La decepción que provocaron Los Pumas es como un whisky demasiado amargo. Lejos del mejor escocés, pero con gusto a flema británica. No había cómo endulzarlo -ni con miel ni con un terrón de azúcar-, y tampoco cómo buscar un paliativo ante un equipo inglés superior del principio al fin. La selección recibió una paliza táctica. Inoportuna.
Si hay derrotas inapelables esta fue una de ellas. Con un protagonista individual excluyente, que tiene apellido automovilístico: George Ford. El mejor jugador de la cancha que hizo los 27 puntos del ganador. Otra vez defeccionó el seleccionado argentino de rugby en una instancia clave: el debut en una Copa Mundial. Hizo casi todo mal, con el agravante de que al minuto 3 ya jugaba con un hombre de más. Lo habían expulsado a Tom Curry por un cabezazo a Juan Cruz Mallía. Y encima el seleccionado había empezado ganando con un penal de Boffelli. Desde ahí, el partido se volvió una pesadilla irremontable. El pateador made in England embocaba todo lo que tiraba y sus rivales cada vez se equivocaban más.
Ford encendió de a poco a sus hinchas que se habían desgañitado cantando el “God save the queen” (Dios salve a la reina) y ya habían consumido hectolitros de cerveza. Los argentinos ni siquiera atinaban a pellizcarse, como si no creyeran lo que veían en el Vélodrome de Marsella, confiados como estaban en que podía darse una victoria resonante. No la hubo.
Ahora quedan más preguntas incómodas que certezas para lo que viene: la segunda fecha contra la áspera Samoa. Será casi en dos semanas, el 22. Un descanso bastante largo para barajar y dar de nuevo sin creerse mano.
La explicación a semejante diferencia (27 a 10), en el juego y en el resultado, maquillado este último con el try de Rodrigo Bruni, es que Los Pumas quizás comenzaron a jugar el partido antes de tiempo. El calor pegajoso de la segunda ciudad francesa, la misma que hasta julio no podía apagar los focos de incendio de las protestas contra el gobierno de Macron, parece haberle humedecido las ideas y la voluntad de rebelarse a un equipo que nunca supo cómo jugar el partido.
Argentina convivía con una inusitada sensación de confianza, de disimulada confianza, abonada por la floja actualidad de Inglaterra, que colocaba al campeón del mundo del 2003 al nivel de un rival ganable. Pero esa condición, en el mejor de los casos de igualación, sacó de los británicos lo mejor que tenían. Esa fuerza motriz que suele aparecer ante la adversidad. Porque se quedaron sin Owen Farrell, su capitán y figura, por una suspensión de cuatro partidos antes del Mundial. La cumplirá recién en la segunda fecha contra Japón. Pero además, apenas se jugaban un par de minutos, el tercera línea Curry se llevó puesto en un salto a Mallía, le dio un cabezazo y terminó con tarjeta amarilla. Sujeto a revisión por una nueva regla, el TMO podía mantener la sanción del árbitro francés Reynal o determinar la expulsión. Se tomó unos minutos y fue roja. Ni siquiera los 77 minutos que restaban por jugarse le aclararon las ideas al equipo nacional. Ahí empezó su calvario.
Hay una palabrita que tiene mala prensa en cualquier deporte: presión. Ese vocablo que nadie quiere pronunciar y suele trasladarse al rival. Como para despojarse de la responsabilidad. Los Pumas la sintieron. Se les notó demasiado. Un par de jugadas lo sintetizan. En el primer tiempo pudieron sumar de a tres con un nuevo penal a los palos, pero decidieron jugar la pelota y Gallo – el mejor de los argentinos – perdió un try factible. Enseguida, Mateo Carreras tenía todo el campo para correr hacia el ingoal rival y prefirió usar el pie cuando llevaba la pelota en sus manos. Dos malas decisiones que denotaban nerviosismo y ansiedad.
A los ingleses les pasó lo contrario. Fueron respetuosos a ultranza de su libreto conservador, pero efectivo. Quedó claro porque ganaron con seis penales de Ford y una desusada cantidad de drops: tres. Uno mejor que el otro, y a partir de pelotas recuperadas. La diferencia se estiró hasta 12-3 en el primer tiempo. Ni antes ni después tuvieron una chance muy nítida de try. No les hizo falta. Por eso daba la sensación de que podía revertirse, porque Los Pumas tenían con qué, pero no. Lejos de su nivel, sin conducción clara desde la base con Bertranou, el partido se complicó cada vez más para un equipo que nunca se rebeló desde el juego. Y que además comenzó a acumular penales innecesarios que Ford – el suplente de Farrell – facturó con precisión milimétrica.
Cuando los errores se cometen sin interrupción, cuando la pelota se siente como un pan de jabón, las ideas se confunden y no se ve por dónde está la salida, es muy probable que se pierda. La derrota, el resultado holgado en contra y los indudables méritos del equipo de La Rosa, no pueden ocultar la debida autocrítica que empezó a aparecer después del partido. El fullback Mallía terminó con la cabeza cortada pero con la claridad suficiente para explicar semejante paso en falso: “Salimos a especular, a ver qué pasaba. La roja nos afectó más a nosotros que a ellos. Empezamos a pensar todo el tiempo en el resultado. Mirábamos para arriba en vez de estar seguros de lo que teníamos qué hacer…”
Peor no se puede jugar. Más abajo no se puede caer. Si Los Pumas quieren seguir con chances en el Mundial tienen que volver a ver el partido con Inglaterra una y diez veces. Para no repetir el concierto de errores que cometieron y empezar a tocar otra música.
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