“Voy a hipnotizarlos. Así que necesito su ayuda. Cierren los ojos”, pidió el dramaturgo, director y actor Rafael Spregelburd en la inauguración del 15° Festival Internacional de Literatura Filba durante la original “Conferencia performática a tres voces”, junto a la escritora Gabriela Massuh y el poeta y editor Mariano Blatt. Esta edición del Filba, que se realizará hasta el domingo 1° de octubre en distintas sedes de la Ciudad de Buenos Aires, contará con invitados internacionales como el escritor rumano Mircea Cartarescu, los estadounidenses Jonathan Franzen y David James Poissant, la canadiense Nancy Huston, la eslovena Renata Salecl, la mexicana Branda Navarro y el francés Thibault de Montaigu, entre otros.
Todos en el auditorio del museo Malba, con los ojos bien cerrados y temblando por las carcajadas, participaron de esta experiencia de intercambio de textos entre tres escritores de distintas generaciones, dirigidos por Andrea Garrote. Entonces Spregelburd pronunció “inteligencia”, y propuso pensar la siguiente palabra. La unánime respuesta fue “artificial”.
“Me gustaría afirmar vehementemente que no hay algoritmo posible para transformar la creatividad humana en creatividad maquínica. Pero los tiktokers y los filósofos positivistas me dirán que el algoritmo está en pañales y que la gran novedad del lustro es que las IA pueden aprender. ¿Aprender a qué? A parecerse al humano. A emular el error, la desviación, el capricho, el fuera de contexto que produce humor. ¿Alguien ha intentado enseñarle a una IA a contar un chiste de suegras?”, ironizó Spregelburd en la apertura de esta edición del Filba que tiene como eje temático “La máquina humana” y contará con la participación en charlas, entrevistas, talleres y lecturas de Jorge Consiglio, Betina González, Alejandra Kamiya, Camila Sosa Villada, Gabriela Cabezón Cámara, Sergio Olguín, Mauricio Kartún, Pablo Alabarces y Emmanuel Taub. El autor de La terquedad recordó a Digit, un robot con rasgos humanoides que en abril de este año se desplomó “como un castillo de naipes” después de veinte horas seguidas de trabajo.
Vivir en la precariedad
“La naturaleza del trabajo está toda en jaque; no hace falta trabajar tanto”, reflexionó Spregelburd. “Y si mi trabajo, un poco parecido al de Digit, es la creatividad pura y dura, que es como apilar cajas, que tiene un rédito y un precio, ¿cómo me desplomaré cuando me desplome? O aun peor: ¿no empecé ya hace muchos años a escribir para desplomarme, precisamente? ¿No hay en toda la escritura, en todo hallazgo una denuncia? ¿No es el desplome esa denuncia?”, interpeló al público del auditorio -entre los que se encontraban el editor Daniel Divinsky, el ministro de Cultura de la Ciudad Enrique Avogadro y la dibujante Isol-, y aclaró que no le gustaría dejar la impresión “católica” de que la escritura es puro sacrificio y dolor, sino que prefiere hablar “de que aquello que estaba erguido apilando cajas queda desplomado, esperando la próxima inyección de curiosidad para erguirse una vez más, antes de cada nuevo fracaso”, postuló en un final con un guiño beckettiano.
Gabriela Massuh trenzó una bellísima conferencia en la que repasó los aportes de dos filósofas contemporáneas fundamentales como la estadounidense Donna Haraway y la belga Vinciane Despret. Según la escritora, Haraway “analiza, compone y produce comunidades compost, generando un humus que permita, así más no sea a modo de ficción, relatos que tejan nuevas alianzas entre los humanos y el resto de las especies vivas en un planeta lanzado a un futuro incierto”. Para la autora de las novelas La intemperie, La omisión, Desmonte y Degüello “se trata de recrear la vida en el planeta por más que sea una ficción”; por eso propuso “pensar con un sinfín de colegas enhebrando de manera simpoiética, es decir, a través de una red tentacular de alianzas y empatías” para crear comunidad.
En el escenario del Malba, Massuh precisó que esta comunidad tiene que “aprender a vivir en la precariedad, en tiempos de extinción, en tiempos de duelo” y subrayó que en este contexto “toda narración se convierte en un recuerdo de la pérdida”. Enhebrar pensando -como afirmó la escritora- es lo opuesto a la inteligencia artificial, que va desde la ejecución de sencillos algoritmos hasta la interconexión de complejas redes neuronales artificiales que intentan replicar los circuitos del cerebro humano. “La inteligencia artificial no crea comunidad. Tampoco entiende el goce de una sombra reparadora bajo árboles añosos, ni la conmoción ante la maravilla y el misterio de la creación de este mundo”, destacó Massuh. “Los humanos deberíamos abandonar la jactancia de suponer que somos el centro de esa creación maravillosa e infinitamente bella hoy puesta en jaque”.
La máquina y el silencio
Mariano Blatt aportó una perspectiva poética en la apertura de este festival, en el que Pablo Braun, presidente de la Fundación Filba, que organiza el festival desde 2008, pidió que la industria editorial abandone el retractilado, el plástico transparente que envuelve a los libros. “La máquina no sabe hacer silencio”, dijo el poeta y editor y sumó una serie de cuestiones más que la máquina no sabe, como que el paisaje de la noche estrellada es “una ascensión mística”, ni que “el árbol es el pensamiento del paisaje” o que “la montaña creó al nómada” porque “la alegría de lo lejano atrajo a las primeras tribus”, según el poeta peruano José María Eguren (1874-1942). La máquina tampoco sabe que el sueño, como escribió el poeta español Felipe Trigo (1864-1916), es la “fina ceniza de la muerte arrojada como lava de volcán todos los días sobre la vida, hasta que un día la tapa”. Blatt anotó todas estas frases en su “cuadernito” de citas. “La máquina puede penetrarme en el tiempo, pero no puede penetrarme hasta el alma. No la culpo, yo tampoco. Nadie puede penetrarme más allá del tiempo hasta el alma”, planteó el poeta como si estuviera leyendo un poema titulado “La máquina”.
El editor de Blatt & Ríos duda de que la máquina se tome el trabajo de leer dos veces la misma oración. “La máquina nunca traduciría mindblowing como vuelamentes o implosionabochos. La máquina se lo pierde. La alegría de hablar, de decir, de escribir, la máquina no la siente”, continuó Blatt su enumeración. “Todos los días los hechos escriben su presencia en la hoja de nuestros días y todas las noches la fina ceniza del sueño los tapa, hasta que un día nos tapará para siempre. Mi única esperanza, entonces, es ser una nota al pie en la biografía de otra persona”, confesó el autor de Mi juventud reunida. “La máquina no sabe que llené este texto de citas para que su proximidad contagie mi prosa, para que mi prosa aprenda, como se dice que aprende la máquina, de quienes consiguieron en algún momento de su vida domar el idioma español de modo de hacerlo decir las claridades, las voluntades, las cosas bellas de absoluto sentido que le hicieron decir. Como la máquina, que aprende de nosotros pero todavía no sabe, así yo aprendo de los otros, pero todavía no sé”, concluyó el poeta.