Graham “Suggs” McPherson da en el clavo cuando dice que el gran problema de Madness fue quedar esclavizado a la exigencia de ser siempre locos, graciosos, delirantes: esos videoclips de alta imaginación, su comodidad con el delirio, su postura y su cultivo de un ska muy british pero siempre disparador de fiestas fueron el telón que terminó ocultando el dato principal: los Madness músicos. Sin la sapiencia puesta en canciones como “Our House”, “It Must Be Love”, “Shut up”, “One Step Beyond” o “My Girl”, ninguna payasada hubiera funcionado.
Y como ha pasado mucho tiempo y mucha agua desde el inicio como North London Invaders en 1976, Theatre of the Absurd Presents C’est la Vie, el disco número trece en el accidentado historial del sexteto -primero en la historia en llegar al número uno en su país- viene a poner los puntos sobre las íes. Suggs, el guitarrista Chris Foreman, el vientista Lee Thompson, el bajista Mark Bedford, el baterista Dan Woodgate y ese pedazo de pianista llamado Mike Barson (no hay Madness sin Barson) ya no son pibes salvajes del Londres en pleno estallido punk. Supieron de la gloria y Devoto, de la adulación y la burla, y en eras recientes surfearon todo eso con grandes discos tardíos como Oui Oui Si Si Ja Ja Da Da o Can’t Touch Us Now.
Pero este disco tiene perfume a capolavoro. Así es la vida desde el teatro del absurdo, propone Madness, y lo hace a caballo de un invento -un disco conceptual que no es tal, con el gran Martin Freeman declamando introducciones que no refieren a ninguna historia- para empaquetar canciones que solo ellos podrían transmitir. Porque a plena conciencia de que lo han dado todo por el ska, saben cómo estirarle las fronteras, irse de paseo y disfrutar notoriamente el hecho de tocar.
Madness tiene groove. Madness tiene ritmo. Madness tiene onda. Madness se pone épico con “If I Go Mad”, todos bailando alrededor de los volátiles tambores de Woodgate, los cuchillazos de Barson y esos caños, esos caños tan… Madness. Y este Suggs de voz madura cantando convencido sobre enloquecer por su chica e invitando a todos los pasajeros a subirse al tren. Es apenas el comienzo de un recorrido por 14 estaciones en las que el grupo puede sonar tan en sintonía con su propia historia como en “Baby Burglar” y “C’Est La Vie”, pero con una frescura y garra que elimina toda suposición de autocopia. O hacer experimentos como “Is There Anybody Out There?”, poner la rugosidad de guitarras y precisión de cortes de la new wave en un contexto de philly sound que descoloca pero seduce.
“Acto tres: la situación se deteriora aún más” anuncia otra vez Freeman, pero el aire oscuramente vodevilesco (gracias The Kinks) de “Lockdown and Frack Off”, que se va deslizando a un crescendo llenapistas, más que denunciar un deterioro confirma a unos Madness que en la veteranía brillan como nunca. Que se pueden permitir la mirada melancólica de todo hombre curtido en el precioso “Beginners 101”, pero situarse bien lejos del posible escenario de una banda con mucha historia descansando perezosamente en sus laureles y fórmulas probadas. Para cuando el pulso disco de “Run for Your Life” y la típica canción-crónica de Suggs “In My Street” van cerrando el paquete, el resultado es puro disfrute. Son Madness: tipos disfrazados de absurdos. Pero cosa seria.