“La pregunta que tenemos que formular a la nueva generación no se vincula con los valores. (¿sos solidario o egoísta? ¿sos crítico o conformista? ). Se vincula con la sensibilidad: ¿sos feliz o infeliz?” Esto escribía Bifo Berardi en 2007, en su libro Generación post alfa.

La generación a la que se refiere es la post alfabética. Ya son varias. Berardi sostiene que durante siglos la transmisión cultural se hizo en condiciones dialécticas, y que en términos dialécticos también se basaron los grandes movimientos sociales del siglo XX. Pero la transmisión de una generación a otra se llevaba a cabo a través de una herramienta que fue cambiando de forma y contenido pero fue siempre compartido: el lenguaje.

La brecha analógica-digital comenzó cuando la era digital empezó a provocar cambios subjetivos en las generaciones nativas. Las ultraderechas del mundo, hoy, se nutren, se organizan, planifican atentados, fascinan por el descaro propio de lo digital, donde el cuerpo no se pone y muchas veces la identidad tampoco. Y entre los que nacimos antes y en consecuencia somos sujetos históricos, y estas nuevas generaciones que abonan, en algunos nichos donde se juntan otras coordenadas, su ahistoricidad con su desprecio por todo lo colectivo y por su negación de su clase, no hay comunicación posible.

Se pregunta Berardi cómo debería ser la comunicación política en este contexto. Y dice que sería una comunicación política terapéutica, orientada a despertar la esperanza en hallar condiciones materiales que permitan algo del goce de existir. La ultraderecha prescinde del placer y la belleza, especialmente de la belleza y el placer colectivos.

Por eso Berardi apela a la sensibilidad como puente entre unas y otras generaciones, porque la digitalización del mundo ha interpuesto un muro, y la generación post alfa no cree en el lenguaje. Usa otro. Son otros significados, otros significantes. No podemos ponernos uno en lugar del otro porque no hay lenguaje que nos vincule. Pero queda la sensibilidad. A los comunistas y los nazis les gustan los perros o los gatos. Los perros de Milei son el anzuelo emocional positivo, pero todo el personaje está compuesto por sets emocionales que son perversamente disrruptivos. Lo digital no es ético, es efectista porque básicamente es un impulso eléctrico en los cerebros.

Por eso la sensibilidad es un puente. Esos lugares no ideológicos y presentes incluso en quienes se han endurecido tanto que los resisten. Es posible que alquien sea cruel y alguien sea solidario, pero seguramente los dos tengan su canción favorita, su sueño imposible o alguien que sea su debilidad.

Las ultraderechas están llenas de gente que tiene vidas muy vulnerables y sufridas, pero esas vidas están marcadas por la voltereta que hizo el capitalismo de mercado junto con la digitalización del mundo: ya no hay obreros que busquen liberarse de la explotación, pero hay millones de personas en el mundo que son víctimas de la fragmentación, la relocalización y la precarización del trabajo. Y esto no lo pueden comprender, porque su post alfabetización les bloquea la capacidad de entender los contextos. Lo digital es corto y la velocidad recorta el contexto. El resultado está a la vista: mucha gente se ofrece en sacrificio a quien le está diciendo que lo aplastará, pero no les importa lo que dice, les importa que “es distinto”. Uno de los déficits de la generación pos alfa es el de atención. La gente con pluriempleo o trabajo virtual no tiene tiempo para fijar su atención. La ultraderecha ganó las paso simplemente llamando la atención.

El libro de Berardi es complejo, como su pensamiento que mezcla enfoques. Pero él mismo sabe comunicarse con sensibilidad. Cada tanto aparece un párrafo como éste, escrito con belleza, que es algo que debemos recuperar para nuestras vidas cotidianas, pero una belleza lúcida:

 

“La cuestión de la transmisión cultural es, sobre todo, un problema ligado a la sensibilidad. La historia de la modernidad es la historia de una modelación de la sensibilidad, de un proceso de refinamiento (pero, también, de un proceso de disciplinamiento), el desarrollo de nuevas formas de tolerancia y de creatividad (pero, también, el desarrollo de nuevas formas de barbarie y conformismo). La pregunta que debemos hacernos y, sobre todo, debemos hacerle a la gente que se está formando hoy, a los chicos, a la nueva generación, se refiere al placer, a la belleza: ¿qué es una vida bella? ¿Cómo se hace para vivir bien? ¿Cómo se hace para estar abierto al placer? ¿Cómo se goza en relación con los otros? Esta es la pregunta que debemos hacernos, una pregunta que no es moralista y que funda la posibilidad misma de un pensamiento ético”.



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