“No matan, pero dejan la huella para siempre, la marca de la represión en el cuerpo social”, destaca la artista visual.
Los carabineros apuntan y disparan. “¡Cómo puede ser que estén tirando a los ojos!”, exclamó, de este lado de la cordillera, la artista visual Gabriela Golder, en octubre de 2019, cuando observaba con perplejidad las imágenes del estallido social en Chile y cómo los manifestantes fueron brutalmente reprimidos. Arrancar los ojos, un proyecto de investigación artística centrado en el patrón de ataque ocular por parte de las fuerzas de seguridad del Estado, se está materializando en una constelación de obras excepcionales como Los ojos desiertos, una potente combinación de videoinstalación, performance y placas en braille con diversas maneras de referirse a la mutilación ocular, que puede verse en la sala principal de la Fundación Andreani (Av. Pedro de Mendoza 1987) hasta el próximo 27 de octubre.
Las imágenes de la primera videoinstalación son en blanco y negro. El color podría ser como un puño en la mirada, un golpe de efecto que impide ver más allá. “Hay sangre, hay sangre”, canta (y anuncia) una mujer desde la pantalla. Al principio se la escucha, pero no se la ve. De pronto emergen unos cráteres que se asemejan a globos oculares, una suerte de galaxias espiraladas.
Golder (Buenos Aires, 1971), curadora, profesora, codirectora de la Bienal de la Imagen en Movimiento (BIM) y curadora de “El cine es otra cosa” en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, viajó a Neuquén para filmar con drones esos cráteres que parecen un reservorio de ojos. Una seguidilla de preguntas encadenadas orientan su trabajo: ¿dónde van los ojos cuando desaparecen? ¿dónde está la memoria de esos ojos cuando te los quitan? ¿Lo que recordás lo recordás con los ojos?
Golder pronto se dio cuenta de que las balas dirigidas a los ojos de los manifestantes para cegar y mutilar no eran monopolio exclusivo de los carabineros chilenos. También sucedió en las manifestaciones durante el estallido en Colombia; en las represiones en Francia, Hong Kong y Cataluña. La metodología, advierte la artista visual, nació en los años setenta con el conflicto palestino-israelí y se fue perfeccionando entre las fuerzas de seguridad. “No matan, pero dejan la huella para siempre, el ojo que no está más, la marca de la represión en el cuerpo social, que se transforma en cuerpo mutilado”. Viajó a Colombia para entrevistar a las víctimas de lesiones oculares, que son casi 200, y confirmó lo que intuía y le pudo poner otro nombre: plan sistemático para silenciar a los jóvenes en las calles y generar miedo.
“Cuando las fuerzas de seguridad reprimen, usan las armas no letales entrecomillas, que están concebidas para tirar de la cintura para abajo. ¿Por qué les tiran a los ojos? Para cegar, porque es la parte más visible del cuerpo y la pérdida de los ojos es un estigma que van a llevar por el resto de sus vidas”, plantea Golder y destaca lo que le preguntó uno de los jóvenes que ella entrevistó: “¿Por qué nosotros que perdimos un ojo o los dos ojos vemos más que los que tienen dos ojos?”. La artista mira su propia videoinstalación de tres canales, que dura 32 minutos, y se detiene en las imágenes de varias de las víctimas y esa pátina de tristeza que conservan, como si la resaca de todo lo sufrido se empozara en la mirada. “El parche les recuerda ese dolor que tienen en los ojos todos los días”, agrega.
El arma de los desarmados
La artista seleccionó imágenes de la represión en Chile, Colombia, Francia y Hong Kong de medios de comunicación alternativos o de gente que las filmó con sus teléfonos celulares y las compartió en distintas redes. Excepto en aquellas que aparece estampada en la espalda de varios uniformados la temible palabra “carabineros”, que remite inmediatamente a Chile, el montaje está construido para revelar que la mutilación deliberada de los ojos es un plan sistemático que difumina las fronteras geográficas: todo parece que sucede en un mismo lugar. “Yo veo las imágenes y me resultan insoportables. Pero la gente también las vio porque estas imágenes ya se vieron; no es que las estoy proyectando por primera vez, no estoy mostrando nada inédito”, aclara Golder mientras en la pantalla se suceden los gritos de los nombres de varios jóvenes, Matías, Santiago y Jeremías, que son detenidos por la policía.
La artista visual dice que tanto en Chile como en Colombia a los fotoperiodistas les disparaban a las cámaras, como si fueran ojos. “La cámara es el arma de los desarmados”, leyó Golder una frase que le gustó mucho. Después de las imágenes documentales, regresa a la pantalla la misma mujer que aparece al comienzo, pero ahora canta: “Qué dejarás de ver que no vieras, que no viste, que viste todo, que vieron todo, que no dejaron de ver”. Entonces llegan los performers, estudiantes de la Universidad Nacional de San Martín, con una coreografía de Silvina Szperling que Golder titula “un ensayo para la resistencia”; son casi cinco minutos donde los cuerpos se tocan, se abrazan, se mueven y avanzan o retroceden mientras corren y buscan esquivar las balas. Esos cuerpos que tropiezan, caen y se vuelven a levantar están aprendiendo, movimiento tras movimiento, a sobrevivir y resistir. No hay fragilidad. Aunque estén a la intemperie saben –como si hubiera una suerte de sabiduría física autónoma- que la resistencia es colectiva, nunca individual.
La mutilación física como discurso de poder
Desde el campo de batalla es la segunda videoinstalación de Los ojos desiertos. En la pantalla cuatro locutores en inglés, francés y español relatan la cronología de los hechos relacionados con la represión policial a los manifestantes en Francia, Colombia, Chile y Hong Kong. La tercera y última parte, Formas de decir, despliega placas esculpidas en braille como si fueran un memorial de diversas maneras de enunciar la mutilación ocular: sacar los ojos, hurtar los ojos, desechar los ojos, extirpar los ojos, incendiar los ojos, despojar los ojos.
En el territorio latinoamericano, a finales del siglo XVI, era moneda corriente cruzarse con indios e indias mutilados por los españoles. A los rostros de cientos de mapuches, aymaras y diaguitas les faltaba un pedazo de oreja o de nariz. “Hoy no son las orejas ni las narices, son los ojos de cientos de hombres y mujeres el blanco elegido para castigar a quienes desafían el orden establecido. No son esta vez los conquistadores españoles ni su metal, son policías, son militares quienes escopeta en mano se encargan del trabajo sucio, de desfigurar las caras, de mutilar. Es la violencia institucional que arranca la mirada. No es el siglo XVII, pero el modus operandi sigue siendo el mismo: la mutilación física como discurso del poder”, concluye Golder.