A poco más de un año de sus dos funciones en el Movistar Arena, Marc Anthony regresó el jueves a Buenos Aires. Pero esta vez la propuesta era más osada: actuar en un estadio de fútbol. Hazaña inédita hasta ahora en el país, aunque en sintonía con este 2023 henchido de shows masivos. Ni siquiera lo intentó Rubén Blades, el salsero más consecuente con los escenarios locales, cuyo techo alterna entre Obras y el Luna Park (a donde, por cierto, volvió en mayo pasado). Si bien el artista estadounidense, de origen puertorriqueño, no colmó del todo la cancha de Vélez, sentó un precedente. Un estadio es algo que sólo sucede en Nueva York, Lima, Cali y la cuenca del Caribe, epicentros del género. De hecho, Liniers parecía, al menos esa noche, un barrio caribeño, a propósito de la calurosa humedad que atrapó a la ciudad en estos días y de ese mestizaje que le dio otro sabor a la sociedad porteña.

El Fortín tuvo la posibilidad de transformarse en el salsódromo al aire libre más grande que se haya visto en la Argentina. Y casi lo fue. Pero la capacidad de maniobra sólo pudo acontecer saliendo del sistema, por lo que la única posibilidad de gambetear en el sector del campo, por ejemplo, era en la periferia de las sillas, situadas una al lado de la otra. Bien pegaditas. Pese a que bordeando el final del show hubo quienes no aguantaron las ganas y empezaron buscar espacios para bailar en pareja, la mayoría se mantuvo en su lugar. En parte, eso le vino bien al nuyoricano, quien parecía más animado a abocarse a un recital que a una bailanta.

Durante 115 minutos de actuación, el cantante de 55 años no sólo evidenció que su voz sigue estando inquebrantable: también demostró que es un gran performer. Si no bailaba, iba de un lado al otro. En vez de hacer el air guitar, hacía el air bass. O de pronto aparecía sentado en las escaleras por las que entró a escena encarando su tez más telenovelera, como preámbulo de sus temas remojados en ron y drama. Sin embargo, lo que desataba pasiones era su contoneo de 360 grados. Y cuando el sudor invadía sus ojos, al punto de dejarlo casi ciego, se despojaba de la transpiración de forma estoica. Sin duda, todo un laburante. Amén de que es uno de los últimos artistas que lleva en su ADN la alquimia pura de una tradición legendaria. Es uno de esos caballeros templarios que ayudó a que la salsa siga vigente. El otro bastión es el reggaetón, pero ésa es otra historia.

En esta ocasión, el repertorio fue básicamente parecido tanto a lo que Marc Anthony desenvainó en Villa Crespo y a lo que viene presentando en su gira latinoamericana. El show formó parte de su Volviendo Tour, que se encuentra poniendo a prueba la consistencia de su más reciente álbum, Pa’lla voy, lanzado en marzo de 2022 y que este año ganó el Grammy en la categoría “Mejor álbum tropical”. La canción que le dio título a este décimotercer disco de estudio es en realidad un cover del tema de 1994 “Yay Boy”, original de la orquesta Africando, interpretado por cantantes senegaleses, con el apoyo de músicos neoyorquinos y caribeños. Justo con ese single arrancó el recital, previo a que, como manda la costumbre salsera, coristas y banda saltaran a escena de la mano de un popurrí confeccionado con clásicos de la estrella. Ahí se pudieron escuchar “I Need to Know” y “Me voy a regalar”.

A continuación, el salsero apareció en lo más alto de la escalera, y, tras repartir besos por doquier, se remontó a 2004 para hacer su hit “Valió la pena”, en la que fijó la constante de este show: la interacción con el público. Si en el tema anterior apeló por la arenga (al grito de “No se siente”), ahora les pidió a sus fans que lo ayudaran a cantar. Una vez que estableció esa dialéctica con el campo, miró a las plateas laterales y espetó: “Mi gente, con las manos arriba”. Luego de enarbolar la intensidad, el cantante se atrevió a bajar un cambio. Y para ello invocó a uno de sus los éxitos de su álbum de 1997: Contra la corriente. De allí hizo “Y hubo alguien”, híbrido de su veta salsera con su perfil baladístico, otro de los rasgos que distingue a su obra. En ese momento, el arrebato fue tal que Marc Anthony tiró al campo sus anteojos de sol, valioso souvenir que se llevó a casa alguno de los 30 mil asistentes.

De entre los músicos de la orquesta, el primero en sobresalir fue Erben Pérez. Su estilo funk para con el bajo fue la columna vertebral de “Hasta ayer”, tema que evocó el punto de inflexión que experimentó la salsa a comienzos de los ’80. Ese patentado en discos como Vigilante (significó el reencuentro de Héctor Lavoe con Willie Colón), en el que el género propuso trocar su crudeza por una impronta más urbana y canchera. El instrumentista que estuvo a las órdenes de Bruce Springsteen, DLG y Jennifer López posteriormente le cedió el testigo al guitarrista Marc Guini en “Flor pálida”. Lo que inicialmente comenzó como un bolero de la escuela de Julio Jaramillo, se tornó en una especie de bugalú. La diferencia la marcó el violero argentino, quien, ataviado con la camiseta campeona del mundo, tuvo una intervención protagónica que quebró a punta de rock la canción en dos partes.

“Bienvenido a casa”, le dijo el cantante a su músico apenas terminó el solo de guitarra. El nuyoricano no abusó de la verborragia en sus pocas alocuciones, en las que el espanglish estaba a flor de piel (en tanto que el setlist fue cien por cien en español). De lo que dio muestras el “Come On, Come On” o el “Check It Out”. Lo que mechó con “Qué chulería”. Antes de cantar “Contra la corriente”, sucedió la perorata más extensa: “Buenas noches, buenas noches. Qué placer, qué honor compartir con ustedes de nuevo ¿Me extrañaban? Esta noche vamos a cantar un poquito de todo, pero esta próxima canción es una de mis favoritas. Si la conocen, por favor cántenla conmigo”. A ese clásico le secundó un pasaje baladístico en el que picoteó “Abrázame muy fuerte”, “Almohada” y el inmenso “¿Y cómo es él?”, de José Luis Perales.

El silencio que vino a tras el cover del español lo rompió el propio Marc Anthony preguntando si querían salsa. Entonces los 13 músicos y la tríada de coristas se prepararon para hacer “¿Qué precio tiene el cielo?”, a la que le pisó los talones su fabulosa reinvención del mariachi “Hasta que te conocí”, del mexicano Juan Gabriel. Al terminar, desde el público, cebados con el asalto salsero, le pedían que se animara a recrear algo de Héctor Lavoe (el vocalista y compositor lo encarnó en el film El cantante). En cambio, apostó por una de sus nuevas canciones, “Mala”, y ya con la fiesta encendida se despidió con “Parecen viernes”. Ese Vélez enardecido invocó al artista con la luz de sus celulares y éste volvió para consumar el bis. Lo hizo como se suponía: arrancó con “Tu amor me hace bien” y el remate estuvo a cargo de “Vivir mi vida”, manera de colofón de una noche bien chévere. 



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