Hace unos años, Juan Leyrado y Lisandro Ficks crearon la obra de teatro Extra Virgen, que tenía como personaje principal a Pascual Del Vecchio, un hombre pacífico, de poco carácter que, siguiendo la tradición familiar, dedicaba su vida a lo que amaba: los olivos y la producción de aceite de oliva de altísima calidad. Un día, un golpe emocional le provocó un colapso que lo dejó en coma un tiempo. Cuando despertó se sentía poderoso, fuerte, y de pronto, tenía carácter. Y los vínculos familiares se modificaron, y la vida entera también, menos su amor por su aceite de oliva. Cuando el hijo del actor, Luciano Leyrado, vio la obra, también vio una posible película. Y junto a Agustín Rolandelli se inspiró libremente en la pieza teatral para hacer el guión cinematográfico. Leyrado hijo es también el director de Oliva, film que se estrena este jueves 6.
En la ficción cinematográfica, Pascual Del Vecchio dedica su vida a lo que ama: los olivos y la producción del aceite de oliva, junto con su hijo menor, Miguel. Un día, encuentra a su esposa Graciela teniendo sexo con su contador en el depósito y su mundo se viene abajo. El shock le provoca ese colapso que lo deja en coma por varios días. Al despertar, algo en él ha cambiado. Pascual está convencido que es un capo de la mafia. A partir de ahora, todo aquel que se interponga en su camino será ajusticiado bajo los principios de la mafia siciliana. Su hijo y mano derecha, Miguel, es el responsable de que sus órdenes se lleven a cabo. Pascual ordena crímenes ridículos que Miguel resuelve a sus espaldas con despidos e indemnizaciones haciéndole creer a su padre que sus órdenes se llevan a cabo, mientras que mantiene a su madre en un viaje eterno por Europa.
“Fue muy importante y muy lindo”, dice Leyrado sobre la gratificación que significó ser dirigido por su hijo. “Hemos colaborado ambos, uno con el otro, así que fue una maravillosa experiencia. El es un hombre que tiene muy claro lo que quiere hacer y eso ayuda mucho, porque desde ahí puede recibir más propuestas que uno le puede hacer en cuanto al personaje. Y él va eligiendo y deja libres a los actores porque, como dije, sabe lo que quiere hacer. Y la película que tiene en la cabeza se hace. Es muy abierto y, a la vez, es muy estricto. Estoy totalmente orgulloso de mi hijo”, afirma con el pecho inflado.
-¿Cómo fue componer al personaje, que tiene bastante de delirante? ¿Sentiste empatía?
-Sí, me gustan esos personajes que deliran y que tienen cosas. Y la verdad es que sentí mucha empatía. Generalmente, me pasa con los personajes. Este, particularmente, está en ese tono de comedia tan alocada, pero a la vez tiene una base muy creíble.
-¿Cómo trabaja un actor un simulacro, teniendo en cuenta que la actuación misma es un simulacro? Un actor tiene que simular ser alguien y el personaje tiene que simular ser alguien también. El personaje mismo tiene algunas cosas de actor.
-Sí, claro. Ese es el tono. En realidad, eso lo hace el personaje. Lo trabajé como el personaje que actúa. Me coloqué en ese lugar. Y era muy interesante porque era observar al personaje que actuaba. Era como una vuelta más a la actuación. Y a mí me encanta. Es como me gusta laburar generalmente. Con el personaje tengo esa relación: lo dejo libre. Le doy el combustible para que vaya y yo lo voy mirando. Lo cuido para que no se caiga, para que no se golpee o que se vaya de la pantalla, o que en un plano corto haga una mueca muy grande. Lo cuido. Estoy al servicio del personaje. Y, a la vez, lo construyo yo, no estoy loco. Sé que es una construcción mía.
-Hay aspectos muy fantasiosos y otros muy reales en la historia. Entre los segundos, se ubican las relaciones familiares y el problema de las herencias. ¿Por qué crees que es tan común este tipo de discusiones en las familias?
-Porque hay expectativas. Tiene que ver con cada uno de los hijos. Más que nada cuando hablamos de la herencia, no es de dinero sino la herencia de lo que uno se va quedando de lo que el padre o el abuelo fueron construyendo en el plano de las pasiones. El padre de mi personaje Pascual era un apasionado con el aceite de oliva. Y, a partir de ahí, Pascual empezó a conocer el aceite de oliva. Y ese producto resultó ser muchas cosas en su vida. Permitió la comunicación más profunda con el padre. El padre era un tanto duro. Me lo imagino porque no aparece en la película. Pero esas herencias se reciben a partir del enganche que uno tiene con lo que el padre le deja o le está dando. Seguramente hay factores que hacen que algunos de los hijos e hijas tomen como herencia una forma de vida. Y después está en cada uno si la desarrolla o no. Pero creo que esas herencias no se eligen. Por eso son herencias: quedan. Después, uno las utiliza o no, las utiliza para otra cosa, para lo que a uno mismo le resuene para transitar la vida. Esa sensación de los padres, los olores, esa forma de mirar el mundo, la vida. A, veces, uno se engancha y, a veces, no. Pero es según cómo uno funcione.
-Otro aspecto muy verosímil es el de máscaras y los secretos familiares. ¿Creés que hay familias que no pueden vivir con sinceridad las relaciones?
-Yo no sé si es un tema de sinceridad con el otro. Es un tema que parte de la sinceridad con uno mismo, de no ponerse uno la careta a uno mismo porque si uno se pone la careta, el otro va a ver esa careta, no va a ver el fondo de uno. Entonces, a algunos esa careta les sirve para ocultar su verdadero yo. Ahora, a veces, es inconsciente: el yo de uno funciona de una manera culposa porque siente que ante la sociedad tiene que mostrar otra cara, ya sea para triunfar, para que lo quieran, o ya sea para ocultar lo que tiene adentro. Ahí se crea algo que es nocivo para la relación familiar. Aparece como algo que impide llegar a conocer al otro. Y, a veces, como padres nos creemos que la mejor forma es que nuestros hijos nos vean más seguros. Y, a veces, eso no sirve. Por ejemplo, cuando uno tiene el primer hijo, uno muestra la inseguridad. Me ha pasado porque hasta ese momento nunca fui padre. Uno dice: “Voy a ver cómo era mi padre”. Entonces, hace el padre que tuvo uno y no hace el padre que tiene adentro. Al papá que está afuera lo utiliza y no deja crecer al padre que está adentro. Cada padre tiene su forma. Llega un momento en que uno siente que no hay comunicación con los hijos y lo mejor que puede hacer es investigarse y darse cuenta de que uno no fue abierto con los hijos para cuidarlos. Y ese “cuidarlos” no sirvió porque uno no pudo mostrarse como era.
-¿La definirías como una comedia ácida que parodia la mafia?
-Sí, estoy de acuerdo. Es de esas películas que te sentás y decís “¿Dónde va esto?”. Y, de pronto, te diste cuenta de que dejaste de pensar a dónde iba, y te subiste a la película. Y te transporta a un juego. Uno se sienta y ve humores que reconoce. Esos personajes son muy reconocibles por todos. Pero es una buena definición, aunque no creo que sea la parodia más importante. Puede parecer como la que se ve más y es más impactante porque por ahí está más iluminada, pero es una comedia que muestra a una familia cuando no están tan abiertos y está el miedo de que el otro no lo quiera a uno, como hablaba antes. Aparece toda esa fantasía.
-No solo estrenás en cine, sino que brillás en la tercera temporada de El jardín de bronce, la serie de HBO Max, donde interpretas a Kreuzer. ¿Cómo observás la repercusión de la serie y de tu personaje?
-Yo no había hecho las otras temporadas. Este personaje aparece en esta temporada y la reacción fue muy buena. Es una miniserie que, en varios momentos, llegó a ser la que más se vio en el mundo, la primera. Hubo una semana que ocupó el primer puesto. Recibí muchos comentarios sobre mi personaje, este tipo de cortas palabras, pero de largas miradas y de una fortaleza como la que tienen los fuertes de verdad, que no la exponen tanto. Solo entra y hay algo ahí que pesa y que es peligroso. Jugué mucho con ese personaje también.
-¿Cómo viviste la transformación física que requirió el personaje?
-Yo me veo como que peso doscientos kilos más. Pero lo trabajé más por adentro. Y eso le dio volumen al personaje: la voz, la mirada. Todo eso lo hizo distinto a mí. Es esa actitud que tiene la gente de mucho poder y que maneja los hilos de las cosas. Me gusta mucho trabajar el cuerpo.
-¿Cómo analizás la falta de ficción y de telenovelas en la televisión de aire?
-Tiene que ver con cómo el país fue transitando el tema cultural. Y de lo cultural, lo que nos toca a nosotros es lo artístico, y en el caso del arte nos toca la televisión. Ahí se ve muy bien lo que pasa. Los actores y actrices trabajamos muy poco. No estoy hablando de mí porque soy un afortunado y trabajo mucho. En todo caso, tengo la suerte de haber nacido así y sabiendo que me la tengo que bancar solo. Eso me hizo entender de qué se trata y trabajar, trabajar y trabajar. Pero la realidad es grave. Primero, desaparece toda la ficción que la gente necesita ver porque quiere ver. La gente ya se cansó de Netflix, de todo eso y si la sigue mirando es porque no hay otra cosa. La única ficción que hay ahora es una de Adrián Suar. Después, lo demás no existe. Terminás viendo la nada en 558 canales del mundo y no sé cuántos canales nuestros. ¿Por qué el canal 7 no tiene cinco o seis ficciones? No son caras. Como hacíamos Atreverse, pero creando nuevas formas. Ni hablar de las tiras. La gente llega del trabajo, que ya escuchó por radio toda la podredumbre que le meten en la cabeza, más la preocupación, y llega a la casa y encima no puede seguir la novela de aquel chico que se enamora de la chica que, en definitiva, son temas clásicos, shakespearianos. La gente no puede acostarse con esa ilusión de que se va a enamorar ella de él o lo que sea. O reírse, como cuando hacíamos Gasoleros. Es un sufrimiento enorme vivir así, y encima, sin un mango. La cultura sirve, incluso, para contar que lo que nos pasa, nos pasa por esto, por esto y por esto. Nos vendría muy bien también para cuidarnos cuando tenemos que votar. Pero todos los programas de todos los canales son iguales, todos hablan de lo mismo, de un lado o de otro, no se entiende.
-Si bien tenés una extensa trayectoria televisiva, muchos te recuerdan como el Panigassi de Gasoleros. ¿Qué significó ese personaje para vos y por qué crees que caló tan hondo en el público?
-Para mí significó mucho y creo que por eso significó mucho para mucha gente. Yo nací en Barracas. Me acuerdo que en el barrio había formas y estilos. Pero no era el trazo grueso que muchas veces se marca cuando se habla de los barrios y demás. Había una filosofía barrial. Estaba el filósofo del barrio que se equivocaba los nombres, como Panigassi, pero que en el fondo decía cosas como: “Una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa”. Eso es tan entendible para el público… Es la filosofía que la gente entiende. Me lo gritan por la calle todavía: “¡Eh! ¡Juan! ¡Una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa!”. Es tan simple. Si nosotros pudiéramos transmitir así. O los políticos. Para mí, Panigassi tuvo mucha trascendencia por muchas cosas. Primero, por la historia de amor que crearon los libretistas. Con Mercedes Morán tuvimos mucha química de entrada y desarrollamos eso. Y, además, contaba con un elenco extraordinario: teníamos a China Zorrilla, estaba Manuel Callau, Dady Brieva, etcétera. Habían puesto todo. Eran muy buenos libros. No solamente con Gasoleros, pero la gente antes se sentaba para ver “el programa”.
La mirada política
Juan Leyrado no recurre a los eufemismos cuando analiza el presente del país y la inminencia de las elecciones presidenciales. “Ojalá que gane Massa”, afirma. “Las otras opciones no me sorprenden. Por ahí, me sorprende la de Milei, como cosa ya desbarrancada. La del caso de Juntos por el Cambio, me parece una organización de derecha que la tiene muy clara, que es de derecha, derecha. Eso es claro. Y me da mucho miedo por el país”, sostiene. Y agrega: “Amo a la Argentina, quiero a mi país, quiero a la gente de este país. O sea, a la mayor cantidad de gente. Obviamente, hay otra a la que no quiero. Y veo que estamos en un peligro muy grande, una realidad económica que cuesta mucho. Y la gente no puede esperar”.
-¿Qué es lo que más te preocupa del avance de la ultraderecha en el país?
-Me preocupa mucho la desaparición del Estado. Yo creo que el Estado tiene que estar presente porque un país sin un Estado es un país donde los ciudadanos no tienen ningún resguardo. Después, podemos hablar de qué Estado tiene que haber. Pero no tenemos nada. Cada uno de nosotros y nosotras somos dueños de este país. Hay gente que no se da cuenta de que uno es el dueño, que paga y, a partir de eso, el Estado recolecta la plata. Sin un Estado sería todo privado y ya sabemos lo que es la medicina privada, quién tiene acceso. O la escuela privada. Hemos tenido y tenemos eminencias que salen de las escuelas y universidades argentinas que no son privadas. Después, ni hablar de la cultura, del lugar que tiene que tener. La cultura no es salir en televisión. La cultura es todo, es lo que vamos viendo y cómo analizamos lo que vemos, y cómo lo procesamos. Eso tiene que estar. Y tiene que estar de una manera que en los últimos años no estuvo presente. Se fue corriendo la preocupación para otros lados.