La mejor manera de describir a Joaquin Phoenix es como el anti-Tom Cruise. No se le ve interpretando a héroes americanos. No salta de aviones ni hace acrobacias en moto. Tampoco tiene la sonrisa envolvente de Cruise. Cuando sonríe, como en su oscarizado papel en Joker (2019), el efecto tiende a ser más escalofriante que encantador. Lo más cerca que ha estado de ser un protagonista convencional fue cuando interpretó a Jesucristo (en María Magdalena, de 2018) y, antes, cuando encarnó a Johnny Cash (en el biopic Walk the Line, de 2005). Normalmente, sobresale en papeles que requieren malevolencia gruñona o autocompasión herida, o una mezcla de ambas.

Estas cualidades se ponen de manifiesto en la nueva y épica película biográfica de Ridley Scott, Napoleón, estrenada hace dos semanas. Y a pesar de las reservas sobre un  personaje histórico francés hablando en inglés, termina siendo otra gran actuación de una de las estrellas más insólitas de Hollywood. El Bonaparte de Phoenix tiene una arrogancia tranquila, una creencia inquebrantable en su condición de hombre de destino y, sin embargo, también es una figura extrañamente torpe y tímida, consciente de su humilde origen corso y obsesionado con su amada Josefina (Vanessa Kirby).

No es la primera vez que Phoenix interpreta a un emperador en una película de Ridley Scott. En 2000, interpretó a Cómodo, sucesor de Marco Aurelio en el trono de la Roma imperial, en Gladiador. El actor aportó al personaje su conocida mezcla de malicia discreta y maquiavelismo.

“No es el tipo físicamente imponente que uno podría haber imaginado en el papel, pero transmite las complejidades de este gobernante corrupto de una manera muy valiente”, señaló Scott. “Expone la vulnerabilidad que se yuxtapone a la crueldad de Cómodo”. Era una observación astuta que daba en el clavo de la técnica del actor. Incluso cuando interpreta la crueldad y la brutalidad, Phoenix apela a la compasión del público. Es como un perro con una pata herida.

Puede haber algo salvaje en Phoenix en la pantalla. En The Master (2012), de Paul Thomas Anderson, interpretó a Freddie Quell, un veterano de guerra adicto al alcohol y al sexo que se pone bajo la tutela del líder de la secta Lancaster Dodd (Philip Seymour Hoffman). “Lo que pasa con Joaquín es que es increíblemente impredecible”, observó Anderson en 2013. “Hay tanta energía a su alrededor que es como dinamita. Yo no diría que da miedo. Diría que es emocionante, a veces un poco enloquecedor”. Hoffman, un formidable actor por derecho propio, admitió que uno de los principales atractivos de trabajar con Phoenix era que “me asusta”.

Phoenix apareció en The Master a pesar de haber anunciado su retiro de la actuación en 2008. Había dicho a los medios que quería dedicarse al rap. Unos meses más tarde, cuando fue entrevistado en The David Letterman Show, Phoenix apareció barbudo, despeinado y con gafas de sol. Mientras mascaba chicle maníacamente y daba una serie de respuestas incoherentes entre dientes, su presentador lo comparó con el Unabomber. Incluso más de una década después, no está del todo claro si se trataba de una broma situacionista o si el actor estaba realmente a punto de quebrar.

En el extraño falso documental de Casey Affleck I’m Still Here (2010), en el que se “interpretaba” a sí mismo, Phoenix seguía manteniendo la pretensión de que estaba abandonando Hollywood por una nueva carrera en el hip-hop, un campo en el que claramente apestaba. Aunque el documental recibió críticas respetuosas en el Festival de Venecia y algunos lo consideraron una inteligente parodia de la morbosa obsesión de los medios de comunicación por los escándalos de famosos, otros parecían preocupados por si el actor y el director les estaban gastando una broma. No ayudó que Affleck fuera demandado por acoso sexual por el director de fotografía y uno de los productores de la película (el caso se resolvió extrajudicialmente).

La carrera de Phoenix parecía implosionar. Pero aunque su errática incursión en el mundo del hip-hop pareció al principio un acto deliberado de autosabotaje, terminó dándole un nuevo tipo de credibilidad. Ningún crítico podría burlarse de él tan eficazmente como él se había burlado de sí mismo. Había dejado muy claro que no le importaba mantener una imagen pública sana, lo que le permitía aceptar cualquier papel que se le ofreciera. Siempre ha sido valiente, tanto en sus elecciones como en su manera de actuar en la pantalla. Desnuda su alma con toda naturalidad y adopta el tipo de personaje tóxico que otras estrellas de Hollywood suelen evitar.

“Por eso tengo tantas dudas y miedo a la hora de trabajar, porque sé que probablemente voy a tener que experimentar la humillación pública y no quiero hacerlo”, dijo a sus hermanas Rain y Summer Phoenix en un episodio de 2019 de su podcast LaunchLeft. “Sé que, para mí, nada va a salir del trabajo a menos que tenga esa experiencia”.

Phoenix investiga los papeles con detalle forense. Cuando se preparaba para interpretar a Arthur Fleck en Joker, estudió desde los traumas infantiles hasta los efectos de los antidepresivos en los enfermos mentales. Redujo su dieta a 500 calorías al día y adelgazó a pasos agigantados. “Creo que tomás conciencia de tu cuerpo de una forma diferente”, reflexiona sobre su intensa aproximación al Método. También vio videos de personas que sufrían ataques extremos de risa.

A las dos semanas de rodaje, el actor cambió por completo su interpretación. Todd Phillips, el director de la película, acompañó a su estrella, consciente de que Phoenix se estaba llevando a sí mismo al límite. “Llegó un momento en que me di cuenta de que esto no estaba bien y tuve que ir al trabajo y decírselo a maquillaje, peluquería, vestuario y a todo el mundo… y decirles que la había cagado”, admitió Phoenix más tarde. “Quiero cambiar el peinado, la forma de llevar la ropa. Tuve que admitir que la había cagado por completo. Me sentí muy humillado”.

Desde ese punto bajo, Phoenix llegó a una interpretación de Fleck que terminó otorgándole un Oscar. Estuvo igual de impactante dos años antes, interpretando al voluminoso, barbudo y muy violento investigador privado en el oscuro thriller de Lynne Ramsay En realidad nunca estuviste aquí (2017). Le valió el premio al Mejor Actor en el Festival de Cannes.

El enigmático comportamiento de Phoenix no hace sino aumentar la fascinación del público por él. Mantiene una relación con otra estrella del cine, la actriz Rooney Mara, pero son una pareja de famosos que rehúye los focos. Lo da todo cuando actúa, pero puede ser torpe y evasivo fuera de la pantalla. Es conocido por abandonar entrevistas en respuesta a lo que percibe como preguntas hostiles, la más notoria cuando el crítico de cine Robbie Collin le preguntó en 2019 si pensaba que Joker podría inspirar violencia en la vida real.

Su reticencia hace que el público quiera saber aún más de él. Sin embargo, sus colaboradores hablan de él con cariño. Derek Jacobi, coprotagonista de Gladiador, lo describió como “uno de mis amigotes” y sugirió que era una buena compañía durante los muchos descansos entre rodajes en Malta. Si se lo ve en el programa de David Letterman después de afeitarse la barba y dejar de comportarse como el Unabomber, resulta simpático y elocuente.

Resulta extraño pensar ahora que este actor tan voluble empezó su carrera interpretando a uno de los niños de la comedia familiar de Ron Howard Todo en la familia (1989). Sólo tenía 15 años, pero ya hacía preguntas inquisitivas a su director y se quejaba a Howard del vestuario que le pedían que llevara. “Me sugirieron que llevara una chaqueta de jean con muchos pins”, dijo una vez. “Recuerdo que pensé: ‘Él no es así’. Recuerdo estar tan abrumado y enfadado porque me dijeran que eso era lo que tenía que llevar”.

Desde entonces, Phoenix ha formulado preguntas igual de inquisitivas a casi todos los directores con los que ha trabajado. Elige los nuevos proyectos en función del cineasta que hay detrás, no del papel que le ofrecen, y espera un poco de fricción creativa. Su hermano mayor River, fallecido hace 30 años a fines de octubre de 1993, fue un ídolo adolescente que parecía un Huck Finn contemporáneo en películas como Cuenta conmigo (1986) y Mi mundo privado (1991). En comparación, el Phoenix más joven es una presencia mucho más oscura en la pantalla.

Si buscáramos su equivalente en el Hollywood de la antigua era de los estudios, recurriríamos a un actor de carácter como Peter Lorre, el asesino de niños de M (1931), de Fritz Lang, y el escurridizo amigo de Humphrey Bogart, Ugarte, en Casablanca (1942). Lorre tenía la misma cualidad felina, la misma tendencia a la melancolía y una capacidad similar para mostrar rabia y crueldad a la primera de cambio.

La diferencia entre Phoenix y Lorre es que Phoenix es una estrella. Puede que le atraiga interpretar a personajes melancólicos y disfuncionales, y que sólo ocasionalmente se acerque al gran público, pero aun así sus películas han recaudado más de 1.400 millones de dólares sólo en Estados Unidos.

Ahora, el oscarizado actor protagoniza un biopic histórico de gran presupuesto. Como siempre, aborda el papel a su manera excéntrica. El Bonaparte de Phoenix ni siquiera intenta poner acento francés. Está claro que el actor considera al genio militar francés como uno más de su galería de outsiders sensibles e incomprendidos. Puede que las aventuras militares de Napoleón hayan dejado millones de muertos esparcidos por Europa, pero tal y como lo interpreta Phoenix, sigue siendo una figura de patetismo y humor irónico, e incluso un romántico incomprendido.

“Descubrimos que tiene una doble personalidad”, dijo Scott recientemente sobre Napoleón en una entrevista con The New Yorker, palabras que también podrían aplicarse a Phoenix. “Es profundamente vulnerable y, mientras hace su trabajo, es capaz de ocultarlo bajo una maravillosa fachada. Su enérgica personalidad formaba parte de su teatro”.

El bravucón Duque de Wellington, interpretado por Rupert Everett, lo tacha de egoísta piojoso, pero para cuando Napoleón fracasa en Waterloo, es seguro que la mayoría del público simpatiza con él. Ese es el secreto de Phoenix. En sus mejores interpretaciones en la pantalla, incluso cuando interpreta a los personajes más oscuros, lo hace con tanta ternura que nunca se le puede reprochar su villanía.

* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.



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