 2022), por ejemplo. Ellos me suenan a todo lo que escuché en mi vida. Fat White Family me gusta más un poco más. En eso sí me está pesando la falta de sorpresa. En ese sentido, la sorpresa me viene más desde artistas pop. Las Fin del Mundo y Nenagenix me parecen muy buenas. Pero decirte que esa respuesta me entusiasma… soy demasiado grande para eso. Eso entra en la lógica musical de gente que tiene 30 años menos que yo.
-¿Te angustia o te genera algún tipo de ruido sentirte fuera de la evolución de los géneros musicales con los que te formaste?
-Ya no participo en ese campo de batalla, sólo lo observo. Pero en el pop y en algunas bandas que escucho que son de otro lugar, hay una especie de interés por lo masivo que a lo mejor en mi etapa de periodista no tenía. Cuando Madonna vino a la Argentina, toda la maquinaria de las estrellas pop estaba bastante lejos del periodismo de rock, lo que me parece lamentable como análisis. Britney Spears no salía en la tapa del Suplemento No, por ejemplo. Y a mí su trayectoria, narrativamente hablando, es algo que me resulta súper interesante, de la misma manera que me parecen interesantes los artistas de pop de ahora. De hecho, estoy viendo el documental de Robbie Williams. Se ve que tiene bastantes problemas porque no quiso dar un acceso completo a toda su vida. Me gustó mucho pensar en este joven hombre, contemporáneo a mí, pasándole todo lo que sucedió: qué significa tocar para 700 mil personas, cuánto se ocultaba. Quizás es una cosa nostálgica de los últimos ’90 y los primeros 2000. Me tomo muy en serio en este momento ese tipo de artistas que no se pensaron tanto desde el periodismo de rock. No recuerdo haber ofrecido, al menos en los ’90, una nota de Take That. Ahora eso es distinto.
-El K-pop heredó el legado de las boy bands occidentales de los ’90, escena de la que fueron parte, amén de Take That, Backstreet Boys, NSYNC, New Kids on the Block u One Direction. ¿Te interesa lo que pasa con el pop coreano actual?
-Mucho. No me interesan musicalmente, pero sí me atrae el fandom alrededor de eso. Me parece muy misterioso lo que hay detrás de esos artistas, en algún punto. Todas estas cosas tan grandes sacan el espacio para lo demás. Esto me llama la atención, más allá de lo que estoy escuchando. Ahora me encuentro consumiendo Black Country, New Road, al igual que Mitski y Fantastic Negrito. De vuelta, la parte de un interés filosociológico, de analizar qué está pasando con esto, me parece más interesante en el pop que lo que sucede con el rock. En el indie o en el rock no conseguí el tipo de narrativa que me llame la atención.
-Eso qué decís tiene que ver, en parte, con la manera en que la tecnología impactó en la cultura y en el arte, en general. A raíz de esto, quedó estacionado en el imaginario que los chicos no leen tanto. ¿Estás de acuerdo?
-Por mi experiencia como escritora, vengo de un año en el que me encontré con una gran cantidad de lectores jóvenes. Y te digo que es enorme, lo que me sorprende. Si bien la tecnología determina un montón de cosas, hay mucha gente haciendo fanzines y que tiene editoriales independientes. Por eso no estoy de acuerdo con esa afirmación.
-Al menos en la Argentina, lo que sí es notable en los últimos tiempos es el auge de la literatura de música.
-Eso es muy importante no sólo acá sino también en todas partes. Además, a eso hay que añadirle que hay muchos libros de músicos, como el de Jarvis Cocker (se titula Pop bueno, pop malo, y ya se consigue en el país). Lo que sucede con todo lo que gira en torno a Internet es que se dispersa, y el libro es un dispositivo contenedor y medio infalible. Si perdés el libro, ¿qué importa? En algún lugar estará ese archivo. Tiene una cosa muy anticuada en lo concreto que es su cualidad definitiva. Eso sigue haciendo que sea el depósito de la historia. En la Argentina, la editorial Caja Negra publicó La biblia psíquika, de Genesis Breyer P-Orridge, que cuando era chica era lo más inconseguible del planeta Tierra. Se está publicando además la colección ¿Por qué escuchamos a…?, y cosas tipo los Ramones en Argentina. O La lengua universal. Fans de los Rolling Stones alrededor del mundo. Eso demuestra que existe un interés por los fenómenos periféricos: el fenómeno fan. Creo que hay un porcentaje de nostalgia y, por otra parte, es una consecuencia de la dispersión que provoca la tecnología. Si existe esto es porque hay un mercado. Y ese mercado es de la gente grande. Gente de que tiene mi edad, 45 o 50 años. Tiene el envión económico. PJ Havey sacando poemas: son muy malos, pero hay un mercado para eso. Cuando ves el libro, hay una caja y su textura. Es muy impresionante todo eso. Pero me interesa más el periodismo de análisis de bandas o de recuperación.
-¿Qué opinión te merece la intelectualización de fenómenos populares como la cumbia? Hay una entrevista en la que Pablo Lescano, ante la reflexión de su interlocutor acerca de su música, responde que no entiende a qué se refiere porque él sólo hace música.
-Creo que mi respuesta está implícita en lo que dijo Pablo. Primero, son dos mundos diferentes. Y cuando llegó a la academia o al libro, ya fue, no es más un fenómeno popular que haga vibrar a la gente. Está bien que se haga, pero lo que quiero decir que es un poco vano capturar el ritmo de la calle. Así como en la música tenés una sobreoferta, en la academia existe una sobreoferta desesperada de sacar el libro para tratar de explicar la cultura. Tengo poco que ver con la academia, pero sí entiendo al periodismo en ese sentido como más analítico. Soy muy consciente de que el hecho ya está consumado y que corro desde atrás. Estás tratando de atrapar algo inasible. Y en cierta manera, eso me parece tierno.
-En una entrevista dijiste que te obsesiona más la música que la literatura. Si bien lanzaste ese titular, no ahondaste en tus razones. ¿Te animás?
-Creo que es difícil explicar por qué te obsesiona más algo. El otro día estaban pasando en la BBC el funeral de Shane MacGowan (líder de la banda de punk celta The Pogues). No sólo lo miré entero sino que me emocioné. Y hasta me desesperé tratando de buscar la versión de Nick Cave cantando ahí su versión de “A Rainy Night in Soho”, lo que me puso súper contenta. En el cumpleaños 60 de Shane la cantó Bono, que es un ser que no me interesa. Sobre lo que sucedió en ese evento podría estar hablando una hora y media acerca de esas dos versiones, de lo que dijo la mujer de Shane en el funeral, de lo que extrañé que falte Sinéad O’Connor, y de que últimamente no hay artistas irlandeses a su altura. Eso no me pasa con ningún escritor.
-¿En serio?
-Este año se murió mi escritor favorito, Cormac McCarthy, y no sé ni dónde está enterrado. Y ya tengo mi entrada para ver el 20 de junio a Bruce Springsteen en Barcelona. Siempre quise verlo en vivo allá porque hay un fandom muy impresionante (San Sebastián es una de las plazas favoritas del músico estadounidense en todo el mundo). Después de comprar la entrada, hablé con mi agente para preguntarle si había algún festival de literatura en junio en Europa, para que me metiera. Jamás mi ambición inicial era ir a un festival de literatura, porque me interesa lo que pasa ahí o quiero conocer a tal escritor: lo que más me importa es ver a Springsteen en Barcelona. Me sucede lo mismo con los libros. Lo que no quiere decir que cuando yo escribo no sienta esa pasión.
-¿Pensaste a qué se debe ese arrebato?
-Creo que la enorme diferencia entre la literatura y la música popular es que ésta acompaña mucho más tu vida y es contemporánea, a diferencia de la literatura, que es más lenta. Lo que sí me pasa entre ambas es que me gustan más escritores jóvenes que músicos jóvenes. Pero si llego a encontrar a un músico más joven que yo que me guste mucho, pierdo un poco la cabeza. Tengo muchas ganas de ver a Mitski en vivo, para que te des una idea. Hace tres días que vengo mirando fechas y ya me enteré de que hará en Broadway la banda de sonido de The Queen’s Gambit. Es muy raro que me pase eso con un escritor. Esto tiene que ver con cómo vivís las cosas.
Periodismo musical
Una aguja en un pajar
Mariana Enríquez supo ser una de las periodistas de rock más importantes del país. Ahora, a la distancia y con el tiempo, repiensa a la profesión. “Lo que me pasa con el periodismo musical de esta época es que siento la competencia con otras cosas. Y eso me parece bastante injusto”, comparte. “No leo demasiado periodismo musical, últimamente, sino libros sobre música. Pero tampoco me meto en Tik Tok a ver qué está pasando ni nada. Me puedo reír con los videos de reacciones de YouTube. Para darte un ejemplo, leo las hipérboles de Pitchfork y me da un poco de vergüenza. Digo: ‘Chicos, no. No está tan bueno este disco’. Hay una desesperación por una épica un poco perdida. El hype es la norma. Eso es agobiante porque no puede haber 20 discos muy buenos por semana. Sobre todo por la cantidad de discos que salen”.
-¿No extrañás hacer periodismo de música?
-No, por eso mismo. Por la desesperación de buscar la aguja en un pajar. Eso te pasa también como escucha.