Los talk shows televisivos tienen una fórmula probada y perfeccionada durante décadas. Está el presentador afable, que puede pasar fácilmente de charlas amistosas con invitados del mundo del espectáculo a temas más actuales. El cómodo sofá o el escritorio más formal que prefieren los presentadores nocturnos. Un poco de participación del público. Y algún tipo de interludio musical (que puede ser encantador o indignante, dependiendo de la tolerancia a, por ejemplo, ver a James Corden cantando a bordo de un Land Rover). Pero ahora parece que se ha añadido a la mezcla otro ingrediente más preocupante: las acusaciones de un ambiente tóxico entre bastidores que no concuerdan con las alegres ocurrencias y sketches que se ven en la pantalla.
El toque desenfadado de Jimmy Fallon, ex estrella de Saturday Night Live durante seis temporada, lo ha convertido en una de las estrellas de televisión más rentables de los Estados Unidos. Menos abiertamente político que algunos de sus compañeros presentadores (es más probable encontrarlo haciendo imitaciones musicales con Ariana Grande que soltando monólogos mordaces), una encuesta realizada en 2022 le otorgó el índice de favorabilidad neto más alto para un presentador nocturno entre los adultos estadounidenses. Pero a principios de esta semana, un reportaje de la revista Rolling Stone recogió las quejas de dos empleados actuales y 14 antiguos de The Tonight Show Starring Jimmy Fallon, que se emite en la NBC desde 2014.
En la investigación, los empleados afirmaron que se encontraban en un “estado de miedo constante” debido al ambiente caótico y al comportamiento supuestamente impredecible y “errático” de Fallon. El informe incluso hace referencias al consumo de alcohol por parte del presentador, y la influencia en su estado de ánimo al presentarse en el trabajo. “Nunca sabíamos qué Jimmy nos iba a tocar y cuándo iba a montar un berrinche“, dijo un antiguo empleado a la revista, afirmando que los trabajadores “andaban con pies de plomo” alrededor del presentador. Al parecer, Fallon se disculpó con los trabajadores del Tonight Show a través de Zoom tras conocerse la noticia, diciéndoles que “se sentía muy mal” por el “vergonzoso” informe; un portavoz de la cadena NBC afirmó que estaban “orgullosos” del programa y que “proporcionar un entorno de trabajo respetuoso es una prioridad absoluta”. Según esa fuente, “se han investigado las cuestiones planteadas por los empleados y se han tomado las medidas oportunas.”
Si las acusaciones resultan tristemente familiares, probablemente sea porque el programa de Fallon es el último de una larga lista de programas de entrevistas que se han visto afectados por rumores de toxicidad entre bastidores en los últimos años. En 2020, antiguos empleados del programa de entrevistas de Ellen DeGeneres dijeron a BuzzFeed News que el ambiente estaba “dominado por el miedo”. Uno de los denunciantes alegó que habían sido despedidos después de tener que tomarse tiempo libre para asistir a dos funerales familiares, mientras que otros afirmaron que se habían enfrentado a microagresiones racistas.
No se culpó directamente a la propia DeGeneres, pero un empleado sugirió que tenía que “asumir más responsabilidades” en el estudio. La estrella se disculpó públicamente y el programa fue investigado por la cadena WarnerMedia, pero parecía que el daño a la marca The Ellen Show ya estaba hecho. El informe no encajaba con su mantra de “ser amable”; los índices de audiencia cayeron y el programa llegó a su fin en 2022, tras 19 años en el aire.
James Corden, otro presentador nocturno, colega de Fallon, también ha sido objeto de críticas, aunque no por parte de sus colegas del Late Late Show. A principios de este año, el director de televisión Craig Duncan describió al actor británico convertido en presentador como “el presentador más difícil y odioso con el que he trabajado” en un mordaz video de YouTube en el que recordaba un incidente durante el rodaje de la serie británica A League of Their Own (Corden no respondió al comentario en ese momento). El empresario gastronómico Keith McNally también prohibió brevemente la entrada de Corden a sus locales en 2022, describiéndolo como “el cliente más abusivo con mis camareros del Balthazar desde que el restaurante abrió sus puertas hace 25 años”, tras un incidente relacionado con una tortilla de yema de huevo de mala calidad (al menos desde el punto de vista de Corden). Según McNally, Corden se disculpó personalmente por teléfono, lo que le llevó a anular la “prohibición”, y más tarde el presentador abordó las acusaciones en su programa, diciendo a los espectadores que “hizo un comentario grosero y maleducado” que fue “descortés con el camarero”.
Los titulares negativos continuaron cuando los empleados de The Kelly Clarkson Show, un éxito de audiencia diurno que ha sido aclamado como posible sucesor del programa de DeGeneres, denunciaron en mayo que habían sido “sobrecargados de trabajo” y “mal pagados” por los productores. Un ambiente supuestamente “tóxico”, argumentaron, tuvo un impacto perjudicial en su salud mental (sus quejas no se referían a la propia Clarkson, que fue señalada como “fantástica” por el personal).
En un comunicado, un portavoz de la NBC afirmó que están comprometidos con la creación de “un entorno de trabajo seguro y respetuoso y se toman muy en serio las quejas en el lugar de trabajo”, añadiendo que “insinuar lo contrario es falso”. En otra respuesta publicada en las redes sociales, Clarkson dijo que “enterarse de que alguien del equipo se siente desoído y/o faltado al respeto en el programa es inaceptable“. Estos informes, extrañamente similares, con sus acusaciones de acoso, maltrato y exceso de trabajo, se han acumulado al punto de dar a entender un patrón preocupante en este rincón particular de la industria.
Entonces, ¿por qué estos programas, que podrían parecer bastante inocuos para el observador externo, fomentan aparentemente tan malos ambientes cuando las cámaras no están rodando? Hay varios factores en juego. Uno de ellos podría ser el vertiginoso horario en el que los guionistas tienen que trabajar cada día (y cada noche), preparando chistes y sketches dignos de un horario de máxima audiencia en un breve espacio de tiempo. Como el ciclo de noticias se ha acelerado gracias a las redes sociales -que traen nuevos temas de actualidad cada hora y hacen que los titulares de ayer parezcan lejanos y anticuados-, seguramente su trabajo se ha vuelto más tenso y lleno de presiones.
Así como las posibilidades de agotamiento son enormes, también lo son las de explotación. Históricamente, un trabajo en uno de estos programas de renombre se ha considerado una especie de billete de oro para cualquier aspirante a guionista de televisión; muchos han llegado a forjarse exitosas carreras en el mundo de la comedia o a lanzar después sus propios programas. Esa reputación puede servir para encogerse de hombros ante cualquier mal comportamiento. Puede pensarse en Meryl Streep diciéndole a Anne Hathaway que un millón de chicas matarían por su puesto de ayudante de redacción en El diablo viste a la moda. Cuando los empleados se sienten reemplazables, es menos probable que denuncien. En el reportaje de Rolling Stone, un antiguo empleado afirmaba que “sentían la presión de que si cometías un error, ya no estabas y te sustituían fácilmente. Tienes a todos esos asistentes de la NBC en el edificio que están listos, dispuestos y esperando para quitarte el puesto”.
Las salas de guionistas de comedia han sido durante mucho tiempo un lugar donde los creativos se han dado licencia para sobrepasar los límites en lo que se refiere al humor. Pero los chistes son subjetivos, y la línea que separa lo gracioso de lo inapropiado es borrosa. El “todo vale” puede dar pie a grandes chistes, pero también a abusos. En un entorno así, sería muy fácil para los que ostentan el poder insultar a sus empleados bajo la apariencia de bromas; de nuevo, los trabajadores podrían temer ser tachados de faltos de sentido del humor si lo denuncian. Si a esto se agrega el culto a la personalidad que suele existir en torno a los presentadores y productores, no es de extrañar que el mundo de los programas de entrevistas esté plagado de acusaciones de “toxicidad”. Lo extraño, al cabo, es que estos reclamos hayan tardado tanto tiempo en salir a la superficie.
Un vistazo al cambiante panorama de los medios de comunicación presenta un panorama bastante sombrío para las tertulias clásicas. Mientras que los formatos nocturnos, en particular, eran antaño gigantes de la audiencia, con millones y millones de telespectadores cada noche, la revolución del streaming ha cambiado las cosas. La televisión se ve de un modo radicalmente distinto al de hace una década o incluso cinco años. Si quieren encontrar algo con lo que entretenerse antes de quedarse dormidos, la mayoría de los telespectadores estadounidenses disponen de un número inconmensurable de horas de programación entre las que elegir, en lugar de tener que sintonizar a uno de los pocos tipos ligeramente satisfechos de sí mismos que se sientan detrás de un escritorio.
Las cifras de audiencia han disminuido significativamente en los últimos años, una caída que ha ido de la mano de la disminución de los ingresos por publicidad: según el rastreador de publicidad Vivex, el gasto en siete grandes programas nocturnos de Estados Unidos cayó alrededor de un 41% entre 2018 y 2022. Los programas de entrevistas son caros de hacer, gracias a los enormes y multimillonarios salarios que cobran sus presentadores. Así que si los ingresos caen y los costos por mantenerlos al aire se mantienen, no hay que ser un genio de las finanzas para predecir que los altos cargos probablemente entren en pánico. Hay que preguntarse si muchos de ellos no estarán tirando la casa por la ventana en un último intento desesperado por recuperar relevancia.
Ninguno de estos factores puede excusar un supuesto mal comportamiento; todo el mundo merece un entorno de trabajo respetuoso, y los empleados no deberían creer que ser maltratados forma parte del trabajo. Con las luces apagadas en muchos estudios de los talk shows mientras el Sindicato de Guionistas de Estados Unidos y sus colegas de la actuación están en huelga, ahora es el momento perfecto para que los jefes de televisión se examinen a sí mismos. En lo que respecta a las prácticas laborales, parece que este formato necesita adaptarse o morir.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.