Cuando Suggs tenía 20 años, y Madness estaba en la fiebre del éxito que los llevó a alcanzar el top 10 con 15 singles en sólo tres años, el cantante fue entrevistado para Smash Hits por Neil Tennant, de Pet Shop Boys. “Dije: ‘De ninguna manera tocaré esa jodida “Baggy Trousers” cuando sea un viejo de 30 años'”. Se ríe -cacarea, más bien-, ya que eso es exactamente lo que hizo en la serie anual de conciertos navideños de Madness -con salas llenas en Birmingham, Bournemouth, Sheffield y el O2 de Londres-a la edad de 62 años. “Pero los malditos Rolling Stones siguen arruinándolo todo. Se supone que ya deberías estar jodidamente muerto”.
Por aquel entonces, Madness eran los Nutty Boys: chicos listos (y duros) de Camden Town y Kentish Town, cuyas canciones reflejaban la agitación de la vida adolescente con ingenio, empatía y alegría. Eran el grupo que, como decía una de sus canciones, iba “un paso más allá”, en sus videos, en su capacidad para crear un caos que ellos sabían aprovechar. Hoy en día son bastante más venerables. Graham “Suggs” McPherson está en su séptima década, aunque su capacidad para insertar toda clase de palabrotas en cualquier frase es testimonio de ese pasado.
También es un indicio de lo combustible que puede ser Madness. Pueden estar en desacuerdo sobre cualquier cosa, dice Suggs. Incluso sobre la lista de canciones para los conciertos de Navidad y la gira que seguirá en 2024. “Hay grandes discusiones sobre cuántas canciones tocaremos de este nuevo álbum. Pero, ¿quién creés que vendrá? ¿Creés que habrá alguna fiesta en la oficina? ¿Qué te parece? ¿Quieren escuchar nuestro nuevo álbum, con sus sombreros de fiesta puestos? Creo que no. Entonces hacés cinco o seis canciones nuevas, por tu propia salud mental. Pero después hay que sacar los cañones, de la vieja bolsa de terciopelo púrpura de la alegría”.
El nuevo disco es Theatre of the Absurd Presents C’est la Vie, el cuarto album de un renacimiento de finales de carrera que comenzó con un álbum conceptual sobre Londres, The Liberty of Norton Folgate (2009), descrito en su momento como “un disco a la alturas de cualquier LP publicado por un grupo inglés de este siglo”. El nuevo se presenta, casi al estilo music hall, en una serie de actos, introducidos por secciones habladas, por lo que parece no haber ninguna buena razón. “Entre vos y yo, es una absoluta afectación sin sentido que se nos ocurrió en el último minuto”, dice Suggs. “Decís que es un álbum conceptual y se convierte en un álbum conceptual. Y el concepto es lo que vos quieras que sea. Cuando hicimos Norton Folgate, el concepto era nuestra historia y conexión con Londres, y estábamos a mitad de camino y Chris Foreman, nuestro guitarrista, dijo: ‘¿De qué han tratado entonces todas nuestras otras canciones?”.
Una de las canciones más llamativas del nuevo disco es “In My Street”, escrita por Suggs, que se presenta como una secuela del amado single de 1982 “Our House”. El motivo fue que Suggs se mudó del pequeño barrio del norte de Londres en el que había vivido casi toda su vida -y donde se conoció la banda y al que mitificaron– a Leyton, en el este de Londres, para estar más cerca de sus hijos y nietos, que no podían permitirse quedarse en la zona en la que habían crecido.
“Cuando me estaba mudando, me venían recuerdos de esa calle. Es un poco sentimental. Pero es curioso: recuerdo que hablaba en el escenario de ‘mi banda’ y un par de ellos me dijeron después: ‘No, es nuestra banda’. Y el título es ‘Our House’, mientras que yo escribí ‘In My Street’. No sé si eso dice algo de mí”.
También recuerda un poco a Before We Was We: Madness on Madness, la historia oral de la banda escrita por Tom Doyle, aunque ese libro -que acaba de ser trasladado a documental audiovisual en dos partes- es inusual en el sentido de que su interés radica en la historia social de los suburbios del norte de Londres en los años sesenta y setenta más que en la música (termina cuando Madness alcanza las listas de éxitos). Es uno de los mejores libros sobre música porque se centra en lo que convirtió al grupo en lo que era. Es un libro sobre el gran tema de Madness: Londres y la vida en la ciudad.
“En Camden Town, de joven, el mayor problema era que no veía a ninguna chica. No supe que existía el sexo opuesto hasta 1982, porque sólo había tipos en los pubs. Pero entonces la escena musical despegó con el punk. Tenías todos esos fantásticos pubs, probablemente unos 12. Podías salir todas las noches y ver música por nada. Otra cosa que recuerdo es que nunca pensabas en el dinero. Simplemente salías, paseabas y bebías en el sofá de alguien”.
Bueno, quizá nunca pensó en el dinero porque, como deja claro el libro, el joven Madness nunca pagaba por nada. Suggs se ríe. “Ahí estaba eso. Éramos un grupo terrible de ladrones. Mike (Barson, el tecladista) dice en el libro que ‘No recuerdo haber pagado discos, pero debí de robar muchos, porque tenía 400′”. Suspira al recordarlo. “Ese pobre tipo de la tienda Rock On solía perseguirnos por la carretera”. Eso lleva a una serie de recuerdos sobre las tiendas que siguen ahí: la Ben Nevis Outdoor Clothing Company, en Royal College Street, buen lugar para abastecerse de impermeables antes de la temporada de festivales, y de donde Madness solía robar ese elemento esencial del atuendo de los skinheads de los setenta, las chaquetas Harrington.
También está la British Boot Company, cerca de Camden Town Tube, que, según recuerda Suggs, “dirigía Alan Holt. Era todo un personaje. Tenía un Ford Zephyr y, en la época en que se podía aparcar, lo estacionaba delante y era tan grande que tenía una batería en el baúl. Era un viejo baterista de swing, y era por si acaso conseguía un concierto. Me dijo: ‘¿Has visto a ese Elvis Costello últimamente?’, y le dije “Mirá, Alan, tengo que decirte que, a pesar de lo que puedas imaginar, no existe un mundo en el que las estrellas del pop se reúnan todas juntas. Apenas nos vemos porque estamos de gira o haciendo lo que hacemos’. Me dijo: ‘Entonces decile que me debe diez libras por sus aventuras de burdel'”.
El primer estallido de fama de Madness duró sólo cinco años, desde 1979 hasta la partida de Barson. El grupo aguantó un álbum más, y luego cuatro de ellos grabaron otro como The Madness. Para entonces, la alegría había desaparecido: el grupo estaba resentido por no ser tomado tan en serio como otros a los que la historia recuerda con menos cariño; estaban hartos de tener que ser caricaturas en lugar de personas. “Íbamos por Europa haciendo programas de televisión y nos decían: ‘¡Vamos! ¡Sean locos! ¡Sean chiflados!’. Y empezás a estar un poco agotado. Dicho esto, lo hacíamos cada vez. ‘¿Les gustaría disfrazarse de legionarios?’ No, váyanse al carajo, no jodan. Diez minutos después, estábamos todos vestidos de legionarios corriendo en círculos”.
La mitad de las veces, admite Suggs, el daño se lo hicieron ellos mismos: recuerda con especial horror la interpretación de “Night Boat to Cairo” en Top of the Pops en 1980, con casco y pantalones caqui. “Fue el momento más bajo. Cuando me puse los pantalones caqui supe que estaba todo mal. Pero teníamos unos vestuaristas muy serios llamados Berman y Nathan en Camden Town. Estaban haciendo películas y entrabas allí y estaba todo el equipo de Lawrence de Arabia, todo el equipo de ¡Oliver! Les caíamos bien y confiaban en nosotros lo suficiente como para darnos uniformes auténticos de policía o de guardias de estacionamiento o lo que fuera. Se nos acababan los disfraces: nos disfrazábamos de setas, de flores, de todo, pero era muy divertido. Jóvenes saltando disfrazados. Fantástico”.
Con el tiempo, sin embargo, dice Suggs, la diversión disminuyó, el estrés empeoró y “se hizo cada vez más oscuro hasta el punto de que nos hundimos en un agujero. Recuerdo que estábamos en Estados Unidos y el público se sentó y abucheó. No sé si lo llamarían autoindulgencia, pero no nos gustaba que nos dijeran que fuéramos graciosos”.
Después de que el grupo diera por concluido su ciclo, llegó el inevitable período de desorientación. Suggs acudió a un psicoterapeuta que le dijo que tenía miedo de quedarse en blanco, pero que debía ver las oportunidades que se le presentaban. Tuvo hijos, fue manager del grupo The Farm y, en 1992, Madness volvió a reunirse tras el gran éxito de la recopilación Divine Madness y actuó dos noches en Finsbury Park. Al principio, Suggs se había mostrado reacio a la reunión y, desde luego, no quería salir de gira, pero los viejos lazos se reafirmaron y Madness volvió a ser un grupo.
Pero ser Madness seguía siendo un papel, y aunque grabaron nuevos álbumes, se sintieron atrapados de nuevo en el período previo a The Liberty of Norton Folgate. “Estábamos llegando a un punto en el que nos ofrecían todas esas grandes giras y cruceros de los ochenta y no iba a ser tan malo económicamente, pero nos dimos cuenta, ‘A la mierda con todo, tenemos que intentar salir de esto’. Así que trabajamos muy duro en ese álbum, y fue la primera vez que obtuvimos críticas intelectualmente buenas. Fue como el momento en Star Trek cuando tenés que salir del agujero negro y llegar al factor warp 12. ‘¡No creo que la nave pueda aguantar más, Capitán!’ A partir de entonces, estaríamos haciendo discos para nosotros y los fans incondicionales. Pero, en última instancia, para nosotros mismos, para asegurarnos de no caer en la espiral del crucero”.
Aunque hoy en día Madness son elogiados junto a Ian Dury y Ray Davies como los grandes cronistas de Londres, resulta chocante darse cuenta de lo “locales” que eran en realidad. Se podrían recorrer fácilmente los lugares emblemáticos del Londres de Madness en un día, empezando en King’s Cross y yendo hacia el norte no más de un par de kilómetros. Y Suggs suena desconcertado al hablar de haberse mudado de Tufnell Park a Leyton -10 kilómetros por carretera-, como si allí el mundo fuera completamente distinto. Pero es en los detalles y las diferencias donde aprendió a encontrar una voz que le hablara a todo el mundo.
“Siempre recuerdo a Ian Hunter (de Mott the Hoople) diciendo, cuando le preguntaron: ‘¿Por qué escribiste “All the Way to Memphis”?’ Y respondió: ‘Difícilmente voy a escribir “All the Way to Walthamstow”‘. Pero Ian Dury lo hizo. Descubrió que podés crear historias universales a partir de pequeños detalles. Como “Have a Cuppa Tea” de The Kinks. Si lo expresás de la forma más realista posible, todo se convierte en universal. Todo el mundo ha tenido una novia que se enoja cuando querés ir al fútbol o lo que sea”.
Las canciones en las que Madness expresó esos sentimientos -“My Girl”, “Embarrassment”, “Baggy Trousers”, “Our House” y otras similares- forman ahora parte de la conciencia internacional. Son más que canciones pop, son la abreviatura cultural de Gran Bretaña. “Y sigue siendo muy divertido”, dice Suggs. “La gente habla de aprender un oficio, y yo odiaba eso cuando era niño, odiaba pensar que era un trabajo o algo así, pero al final lo es. Y luego hacés tu trabajo y, si lo hacés bien, obtenés la recompensa de que a la gente le guste lo que hacés. Y eso es realmente muy disfrutable”.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.