No hubo alguna mención a James Naismith en Lakers: tiempo de ganar (HBO MAX). Y es lógico que el inventor del básquet brille por su ausencia en la entrega de Max Borenstein. Ésta es la historia de la reinvención de ese deporte a manos del equipo angelino en el último soplo de los ’70 y durante la década siguiente. Es el “showtime”. Esta filosofía que incluye un básquet híper ofensivo, seducción y espectáculo. Una mezcla de “Hollywood Bowl, entrega de los Oscars y Mansión Playboy”.
“Ahí nació lo que conocemos como NBA en la actualidad”, le dice a Página/12 Sally Richardson-Whitfield. “Los Lakers son una auténtica dinastía que fue construida en un momento muy particular. La primera temporada fue sobre los cimientos. La NBA no era popular hasta que los Lakers tomaron el mando. Eso fue obra de Jerry Buss, y de la alquimia que tuvo con Magic”, agrega la directora a cargo de varios capítulos, entre ellos, el que cierra este arco y se estrena el domingo 17.
El comienzo, entonces, fue tan engañador como el “no look pass” de Magic Johnson y certero como el “Sky Hook” de Kareem Abdul-Jabbar. Culminó con el primer título en la historia para la dupla de megaestrellas y el cimiento de lo que sería su dinastía en la década los ‘80. La continuación resultó un choque de machos alfa dentro y fuera de la cancha con la sonrisa amplia y fanfarrona de Johnson (Quincy Isaiah) y del “Cap” (Solomon Hughes), del coach Pat Riley (Adrien Brody), y de Jerry Buss (John C. Reilly), el propietario de la franquicia que maneja la marca como extensión de su miembro. Lakers: tiempo de ganar, por otra parte, refleja los demonios internos de sus criaturas y lo que escondían los flashes.
En esta segunda temporada se exprime todo lo que se generó a partir de una de las mayores enemistades deportivas paridas por este deporte. La detonación mediática para la NBA a nivel global necesitó de la pica de los californianos contra los Boston Celtics. Y, especialmente, del duelo de Johnson con Larry Bird (Sean Patrick Small), dueño este último de una estilo e imagen tan opuesta a lo que representaba el base que regalaba sonrisas y pases inverosímiles. La lucha de egos dentro y fuera de la cancha funciona muy bien en términos dramáticos y, por elevación, refiere a la cultura estadounidense con su obsesión por los ganadores. “La nueva temporada nos permitió bucear mucho más en profundidad sobre quienes eran estos tipos, su familia. Y sí, es mucho más basquetbolística que la anterior. El antagonismo con los Celtics es crucial”, asegura Richardson-Whitfield.
La entrega está basada en un libro de investigación de Jeff Pearlman (Showtime: Magic, Kareem, Riley, and the Los Angeles Lakers Dynasty of the 1980s), quien luego escribiría otro sobre el renacimiento del equipo en el nuevo siglo. ¿Podría recrearse lo logrado por Shaquille O’Neal, Kobe Bryant y LeBron James? Aún queda un último tramo sobre el final de esa década con los Lakers, y aunque no se ha confirmado su continuación, se especula con que será la última con todo lo que sucede con el anuncio del HIV de Magic.
Lakers: tiempo de ganar, por lo pronto, es un viaje retropop a los ’80 junto con una estética burbujeante que le suma fantasía al relato (y que no ha sido muy bien recibida por varios de los representados), sello del productor Adam McKay. “Tratamos de recrear esa época a partir de nuestra memoria sobre los archivos deportivos, pero de allí en más es crear algo como nunca se ha visto. Suena muy presumido. Pero tiene que ver con nuestra imaginación acerca de esos momentos. Tengo la certeza de que nadie hizo algo parecido en términos de cómo plasmar el básquet. Siempre decimos, “¿y si probamos con esto?” Nunca es un no. Se vuelve más grande e imposible, como todo lo que hacían los Lakers”, plantea Richardson-Whitfield.
-Filmaste más episodios que nadie entre las dos temporadas, ¿cuáles fueron los mayores cambios entre la anterior y la que vimos este año?
-En la primera temporada tuvimos que contar quiénes eran todos estos personajes, pensando en quienes no sabían nada de los Lakers. Pero principalmente desarrollamos muy fuerte una idea sobre cómo sería este programa que tiene una identidad muy fuerte. Adam McKay tiene un estilo muy singular y todos los que estamos involucrados seguimos esa línea. La segunda temporada es más profunda porque ya todos tienen una senda. ¿Quiénes son verdaderamente estos tipos? Lo que más resalta es la rivalidad con Boston Celtics, obviamente. Pero también tenés la relación de Magic con Cookie, todo el drama que viene de sus relaciones personales.
-La puesta en escena es muy especial, con la ruptura de la cuarta pared, la textura de la televisión de aire o el granulado del cine de entonces. ¿Qué suma eso a la entrega?
-Definitivamente fue una búsqueda, el programa se distingue por eso y en esta temporada nos preocupamos por usar esos elementos sin que se vuelvan un dispositivo. Los personajes le hablan a la cámara mucho más de lo que pide el guion. Nos damos cuenta cuando es el momento de incluirlo, y a veces surge de la improvisación en el rodaje. Los actores ya lo tomaron como algo natural. El estándar lo establecieron Adam McKay y nuestro director de fotografía, Todd Banhazl, y creo que es una forma brillante de presentar el programa, muy acorde a lo que destilaban los Lakers.
-¿Cómo lograron dar con las escenas dentro de la cancha?
-Las filmamos como si fueran secuencias de acción. Tenés estas grandes escenas y vas rescatando las pequeñas partes. Vimos el gancho de Kareem un millón de veces, ¿cómo sería verlo de una manera distinta? ¿Qué lentes podemos usar para estar ahí dentro? ¿cómo podemos mover la cámara para que se sienta la energía de un estadio? En muchas de las escenas tenemos un camarógrafo que usa rollers y te mete ahí dentro. Fue un desafío muy estimulante.
-¿Por qué cree que los Lakers son un epítome de los ‘80?
-Eso fue por Magic. Tenía muy en claro que quería romper ciertos moldes. Kareem ya era una superestrella, pero Magic exudaba algo distinto. Su personalidad siempre al frente, muy exuberante, y sin miedo de demostrarlo. Eso cambió la NBA y la forma en que la gente se acercó al básquet. Y Jerry Buss era pura ostentación. Fueron la tormenta perfecta en el momento ideal.