La canción, esa materia prima que opera en las músicas populares de buena parte del mundo, fue el espacio sobre el que la atemporal voz de la artista uruguaya Diane Denoir sobrevoló en la noche del pasado miércoles en un delicioso concierto que colmó la sala porteña de Bebop Club.
Con un canto envolvente y afinadísimo al frente de un impecable terceto oriental de pulso jazzero, la compositora e intérprete le devolvió a la canción -esa singular combinación de melodías y palabras que se erige como lengua propia- toda su sutil espesura.
Si Luis Alberto Spinetta (también convocado al universo sonoro del recital) supo expresar hondamente en “Barro tal vez” el deseo de ya estarse “volviendo canción”, Denoir y su grupo encarnaron aquel afán virtuoso y utópico a la vez.
Casi en sincronía con la velada de lluvia y bruma que coronó un miércoles aguado y húmedo en Buenos Aires, el recital aportó la sensible cadencia de géneros como el candombe beat y la bossa nova en una suerte de alabanza de la melancolía.
A partir de las 23.08, en el segundo turno de la noche de la cartelera musical del acogedor reducto palermitano, primero ingresaron y sonaron el pianista Andrés Arnicho y el baterista Nelson Cedrez, para enseguida habilitar la entrada de la anfitriona y de su compañero, el bajista, guitarrista y arreglador musical de la propuesta, Daniel “Lobito” Lagarde.
Con una naturalidad no exenta de refinamientos, el conjunto propuso un viaje sonoro parido en las entrañas de la cultura rioplatense donde la memoria y la toma de posición frente a asuntos universales e irresueltos, como las guerras y el hambre, funcionaron como insumo necesario pero siempre esquivo a la obviedad de la arenga.
Denoir fue didáctica e introductoria al presentar un repertorio sostenido en unas vivencias de inspiraciones, compromiso político, exilios y búsquedas estéticas que marcaron y signan todavía los pasos de una mujer de 76 años capaz de poner todo ese bagaje en un cancionero interpelante del presente.
“Esa tristeza”, popular composición del gran e influyente Eduardo Mateo con quien la vocalista trabó un virtuoso vínculo artístico, abrió un viaje que destiló luminosidad en su apuesta por la belleza.
“La verdad es que me cuesta desprenderme de Mateo”, confesó ella como prólogo a la magnífica “Y hoy te vi” y antes de anunciar “un tema cubano en bossa nova” que resultó una encantadora relectura de “Pequeña serenata diurna”, del trovador Silvio Rodríguez.
De regreso a Uruguay para recuperar a Gastón “Dino” Ciarlo a quien definió como un autor “muy blusero” se oyó la sensual y a tono “Noche de lluvia” (Mientras tanto, en el baño/Tu vestido secándose/Y el perfume de tu cuerpo/Me mojaba, mojándote”).
Para refrescar su vínculo con el escritor y poeta Mario Benedetti, con quien compartió tiempo de exilio en Buenos Aires forjando un lazo que la involucró desde entonces y se mantiene como parte de la dirección de la Fundación que vela y promueve ese legado, entonó el eléctrico tema compartido “La vida cotidiana”, tema que iba a dar título a un espectáculo conjunto y ampliado que las amenazas de la Triple A echaron por tierra.
“Nos vamos a mandar dos licencias con dos versiones nuestras de canciones de compositores argentinos”, dijo tímidamente, pidiendo una suerte de permiso que, a la postre, no se justificó.
Primero con una sobrecogedora visita a bajo y voz de “Plegaria para un niño dormido”, de Spinetta, y luego –tras otra reverencia matizada con la frase “que míster Charly me disculpe”- llegó “No soy un extraño” cantada en francés, idioma que domina a la perfección y que surgió de una idea del productor y músico Luciano Supervielle.
En ese tramo de argentinidades fue el turno de “Como un pájaro libre” (una de las piezas que creó junto a Adela Gleijer) y que tuvo impacto planetario de la mano de Mercedes Sosa.
“Es una canción que data de 1972 cuando la represión en Uruguay se puso brava y que yo nunca grabé pero que gracias a Mercedes Sosa fue como una herramienta que sirvió”, apuntó acerca de la pieza que en una de sus estrofas postula: “Muero todos los días, pero te digo/No hay que andar tras la vida como un mendigo/El mundo está en tus manos, puedes cambiarlo/Cada vez, el camino es menos largo”.
A cuento de ese pasaje filial, anunció “dos temitas femeninos/ parentales” introduciendo “Cuánto trabajo” de la venezolana Gloria Martín y el más conocido “A nuestros hijos”, del brasileño Ivan Lins.
De opresiones, desigualdades y guerras versó la siguiente estación capaz de contener “Viafra”, de Rubén Rada y para el que Franco Luciani sumó su siempre afiladísima armónica; una canción peruana sobre la esclavitud y la estupenda “Para la guerra nada” de la colombiana radicada en España Marta Gómez.
Con “Fuerza extraña”, uno de los himnos del bahiano Caetano Veloso traducido al español y con “Estoy sin ti”, otro de Mateo, pero en su interpretación en francés y añadiendo otra vez el aire de Luciani, el recital llegó a su cierre tras unos 80 minutos de músicas de vuelo certero.
Alejadísima del criterio de “carrera” que las mentes pragmáticas pretenden imponer a toda actividad, Diane Denoir reafirmó la vigente e imperecedera potencia creativa de la cultura popular rioplatense servida en canciones sin fecha de vencimiento y con lúcida pretensión de universalidad.