Telam SE

En el Teatro Argentino de La Plata, en el marco del primer Festival Bonaerense de Poesía, se llevó a cabo “Quisiera que me recuerden”, un homenaje a los poetas desaparecidos Dardo Sebastián Dorronzoro, Miguel Ángel Gradaschi, Daniel Omar Favero, Alicia Eguren, Carlos Aiub, Miguel Ángel Bustos, Imar Miguel Lamonega, Luisa Marta Córica, Mónica Morán, Joaquín Areta y Tilo Wenner.

Poco antes del encuentro fui convocada por la organización del festival para leer un poema de Mónica Morán. Acepté la invitación sin saber nada de ella. Me puse a buscar sus poemas con alguna preocupación de que podrían no gustarme, o no sentirme identificada y entonces me costaría ponerlos en mi boca, prestarles mi voz; me adelantaba, mientras tipeaba por primera vez su nombre en el buscador.

Primero aparecieron unas fotos modernas de una homónima estrella de TikTok, que lógicamente, no era. Como si formulara el abracadabra, tuve que poner “Mónica Morán desaparecida”, para que apareciera.

Así llegué a ella, o ella llegó a mí, a través de una red de confluencias. 

Mónica era titiritera, actriz, teatrera, escritora, artista plástica, maestra y tenía un compromiso de militancia que se encuadraba en el ERP. Se había casado y divorciado. Había vivido en Neuquén. Trabajó dos años en la secretaría de bienestar universitario de la Universidad Nacional del Comahue, hasta la llegada, en 1975, de un interventor vinculado a la triple A, Remus Tetu, quien produjo decenas de cesantías y expulsiones. Entonces Mónica volvió a vivir a la casa de sus padres en Bahía Blanca, pero ya estaba en las listas, la tenían fichada.

La noche del 13 de junio de 1976, en La Ranchería, que era la sede del grupo de teatro independiente Alianza, durante el ensayo de una obra, irrumpió en la sala un grupo operativo con hombres vestidos de civil, armados con pistolas y ametralladoras. Amenazaron de muerte a toda la compañía, los obligaron a tirarse boca abajo al suelo, mientras preguntaban por Mónica. Ella se entregó sin oponer resistencia. Los hombres igual se la llevaron por la fuerza arrastrándola.

En el Centro Clandestino de detención, tortura y exterminio, conocido como “La Escuelita”, ubicado en la sede del Comando Vº Cuerpo de Ejército en Bahía Blanca, la torturaron durante 10 días, incontables noches, tras lo cual fue asesinada dentro de un baño, barrida por una ráfaga de ametralladora. Era una muchacha de 27 años.

Sobre su muerte se publicaron historias falsas, se fraguó un enfrentamiento. Su cadáver fue entregado a la familia y velado a cajón cerrado bajo estricta custodia militar. Luego fue enterrada sin que se pudiera identificarla y su tumba quedó bajo vigilancia como una trampa ratonera, hubo seguimientos y persecuciones a quienes la iban a visitar.

Siempre la misma historia. Insoportable. Los títeres quedaron muertos de miedo, ya no se animaron a actuar. Quedaron los pedacitos de Mónica dispersos por ahí, sus huellas, sus dibujos y poemas, las poquitas cosas que se pudieron salvar, guardadas en cajones secretos.

Algunos poemas que Mónica llegó a compartir con sus compañeros de teatro, poco antes de su secuestro, fueron reunidos en “Angelario”, publicado en 2014 por la Universidad Nacional del Sur.

Luego, tantos otros textos y dibujos, conservados en el ámbito familiar, fueron reunidos para componer: “Dolores, Bufandas y Recuerdos”, publicado por la editorial MVJ en 2022, dentro de la colección Versos Aparecidos, creada con el propósito de investigar y recuperar la literatura producida por militantes perseguidxs, desaparecidxs y asesinadxs.

Dolores. Bufandas. Recuerdos. Palabras mecanografiadas. Tesoros íntimos hechos públicos. Textos que dejan de estar solos, aislados y prohibidos, que dejan de ser secretos. Poesías que dejan de estar guardadas.

Mónica trasciende la muerte. No hay cautiverio para la palabra. Su voz, su sensibilidad, sus pensamientos, salen a la luz. Sus palabras se entretejen libremente con otras palabras, conversan con otros textos, con otras historias y adquieren nuevos sentidos, sus palabras provocan nuevas emociones y se hacen parte del presente, se hacen parte del todo en su contexto y recuperan su dimensión política, además de la poética.

Al leer y releer el poemario, al meterme a pleno en la literatura, en el cuerpo de las palabras y los silencios que las entrelazan, al bucearlas y repetirlas en voz alta intentando acertar el tono con el que ella las pudo haber escrito, descubro que hay una gracia especial, un sentido del humor que no pretende ser gracioso, pero es divertido. Ella tiene una mirada teatral, representativa de la vida y de la narrativa. Es capaz de plantear en pocos trazos un esqueleto sinóptico intencional, el sentido de sus personajes y el planteo de las conflictivas, las claves de la dramaturgia aparecen condensadas en cada poema, como si plantara una semilla, un fundamento, algo que luego se puede desarrollar.

El libro hace posible un viaje imposible, abre un camino para llegar Mónica.

El libro nos invita a visitar, a conocer, a involucrarnos con ese universo creado por ella, que es ella misma en realidad. Nos ofrece un momento especial, para entrar en un no-tiempo, un lugar que no es allá, ni acá, es un paseo a través de su imaginario, donde espera que la encontremos.

Vuelvo a buscarla en imágenes, necesito verla, ponerle un rostro definitivo, reconocerla entre el magma genérico de los rostros en blanco y negro de los 30mil.

Encuentro a esta chica que sonríe un poco de costado, como si supiera que una sonrisa entera, quizás sea demasiado. Ella sostiene una flor en el escote del saco, una cala blanca. La vincha le sostiene el pelo lacio, tiene los ojos muy pintados y la cara dibujada con una pequeña cruz sobre el mentón y un corazón en la frente.

Se la ve feliz, como una niña apenas crecida, que no ha dejado de tener ilusiones.

Se me queda atravesado el gesto de Mónica, con la media sonrisa quieta, vital y perpetua.

Duele saber. A pesar de lo que le hicieron, las ilusiones siguen intactas.

Los invito a leerla. Porque la historia no es un cementerio y en la poesía Mónica vive.





Fuente Telam