Luego de dos demoledores recitales en el Movistar Arena en mayo, Los Fabulosos Cadillacs regresaron a Buenos Aires el sábado a la noche, y lo hicieron con una performance todavía más aniquiladora. Esta vez el escenario que eligieron fue la cancha de Ferro Carril Oeste, lo que significó además su vuelta a un estadio tras su reunión en el Más Monumental en 2008. Aunque la base del repertorio de ambas reunificaciones fue sustancialmente la misma, en esta ocasión la banda hurgó con más finura en su pasado. De hecho, en comparación a lo que presentaron en el domo de Villa Crespo, la lista de temas ofrendada en Caballito se transformó en un justo repaso por su obra, consumando de esta manera una deuda con su gloriosa historia. Porque si de algo no había duda es de que son amos y señores de los misterios del groove, amén de excelsos músicos.
En lo que aún nadie se pone de acuerdo es en el nombre del tour que ensambló una vez más al grupo, a cinco años de su última serie de shows en vivo. Si bien es cierto que este reencuentro coincide con las tres décadas del lanzamiento de su himno “Matador”, al igual que del disco que lo contiene, Vasos vacíos, en el merchandising y la comunicación oficial de los Cadillacs suele leerse “El León del Ritmo Tour 2023”. Ya tendrían que ir preparando las remeras alusivas a la extensión de la gira, porque anunciaron fechas para el 2024. En el medio de su regreso a Buenos Aires, los liderados por Vicentico y Sr. Flavio giraron por los Estados Unidos (ahí debutaron en el mítico Hollywood Bowl de Los Ángeles) y Europa. Y en México establecieron un nuevo récord de convocatoria al citar (mediante un evento gratuito) a 300 mil personas en El Zócalo, la plaza principal de la capital del país.
En junio, el grupo puso a la venta las entradas para despedir el 2023 junto a su gente. “Para nosotros es hermoso terminar el año así. No se imaginan la alegría que nos da”, espetó el frontman a mitad del show. Una hora antes, mientras las 35 mil personas que acudieron intentaban ingresar al predio, un vecino preguntó en la bataola quién estaba por tocar. Entonces un asistente, rápido de reflejos, recogió el guante y contestó: “Los Fantasmas del Caribe”. La metáfora no estuvo lejos de la realidad, porque los Cadillacs amenizaron un festejo de dos horas en el que dieron cuenta de su experticia sobre la cosmogonía sonora caribeña. Eso quedó de manifiesto en su relectura de “Los condenaditos”, donde a lo largo de 8 minutos remojaron el jazz afrocubano en psicodelia jamaiquina y raggamuffin, con estocada rioplatense (dialéctica mediante entre murga y reggae) y guitarra con sabor a spaghetti western.
Ese collage de estilos rankeó entre los más exquisito del recital, tornando el melodrama que encierra la canción en una situación épica, a lo que le secundó un homenaje a “Mañana en el Abasto”, maravilla de Sumo. Con Sr. Flavio arañado su bajo al mejor estilo de Jaco Pastorius, en complicidad de Vicentico en la armónica y el baterista Fernando Ricciardi haciendo susurrar a los platillos. Fue la previa de su siguiente tema, “Saco azul”, en el que Florián Fernández se puso al hombro (en esa suerte de oda beatlesca atravesada por el desparpajo ramonero) la banda en la que canta su padre. Algo parecido a lo que hicieron en el Movistar Arena, aunque en este caso desbordó maestría. Sin embargo, si en esa sala levantaron el telón con “Cadillacs”, ahora lo hicieron con dos instrumentales de su primer álbum, Bares y fondas: el funk que le dio título a este trabajo, escoltado por “Noches árabes”.
Tras desenvainar el eternamente joven “Mi novia se cayó en un pozo ciego”, invocaron otro ska de vieja escuela: “Estoy harto de verte con otros”. Y entre uno y otro, el mestizaje de “Carmela” dejó en evidencia la efectividad y contundencia de los Cadillacs. Todo esto ante la mirada del percusionista Gerardo “Toto” Rotblat, quien, por más que dejó este mundo en 2008, sigue estando presente. No sólo allá arriba, sino también en el escenario, a través de la foto suya a gran escala que colocaron entre los instrumentos. Los caños de “Manuel Santillán, el león” prendieron las alarmas del primer pogo de la vigilia, sucedido por “Demasiada presión”, experimento salsero en el que el trompetista Daniel Lozano le puso a su solo un acento mucho más afrocubano.
Si Florián ya había tenido su primera cuota de estelaridad, a continuación le tocaría a otro vástago de Cadillacs, Astor Cianciarulo. El percusionista lideró la introducción de “V Centenario” (al igual que “Matador”, cumple 30 años). Y de ese ska punk, los Cadillacs pasaron al funk luego de que el trío de caños allanara el camino. Era el momento de “El genio del dub”, a la que el cantante le inyectó una dosis de raggamuffin y donde mashupeó unod de los hits del disco Yo te avisé con su primo “Radio Kriminal”. La fórmula alusiva la repitieron en “Los condenaditos”, al mechar un trozo de “Averno, el Fantasma” (tema de La salvación de Solo y Juan). Y lo mismo hicieron en “Siguiendo la Luna”, en la que insertaron otra apelación a Sumo: “Kaya”. Pero faltaba rato para llegar a esa parte del show. Antes, en el corolario del rocksteady “Calaveras y diablitos”, Vicentico propuso dividir el estadio en la sección “Calavera” y la “Diablitos”. Y las puso a competir, a ver cuál enunciaba su nombre más fuerte. Ahí perdió la derecha.
En el pop veraniego “Nro. 2 en tu lista”, Vicentico se colgó la guitarra acústica. Y la sorpresa del recital apareció de la mano del reggae seminal “Muy, muy temprano”, conducido desde el saxo por Sergio Rotman. Esto abrió la puerta para revisitar otros clásicos de los Cadillacs, enlazados a través del popurrí. El recurso juntó a “Botellas rotas”, “Cartas, flores y un puñal”, “Tengo solamente dos maneras de estar cerca del cielo” y “Revolution Rock”, que desató la locura colectiva. Esto aconteció al mismo tiempo que ese “rude boy” que decantó en su logo bailaba ska en las pantallas del escenario. Acto seguido, la banda encendió la pachanga con “Gitana”, recurrió a la nostalgia en “Carnaval toda la vida”, y volvió desatar el pogo masivo en el cierre de “Mal bicho”. En ese instante, el vocalista avisó acerca del final del show, aunque todavía les restaba por tocar “El satánico Dr. Cadillac”.
Ya en el bis, Ricciardi en batería y Astor en percusión, en plan de “We Will Rock You” orisha, introdujeron a “Matador”. Más tarde, desempolvaron el ska de primera generación “Silencio hospital”, lo que provocó otro pico de euforia. Bajaron un cambio en “Vos sabés”, pero no la intensidad. Durante el tema, Vicentico preguntó cómo venía la grieta, en referencia al juego de “Calaveras y diablitos”, lo que dio pie para la arenga “El que no salta votó a Milei”. Previo a terminar, el frontman acudió a un pedazo de “Hoy lloré canción”, y se puso a sonear como lo hacen los tótems de la salsa. La despedida llegó con “Vasos vacíos”, y el remate se produjo con el sempiterno “Yo no me sentaría a tu mesa”, donde Vaino Rigozzi (exviolero y actual mánager), agarró la guitarra, Vicentico pasó al bajo y Sr. Flavio se puso al micrófono. Una demostración más de que, más que una banda, los Cadillacs son una cofradía.