La brisa es amable, el mar Mediterraneo en la Costa Brava se ve azul, cristalino, calmo y templado. Las nubes matizan los primeros rayos de sol de la mañana y no hace mucho calor arriba del bote. Solo se escucha alguna gaviota y el murmullo de las pequeñas olas. Cuando de repente, desde 18 metros de profundidad, emerge a la superficie el biólogo marino Joaquim Garrabou, se quita la boquilla del tubo de aire y en catalán, con la voz un poco aguda por la agitación, informa: “casi todas están muertas”.
Garrabou tiene 57 años, es un tipo tímido y amable. Usa diferentes metáforas para explicar lo que acaba de ver, pero hay una que repite con asiduidad, sin levantar la voz, como si de un mantra se tratara: “son como zombies”. Se sumerge en este mismo lugar desde hace treinta y cuatro años y cada vez que lo hace, ve menos corales vivos.
Desde que comienza la primavera hasta que termina el otoño él y su equipo de investigación del Instituto de Ciencias del Mar de Barcelona se suben mínimo una vez por semana a una lancha en el puerto de L’Estartit, al norte de la Costa Brava, y hacen menos de un kilómetro mar adentro hacia las Islas Medas –un pequeño archipiélago de piedras gigantes de hasta 50 metros de profundidad– en cuyas paredes anida entre otras especies de corales, la gorgonia roja, autóctona del Mediterraneo.
El equipo de Garrabou baja en tres o cuatro puntos distintos –en esta vuelta van a unas estaciones de buceo llamadas Pota del Llob, La Vaca y Tascons– en donde dejaron señaladores colgados de las gorgonias: las tienen numeradas. Ahora van a muestrear entre diez y trece en cada sitio. Esas etiquetas que buscan están ahí desde 2014, cuando hicieron un estudio buscando diferencias de sexo entre los corales y terminaron descubriendo que frente a la misma temperatura, cada gorgonia reaccionaba diferente pero que la mayoría, cuando el calor aumenta, muere.
En la última década, según los datos que maneja el equipo de Garrabou, por la subida de la temperatura, se habría perdido alrededor del 60% de la biomasa de las colonias de gorgonias que están por encima de 20 metros de profundidad. En 2022 el agua del mar ha estado 2ºC por encima de lo que debería ser la media, según el Centro de Estudios Ambientales del Mediterráneo (CEAM), y en promedio, los valores se han incrementado 1,5ºC cada año desde 1982. En julio de 2023 el promedio de temperatura de este mar llegó al pico de 28.4 ºC, la más alta jamás registrada.
Paisaje submarino
En la web del Instituto de Ciencias del Mar, el grupo de investigación de Garrabou se llama “Ecología y resiliencia de los ecosistemas bentónicos en un océano en cambio” y cuenta con 14 investigadores. Cuando van a bucear lo hacen en grupos de tres o cuatro especialistas. Se sumergen de a dos. Una vez abajo es como si estuvieran en una oficina o un laboratorio: a veinte metros de profundidad anotan el estado de cada colonia de gorgonias en una tabla de acrílico con un rotulador, ubican los corales gracias a un mapa impreso y plastificado que llevan en una mano y no sueltan nunca, entre tubos de aire y cámaras de foto submarinas sacan una tijera para cortar trocitos de muestras, ponerlos en una bolsita de plástico que abrieron antes de meterse, guardan el pedacito de coral y cierran la bolsa. No siempre sale bien pero habitualmente las muestras quedan dentro. Además, llevan una linterna para ver el color del coral. El paisaje ahí abajo es como estar observando lo que queda después de un incendio, de un gran fuego forestal. “Lo que viene, vendría a ser como si pasáramos de un bosque lleno de árboles centenarios a tener una pradera de hierbas. La vida continúa, alguno puede decir, pero evidentemente no tiene nada que ver con lo que había”, dice Garrabou.
Este fenómeno la comunidad científica lo comenzó percibir en el año 1999, cuando fue el primer gran evento de mortalidad masiva que afectó sobre todo costas de Francia e Italia, luego otro en 2003 y cada vez más seguido en más lugares.
En estos 25 años Garrabou ha constatado que al menos unas 90 especies de distintos grupos, tanto de corales, gorgonias, esponjas, algas, fanerógamas, marinas briozoos y otros invertebrados, de distintas especies han sido afectados por algún evento de mortalidad masiva.
La estructura del mar
Sandra Ramírez Calero, 32 años, parte del equipo, después de la inmersión, ya en tierra firme, busca un rinconcito a la sombra para pasar las muestras de la bolsa de plástico a un tubito en el que antes puso unas gotitas de un retardador de ADN. Eso detiene la transcripción de las células: el tiempo deja de pasar para la gorgonia. Entonces, la científica rotula los tubitos los pone en un refrigerador de picnic, y apenas llega al Instituto de Ciencias del Mar los guarda en una nevera a -72 grados.
En el laboratorio se ven bien: Muerta es un árbol seco. El coral rojo en cambio muerto es flácido, con los pólipos que parecen granitos de pus. Una colonia de gorgonias puede vivir un siglo y medir medio metro de alto pero cuando se calienta el agua a más de 24 grados, los corales son como una planta sin regar.
Las gorgonias rojas son árboles de ramas más lilas y amarillentas que rojas. Necesitan adherirse a una superficie dura, en este caso la pared de las Medas, como algunas otras especies se adhieren al fango o la arena. Prosperan en la medida que no compiten con las algas, por eso, y porque no necesitan hacer fotosíntesis, es que están a mayor profundidad que los corales tropicales.
“Técnicamente deberíamos llamarlas Paramuricea clavata” dice Sandra. Y cuenta que son importantes por su función estructural: seres vivos fundamentales para que otros seres sigan vivos. Forman hábitat, viven para otros.
Debajo de la gorgonia roja hay toda una comunidad de esponjas, de tunicados que encuentran ahí un refugio. A las gorgonias que están a menos de 12 metros de profundidad Garrabou y compañía ya ni siquiera las van a ver, pero cuanto más profundo van, más frío está: más posibilidades de encontrar gorgonias vivas hay. El mar se muere de arriba hacia abajo.
En algunos lugares del Mediterraneo este 2023 parece que el mar está tocando picos de casi 30°C. Eso es lo que está viendo este equipo de científicos: “Si las cosas continúan en esta trayectoria lo más probable es que seamos testigos de un nuevo evento de mortalidad masiva a finales de este verano” dice Garrabou. Y agrega que hay que tomar acción para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero: “no se puede poner hielo en el océano para refrigerarlo”.
Hasta hace no mucho tiempo, la gorgonia, como el coral rojo y otros cnidarios, se extraían masivamente para fabricar collares, alhajas y adornos. Todavía se consiguen por internet fácilmente en Europa, lo envían a domicilio: 45 cm de coral rojo sin teñir ni tratar cuestan menos de 80 euros.
La historia de este cnidario se remonta a la Grecia antigua. Perseo decapitó a Medusa y llevó su cabeza en barco a Atenas como ofrenda: las gotas de sangre que cayeron al mar mientras la transportaba crearon las gorgonias rojas del Mediterraneo. Freud usó esa historia de decapitación como un símbolo para ilustrar la castración: para el psicoanálisis la gorgonia es la amenaza de la falta.
Garrabou y su equipo bajan para confirmar esa falta. Son la legión de los que descubren el horror. Cuando bajan a bucear, tienen algo de Anatoly Shapiro, el oficial del ejército soviético que fue el primero en abrir el portón de Auschwitz-Birkenau. Sus discípulos, en cambio, si el mar se sigue calentando, serán como los primeros arqueólogos que bajaron a ver Thonis-Heracleion en Egipto, Baia en Italia, Shi Chen en China, Pavlopetri en Grecia o Atlit-Yam en Israel: todas Atlántidas en el fondo del mar.
*Este trabajo es una producción RUIDO con el apoyo del Earth Journalism Network (Internews) Mediterranean Media Initiative.