La identidad, el mestizaje, el lugar histórico de la mujer, la esclavitud y la subordinación son examinados en “La malinche”, ejercicio teatral que invoca la actuación pero también la performance, el diálogo de lenguajes y el despliegue audiovisual, que tuvo estreno el jueves en el porteño Teatro Nacional Cervantes.
Escrita por Cristina Escofet (“Ay, Camila!”, “Fridas”. “Yo, Encarnación Ezcurra”), dirigida por Andrés Bazzalo, protagonizada por Maia Mónaco y Ana Yovino y con música en vivo de Maximiliano Mas, la obra se puede ver de jueves a domingos en la sala Orestes Caviglia del Cervantes (Libertad 911).
“La malinche” cuenta en un relato llevado a cabo por dos mujeres el destino oscuro, la infancia aciaga, los dolores y las pertenencias del personaje histórico de Malinalli, una joven nahua originaria de las clases altas, vendida como esclava por su madre en forma anónima y que fue entregada al conquistador español Hernán Cortés en pago de un tributo.
Su relación con Cortés, de quien fue intérprete, consejera y amante, le valieron el nombre de Malinche, asociado históricamente al importante rol que cumplió en la conquista de México (1519-1521) y el sangriento sojuzgamiento de aztecas, mayas y pueblos originarios americanos.
En la obra hay dos personajes principales: la Huesera, una suerte de pitonisa que lee señales y comenta los posibles desenlaces que es a la vez la abuela de Malinalli, interpretado por la cantante, compositora y performer Maia Mónaco, que además del rol advinatorio juega varias canciones y algunas voces de otros personajes en la pieza; y Malinche, a cargo de una intensa y proyectada Ana Yovino, que la interpreta desde niña hasta el momento en que da a luz su primer hijo.
“La pieza, de corte confesional, culmina con la protagonista a punto de parir. La hipótesis en que se sustenta es que si la conquista dejó un legado, es el de pertenecer a un mestizaje incierto”, destaca Escofet en un escrito que acompaña el programa de mano.
La historia de la Malinche se cuenta de comienzo hasta el parto de su hijo con Cortés y es bastante rigurosa en el acompañamiento de las vicisitudes que esta mujer nahua atraviesa en su vida, realizando distintas marcaciones en torno del lugar histórico de la mujer, y los destinos sumergidos, uno bastante elocuente alrededor de los sometidos y que equilibra tanto la España de los conquistadores como la América de los conquistados.
La obra se sitúa entre el relato de vida y el contexto histórico y elige sumergirse en una cierta atmósfera de misterio, sincretismo, evocación y conjuro de las fuerzas históricas, tanto materiales como espirituales y anímicas, que parecen mover las aspas de la historia y el mundo y que provocaron una suerte de big bang cultural en el encuentro de los mundos americanos y europeos con la conquista del continente.
Bazzalo elige una puesta en escena que respeta y lleva a su máxima expresión esta invocación teatral propuesta por Escofet y la tiñe de personificaciones actorales potentes y comprometidas, intensas y vitales, tanto desde el canto, sonoro, elevado, en instantes prístino, de Mónaco, como en el tono, ardiente y comprometido de Yovino al relatar una historia, que es suya y, en la mayor parte del tiempo, desgraciada: la de un cuerpo zamarreado al ritmo de las imposiciones del poder, ya sea las de las leyes de la cultura originaria o las de los conquistadores, atravesadas ambas por el patriarcado, la desolación, la inclemencia.
Otras apuestas fuertes de la puesta son la música, presente en todo el desarrollo escénico y con peso gravitante en la definición de los climas de las escenas; y las imágenes audiovisuales, que reúnen modernidad y sincretismo, debidas a Lucio Bazzalo que se proyectan sobre el fondo y el piso del escenario a lo largo de toda la representación, transformándola en uno de los personajes centrales de la tragedia.
Más que realismo hay artificio en esta construcción histórica que le habla al presente y que a veces peca por ser excesivamente declamatoria, o si hay realismo es del tipo mágico que sintetiza los mundos diversos que tienen lugar en la América nuestra.
“La Malinche”, cuenta con diseño de vestuario de Adriana Dicaprio; diseño de escenografía de Alejandro Mateo, diseño de iluminación de Soledad Ianni, diseño y realización audiovisual de Lucio Bazzalo y música original y dirección musical de Gerardo Morel, y se puede ver de jueves a domingos a las 19.30 en el Teatro Nacional Cervantes.