Treinta años cumplirá el año próximo un espacio que es un emblema del Conurbano Sur, el Teatro de las Nobles Bestias. Pablo Szaquiel –director, actor, dramaturgo, conocido como “El Pelado”– forma parte de él desde sus inicios. Por estos momentos dirige en la sala ubicada muy cerca de la estación de Temperley una obra de Andrés Binetti, Llanto de perro (una vulgaridad contemporánea), comedia negra que pone en el centro de la escena a la marginalidad.
La historia transcurre en un rancho en medio de una llanura desierta. El lugar concreto no se especifica. Hace calor, hay viento, parece que va a llover. Adentro, en una habitación, tres hermanos intentan sobrevivir al hambre y la miseria. Reciben la inesperada visita de una encuestadora del INDEC que les hace preguntas muy ajenas a su realidad –ellos bailan a las gallinas para que pongan huevos, cazan peludos para comer, hierven los yuyitos para hacerse pucheros–. Hay un choque: civilización-barbarie. Otro: campo-ciudad. Actúan Luciano Manoni, Shantala Criscuolo, Martín Lo Nigro y Valentina Abaca. El espectáculo se puede ver los sábados de septiembre en 14 de Julio 142 (Temperley) y el 21 de octubre en el Espacio Disparate (Sitio de Montevideo 1265, Lanús).
“Hace diez años con un grupo de actores leímos esta obra. Me gustó, pero no me pareció el momento. El año pasado buscando papeles la encontré y dije ‘ahora sí'”, comenta Szaquiel a Página/12. “Derrumbe” es una palabra que menciona varias veces; es algo que le interesa llevar a la escena, como fue en el caso de Orégano, obra de Sergio Lobo que también dirigió. “Llanto de perro tiene toques de comedia pero hay un segundo plano que me interesa: la cuestión del derrumbe de un grupo. Y hay cuestiones políticas que trato de ir metiendo. La dicotomía civilización-barbarie la tiene bien plasmada. Me atrajo la posibilidad de que siempre por abajo eso aparezca.”
Reflexiona sobre las resonancias actuales de la obra, que tiene más de una década: “Incluso con las mejores intenciones el Estado puede chocar con la imposibilidad del otro. Se le habla a alguien que no puede escuchar o no tiene los medios para hacerlo. Actualmente se imponen realidades que se veían venir, cuando los grandes partidos pensaban que tenían una base inamovible. Tenían seguridad de que representaban tal cosa y la gente iba a responder”.
Una particularidad de este trabajo, en el cual el lenguaje tiene la relevancia de un personaje más, es que “a veces el público se ríe y a veces no se ríe nada”. En el último caso es porque sufre con los personajes. La cuestión de género se filtra. Y hay una arista muy compleja, que es la zoofilia. “No podemos juzgar a los personajes. Eso es lo interesante. Tienen que ser absueltos”, postula el artista.
En medio de la ciudad, la imagen que instala esta obra es la de un campo “no laborioso, que tuvo una época donde todo florecía. Antes había chanchos y gallinas por todos lados, no se veía al piso. Algo pasó que hizo que la zona se convirtiera en un erial, un páramo donde nada crece”. Estos hermanos viven en una economía de subsistencia, “embrutecidos” por esa realidad. “Están en la marginalidad total, sin acceso a nada, son supersticiosos. No sabemos si hay algo de afuera que los ha envenenado; podría haber pasado el glifosato y no dejó nada en pie. Ellos viven repitiendo las mismas historias, esperando que algo ocurra. Esperando poder comer ese día. Esa es la principal preocupación. Están constantemente con hambre. Son unos muertos de hambre. Cuando hay hambre no podés pensar en otra cosa“, describe el director, que evitó caer en la “estigmatización”, así como también en lo “pintoresco” o “folletinesco” asociado al “gauchito, el folklore, la música”. “Esta podría ser la realidad del conurbano, de un asentamiento, pero puesta en otro lugar“, concluye.