Desde el jueves pasado resuena la noticia del tío de una alumna que fue asesinado de dos balazos por el padre de otra en la puerta de un colegio de Rafael Castillo, tras haber sido citados para resolver un conflicto de larga data entre ambas estudiantes. En tiempos en los que se hacen moneda corriente los casos de bullying, autolesiones, amenazas a docentes o alumnos que van armados a clase, Página/12 consultó a especialistas e investigadores sobre la violencia de la que son portadores y víctimas, chicos y chicas en las escuelas.

“La escuela es una caja de resonancia de los procesos sociales más generales. Como ha aumentado la conflictividad social, la institución escolar se hace eco de esto –explica Carina Kaplan, doctora en Educación y directora del programa de investigación sobre transformaciones sociales, subjetividad y procesos educativos del IICE (UBA)–. Lo primero que hay detrás de las violencias es el sufrimiento y la escuela tiene que ayudar a tramitarlo”.

La investigadora presenta la violencia entendida como “dolor social” y señala que una de sus notas características es que “los estudiantes se están autolesionando, están teniendo intentos de suicidio. Estos son gritos desesperados de que ya no pueden vivir de esta manera. Cuando la escuela lo trabaja, ellos encuentran un lugar de simbolización, de tramitación de este dolor social”.

Para entender el problema, Kaplan pone el foco en las consecuencias que tuvo el aislamiento producto de la pandemia en los jóvenes: “Al regresar a las escuelas, se observa un alto sufrimiento por parte de las y los estudiantes, y las manifestaciones de violencia, tanto física como simbólica, verbal, psicológica, se han incrementado. Eso hay que trabajarlo para producir una trama afectiva en donde tengan mayores niveles de reconocimiento entre ellos, donde produzcan una mirada de respeto hacia los otros. La escuela debe hacer un contrapeso simbólico frente a las formas de la violencia social”.

En esa línea, propone no atomizar sino pensar a la escuela y a la sociedad como un “tejido” en donde la pandemia “significó una rotura en la trama de esos lazos, de cierta ritualidad cotidiana que contenía a los estudiantes, que les organizaba su tiempo”. Teniendo esto en cuenta “la escuela necesita tomarse el tiempo para reconstituir el tejido social, para que el otro se me represente como alguien importante, volver a construir el lazo social”.

“El conjunto de la sociedad ha perdido lenguaje y formas de vinculación a través del diálogo, y la discusión. Nadie escucha al otro –sostiene la pedagoga y exviceministra de Educación Adriana Puiggrós–. Hay profunda pérdida cultural, de formación ciudadana, de comprensión de lo que es la sociedad. Pero hay un pedazo de la sociedad que está más dispuesta a la violencia que al diálogo”.

La especialista analiza el caso dentro de la coyuntura política actual: “No puedo dejar de asociarlo con el votante presunto de Milei. Aquellos a los que apela su discurso como, por ejemplo, al señor del arma de este caso, que mata a alguien por una discusión entre adolescentes. Es en esa sociedad de la violencia, de la no ley, donde aparece la carencia de una mediación, no solo en la escuela, sino de los vecinos, las familias, donde recurrir a la violencia extrema aparece como algo normal y sustituye todo otro tipo de lenguaje”.

Según estudios estadísticos del Observatorio Nacional de Violencias en Escuela, que funcionó hasta el 2015, se venía registrando la existencia de formas disruptivas y de violencias en las escuelas, pero que correspondían más con formas tenues. En contraste con esto, la psicóloga, docente e investigadora Carolina Dome, expone que hoy “hay un recrudecimiento de formas severas de violencia” y lo articula con una pregunta por “la producción sociohistórica de la subjetividad al calor de la intensificación de los discursos de odio y otros guiones sociales”.

De esta forma, amplía el mapa del problema (y de su tratamiento): “La escuela no puede resolver todo ni tampoco se le puede exigir todo. Acá faltan respuestas interseccionales. La docencia es una tarea colectiva, institucional, que se da en un contexto de trabajo con otros equipos, de dirección, supervisión y también la posibilidad de articular con otros sectores del sistema proteccional, por ejemplo, del Estado”.

“La violencia existe desde el primer día que existe la escuela. Lo que tenemos que ver es qué hacemos con eso y entender que no es una sustancia o algo que contagia, sino que es una relación, igual que la autoridad. La autoridad no se restaura: se restaura el bronce, la madera. La autoridad es una relación que se construye, así como la violencia también es producto de una relación”, plantea Gabriel Brener, docente y especialista en Gestión y Conducción de Sistema Educativo (FLACSO).

Para el investigador, es imposible y problemático plantear la inexistencia del conflicto “en una sociedad con estos niveles de discursos de odio”, y postula a la escuela como espacio donde “reconocer el conflicto como una fuente potencial para la construcción de convivencia y no como sinónimo de violencia”.

“Las perspectivas dominantes del bullying descontextualizan, simplifican lo complejo, y ahí se da una despolitización de las instituciones educativas y de la sociedad –puntualiza Brener–. Esto encaja con esa perspectiva fundacional del sistema educativo moderno como promotor de neutralidad, donde se cree que el clima ideal en una escuela es la armonía. Bueno, bienvenidos a la escuela”.

Asimismo, enmarca esta concepción “en tiempos de deliberada intención por despolitizar la sociedad y las instituciones”. Según Brener: “La política no es otra cosa que pensar en el bien común. Entonces, –se pregunta– ¿quién más que la escuela para pensar en sí misma como un espacio estratégico de construcción de ciudadanía democrática?”.

“Tenemos que hacer lo imposible para reponer la palabra allí donde impera el impulso. La escuela tiene que seguir apostando a contarles a los pibes que hay otros modos de dirimir los problemas en una sociedad que pretendemos que sea más justa, más democrática, más plural, en donde el diálogo sea realmente algo que se practique y no que se simule”, cierra.

Informe: Carla Spinelli.



Fuente-Página/12