Un excombatiente que sueña con regresar a las Islas Malvinas a bordo de su lancha, plantar bandera y romper el pasaporte pasa sus días ideando el plan, mientras su familia intenta entre comprender su dolor y continuar adelante a 40 años de la guerra, historia que se puede ver en “Puerto Deseado”, filme que se estrena este jueves en salas del país.
“La idea siempre fue contar el viaje que Marcelo quería realizar, pero a medida que fuimos avanzando y conociéndonos, su entorno familiar, sus amigos y la relación con otros veteranos fue tomando más importancia que la anécdota del viaje. Y dejamos que eso vaya ganando volumen en la película”, explicó a Télam Juan Manuel Bugarín, director de la película.
Marcelo Wytrykusz pasa sus días mirando, arreglando y poniendo en condiciones su lancha. A su alrededor, su esposa e hijos continúan sus vidas, intentando acompañar a Marcelo. Él da consejos y los suma a sus actividades, mientras que su familia intenta que sus actividades no sean interrumpidas.
“Al decidir respetar los tiempos familiares y los procesos de cada uno, el rodaje fue largo, duró en total siete años”Juan Manuel Bugarín
“Al comienzo nos dedicamos a filmar escenas únicamente con Marcelo, su embarcación, la reparación de autos en el taller, algunos diálogos con vecinos o amigos, etc. Poco a poco sus hijos fueron interesándose por participar y siempre estaban con el padre ayudando en el taller o con algún quehacer de la casa. Así que empezamos a incorporarlos. Los dos chicos, Danilo y Agustín, estaban empezando a formar una banda de cumbia así que filmamos varios ensayos o improvisaciones de ellos dos tocando”, comentó Bugarín.
“Mirta y Yasmin -agregó-, la esposa e hija de Marcelo, fueron más distantes pero muy afectuosas y cálidas en el trato con nosotros. Entablar una relación con ellas fue un proceso más largo pero a la vez más enriquecedor para contar la historia y darle más matices al protagonista. Al decidir respetar los tiempos familiares y los procesos de cada uno, el rodaje fue largo, duró en total siete años”.
Observacional, Bugarín supo generar la confianza necesaria para instalarse una o dos veces por semana en la casa de Marcelo. Así, captó íntimos momentos, sobre todo en la relación del padre con los dos hijos varones.
“Fue un proceso natural de conocer a un grupo familiar y lentamente ir teniendo una relación humana y afectiva con ellos -sostuvo Bugarín-. Muchas veces no querían ser filmados y sólo pasábamos un tiempo con ellos y nos íbamos”.
La pregunta era qué lazos deja una guerra, cómo haces para sostener las relaciones humanas después de un conflicto armado, cómo te relacionas con la gente, cómo sobrellevas el día a día y, sobre todo, a quienes alcanza la posguerra. Definitivamente no sólo a los combatientes que estuvieron en el campo de batalla, también a la familia y a sus seres queridos. Son consecuencias difíciles de medir y de observar”, dijo.
– ¿Cómo planificaste el rodaje en la intimidad de una familia?
– Fuimos acomodando el rodaje y las escenas que necesitábamos de manera intuitiva y basándonos en un ida y vuelta con Marcelo. Generalmente iba a su casa con una propuesta de escena para ese día y definíamos con Marcelo cómo filmarla. A veces sucedía que Marcelo proponía hacer otra cosa diferente a la que habíamos pensado y nos acoplábamos a su propuesta. Y en otros momentos Marcelo no sentía ganas de que lo filmemos así que solo nos quedábamos con él charlando y volvíamos otro día. También decidimos mantener un equipo muy reducido de personas en rodaje, para alterar lo menos posible la dinámica familiar y adaptarnos fácilmente a los espacios de la casa y el taller.
– ¿Cómo fue esa especie de convivencia?
– Era importante esos momentos para que ellos se relajen ante la cámara y tomen confianza conmigo. Fuimos muy respetuosos de no invadir el espacio de la casa y esperar a que la familia se sienta cómoda cuando prendíamos la cámara. Mientras filmábamos escenas editábamos con la montajista el material que ya teníamos. Esa dinámica fue determinante porque podíamos ir reescribiendo la película adaptándonos a lo que le sucedía a Marcelo y a las necesidades narrativas que iban surgiendo cuando tirábamos el material en la línea de montaje. Detectábamos faltantes o se nos ocurrían nuevas escenas y entonces iba a filmarlas. Plantear desde la producción esa forma de trabajo me dio mucha libertad para ir construyendo la película.
– Y así generaron la confianza para poder mostrar la intimidad…
– Luego de filmar mucho en el taller con Marcelo empezamos a pasar más tiempo en la casa y ahí el núcleo familiar se fue acostumbrando a nuestra presencia y tomando confianza. Y a la vez, para mi tomaban más relevancia en la historia que quería contar. Hubo muchos meses donde no nos veíamos y yo mantenía el contacto por teléfono. En esos años pasaron por muchos altibajos y problemas (como en cualquier familia) y nunca me cerraron la puerta ni me dejaron de atender el teléfono. Al contrario, me contaban y me hacían parte. Les estoy eternamente agradecido por esa confianza que generaron y creo que en la película se siente esa intimidad y es la potencia que tiene la historia.
– ¿Cómo creés que esa relación entre padre e hijos, en la cual los chicos parecieran completamente ajenos a lo que el padre vive?
– Durante el primer año del rodaje entendí que lo clave era contar esas relaciones que Marcelo entablaba, con sus hijos, con sus amigos, con el resto de su familia. Por eso el desafío era poder trasladar en la pantalla ese vínculo que Marcelo genera y cómo lidia con eso ¿qué herramientas emocionales tiene Marcelo y sus hijos y qué hacen con ellas?
Pareciera que ellos están ajenos a su padre o que Marcelo está abstraído por su viaje. Pero en realidad el vínculo padre-hijo es muy fuerte y difícil que no te afecte positiva o negativamente. Ese lazo está, lo vean o no, ese padre y las cicatrices de la guerra están omnipresentes y tienen una influencia total en los hijos. La película propone pensar eso, la violencia de la guerra tiene alcances invisibles pero potentes en todos los vínculos.