“La canción es la amiga/ que me arropa y después me desabriga”, canta Silvio Rodríguez en “Compañera”, una oda a la canción y sus posibilidades fantásticas y terrenales, íntimas e históricas. De alguna manera, el cantautor español Ismael Serrano –un gran admirador de la obra de Silvio- sigue esa misma cosmovisión que invita a entender a la canción como una parte esencial de la vida y como un dispositivo social y un reservorio de la memoria. “Si algo define al cantautor es ése empeño por cantarle a los otros, a los anhelos colectivos, a esa poesía que habita en lo cotidiano”, expresa Serrano, quien acaba de publicar nuevo disco, La canción de nuestra vida (2023). En el marco de una gira que lo lleva por diversas regiones del país –desde Neuquén a Tucumán-, el músico español se presentará este viernes, sábado y domingo a las 21 en el Teatro Ópera (Corrientes 860), con entradas agotadas.
El disco nuevo recupera la esencia del estilo que construyó en todos estos años: una canción despojada y transparente, a veces con guitarra, otras veces con piano, pero siempre con la voz adelante y la palabra poética como protagonista. El concepto del disco, en líneas generales, propone celebrar el presente a pesar de las incertidumbres y adversidades. Es, también, un ensayo musical sobre el paso del tiempo y la importancia de la memoria, sobre todo en una época convulsionada y volátil como la que predomina a nivel mundial. El disco está integrado por 13 canciones; 11 propias y dos versiones: “Un vestido y un amor”, de Fito Páez (ver aparte), y “Burbujas de amor”, de Juan Luis Guerra. Además, el español volvió a grabar una vieja canción, “Un muerto encierras”, publicada en su primer disco, Atrapados en Azul (1997).
Si bien sobresale el formato cantautor –esa idea de un narrador cantando en solitario-, Serrano da lugar a dos artistas que aportan sus voces en el disco. En “Tiempo” se suma el rapero español Nach y en “Los amantes invisibles” vuelve a invitar a la joven artista madrileña Ede.
“En el caso de ‘Tiempo’ me apetecía que participara alguien que desde la música urbana abordara una mirada sobre el tiempo. En este modelo turbo capitalista en el que vivimos la gestión del tiempo es un elemento importantísimo”, entiende Serrano. “El tiempo no nos pertenece; le pertenece a nuestro empleador, a nuestro trabajo. Y sin darnos cuenta estamos cediendo nuestro derecho al ocio. Y cuando lo usamos para nuestros mimos lo hacemos con un sentimiento de culpa porque estamos robándole tiempo al trabajo. Una cultura del trabajo que es tiránica”, dice. “Y en el caso de Ede quería que se convirtiese en un diálogo. Es una representante maravillosa de un movimiento de cantautoras muy jóvenes que ahora está escribiendo la historia de la canción de autor. Todo lo que toca con su voz se ilumina.”
-¿”La canción de nuestra vida”, la que da nombre al disco, tiene que ver con una idea colectiva o más bien personal?
-Tiene que ver con lo colectivo, no es tan personal o individual. Las canciones tienen la capacidad de crear comunidad, de generar vínculos entre unos y otros. Lo más útil de una canción es precisamente su capacidad para hacer que nos sintamos acompañados. Yo creo que si algo define al cantautor es ese empeño por cantarle a los otros, a los anhelos colectivos, a esa poesía que habita en lo cotidiano en la que todos nos reconocemos. Lo que más me interesa en una canción es la capacidad que tiene de trascender la propia experiencia del autor para llevarla a la experiencia del oyente que de repente descubre una épica en su vida diaria gracias a una canción de la que no es consciente. Por eso “La canción de nuestra vida” no es una cuestión personal ni familiar, sino que tiene que ver con el sentido de comunidad que genera una canción, con los vínculos que se generan a través de ella. La canción tiene ese valor terapéutico de hacerte sentir acompañado en los momentos de adversidad, sobre todo.
-Está muy presente la idea del paso tiempo en el disco, ¿Por qué apareció tanto ése tópico?
-Es verdad que es algo central y transversal en el disco. Y creo que tiene que ver con que me aproximo a cumplir 50 años y en un contexto así, yo que siempre he tenido un conflicto con el paso del tiempo, trato de amigarme o reconciliarme con él. Con 20 años escribí una canción que se llama “Vértigo” y que hablaba de la fugacidad de las cosas. Y ahora a mis 50 me di cuenta que el tiempo no solamente conlleva una renuncia, sino también la oportunidad de vivir experiencias maravillosas. Te regala momentos y oportunidades, es un reto. La canción de nuestra vida es una canción en permanente construcción, que nunca se deja de construir, a la que se le van añadiendo estrofas en cualquier situación de la vida y a cualquier edad. No dejamos de sorprendernos ni de seguir buscando; de seguir enamorándonos y nos siguen rompiendo el corazón. Eso te ocurre con 20 años o con 40. No dejás de luchar y a veces te rindes pero te vuelves a levantar. Y eso aparece en varias canciones. El lugar de partida muchas veces es ese: el paso del tiempo y la edad.
-“Me amo”, por ejemplo, es una canción que habla sobre la edad y los prejuicios.
-Sí, es una canción contra la normatividad que impone unos cánones de belleza que son inalcanzables. El punto de partida es la edad pero también se extiende a otros momentos de la vida en los que te sientes cuestionado porque no estás a la altura de esos estereotipos que imponen la normatividad en los medios de comunicación y redes sociales, y que generan tanta frustración, sobre todo en los más jóvenes. Hay otra canción que se llama “Tiempo” y que tiene que ver con cómo se fiscaliza nuestro tiempo y cómo nos lo arrebatan. El uso de nuestro tiempo en las actividades de ocio y esparcimiento está casi mal visto. Hay un sentimiento de culpa que acompaña a todo el que está haciendo cosas que al parecer le quitan tiempo al trabajo, que “debería” ser tu verdadera dedicación. En definitiva, el tiempo está presente en el disco porque tiene que ver con celebrarlo como algo de tu propiedad, porque te brinda la oportunidad de tener experiencias en la vida que te transforman y que le dan sentido a todo.
-En esta línea, el concepto del disco también propone afianzarse en el presente y aceptarse tal y como uno es.
-Sí. Aceptarse y reivindicarse. Reivindicar el momento que te toca vivir y el espacio que ocupas. Yo tengo un conflicto con la nostalgia. Es verdad que la nostalgia es una materia prima muy suculenta para escribir canciones, pero tiene un componente reaccionario. Porque pensar que cualquier tiempo pasado fue mejor es algo reaccionario. Entonces, sí, es verdad que a veces uno canta con una cierta melancolía, porque a menudo tiene una mirada idealizada del pasado; uno se hace trampas a sí mismo cuando recuerda. Pero, por otro lado, yo reivindico la memoria, porque me parece que es un activo indispensable para vivir el presente, afrontar el futuro y no repetir errores. Sin perder esa memoria es necesario ser consciente de que hay que vivir el presente y enfrentarse al futuro con ganas.
-Es interesante la distinción entre nostalgia y memoria porque quizás la primera tiene que ver con asuntos más personales y la segunda remite a algo más social, colectivo y político. En Argentina hoy la memoria está en la agenda de la discusión pública, porque han proliferado discursos negacionistas en los que se relativizan los crímenes de lesa humanidad durante la última dictadura cívico-militar. Entonces, es importante el rescate de la memoria.
-Totalmente. La memoria colectiva. La construcción de esa memoria que también tiene que ver con la construcción de una sociedad y de ciertos consensos democráticos que ahora se están resquebrajando o que hay quienes están intentando romperlos. Eran consensos inapelables sobre los que se construía la convivencia, que tiene que ver con el respeto a los derechos humanos, un pilar esencial del desarrollo democrático de un país. Pero ojo que la nostalgia también tiene un componente político, no es solamente personal. La ultraderecha en la construcción de sus mitos muchas veces lo que hace es reinventar, reinterpretar y revisar el pasado para rescatar una forma de contar. Es decir, todas las cosas que se están diciendo, no solamente aquí sino también en España, ya se han dicho. En España, por ejemplo, cuando se hace una reinterpretación de lo que fue la Guerra Civil: ahora la ultraderecha lo que está rescatando es el relato franquista diciendo que la culpa la tenía la República y que Franco impidió que el comunismo triunfara en España… un relato negacionista. Lo mismo que ocurre en Argentina.
-Es un fenómeno mundial la reaparición de la ultraderecha…
-En la construcción de ese ideario y de esa Patria que no es real también hay un componente de nostalgia. Y que va en contra precisamente de esa cultura de la memoria que es casi científica, porque tiene que ver con el trabajo de los historiadores que ponen en evidencia que ese relato que construye la ultraderecha es absolutamente absurdo con respecto a la dictadura y los mitos fundacionales del país. Entonces, estamos viviendo un empeño por retroceder. Pero esos relatos de los que ahora se hace eco la ultraderecha no son nuevos, son muy viejos. No están diciendo nada que no dijeran los dictadores y los genocidas para justificar las atrocidades que cometieron. Es un poco retomar ciertos discursos que los consensos democráticos habían desterrado fundamentalmente por cuestiones lógicas de convivencia y porque los derechos humanos son inapelables.
-¿Y creés que desde el arte y la cultura se puede brindar una defensa efectiva de la democracia, de lo público y de los derechos humanos?
-Totalmente. Yo creo que la cultura tiene un papel fundamental, porque se trata de normalizar ciertos debates. Es importante apuntalar esos consensos democráticos, por ejemplo, en torno a los derechos humanos. Hacer una reivindicación de los crímenes de la dictadura era algo impensado hace unos años, porque había cierto consenso democrático al respecto. Entonces, que se rompan esos consensos tiene que ver con que estamos asistiendo a una batalla cultural en la que tenemos que formar parte, no podemos mirar para otro lado. Apuntalar esos consensos es responsabilidad de todos, también de la cultura. Y no permitir que se normalicen ciertos debates que tienen que ver con dónde se sitúa la centralidad del tablero. Por ejemplo, hay un problema de pobreza y en el análisis se tiene que ver cuál es la centralidad del tablero. Puedes decir que lo que hay que hacer es repartir o que hay un problema de distribución de la riqueza. Entonces, cómo estableces el marco es importantísimo en un contexto de batalla cultural como el que estamos asistiendo no solamente en Argentina sino también en España. Y en ese sentido claro que la cultura puede hacer algo.
-Es clave posicionarse, entonces.
–Es importante luchar contra la normalización del fascismo como un discurso válido en el debate político. Podemos decir muchas cosas a través de nuestras expresiones artísticas, pero no solamente ahí, sino también expresándonos como ciudadanos que somos y que tenemos un altavoz. Vivimos momentos confusos en los que es imposible mirar para otro lado. Por ejemplo, en España estamos asistiendo a casos de nueva censura y los artistas tienen que pronunciarse. Porque aunque creas que la censura no te va a tocar nunca, tarde o temprano te va a afectar. En su recorrido acaba por no responder a ninguna lógica. Y además por una cuestión de solidaridad a tus compañeros. La censura va en contra de la libertad que conlleva el arte, que es una expresión libre del ser humano. Entonces, sí, creo que los artistas tenemos una responsabilidad. Otra cosa es que la quieras asumir o no. Pero va a ser difícil mirar para otro lado en un contexto donde la batalla cultural está presente diariamente en los medios de comunicación, en el debate familiar y en todos los foros. Mirar para otro lado es insolidario y difícil, porque allá donde mires vas a ver un conflicto en el cual te vas a tener que posicionar quieras o no.
-¿La canción “Saber ganar” tiene que ver con la actualidad política de España, el devenir de la izquierda y la necesidad de no sentirse derrotados?
-Tiene que ver con todo. Hay un componente personal en el sentido de que el cantautor a veces hace un ejercicio de impostura y se presenta como un perdedor cuando le va de puta madre. Forma parte de esa cosa romántica de aquel que sufre. Llevamos tatuada esa frase de Mario Benedetti que dice: “Hay una dignidad que el vencedor nunca podrá conocer”. Nos la creemos y llevamos a gala todas nuestras derrotas y tenemos un cierto sentimiento de culpa cuando las cosas van bien. Entonces, tenemos que justificar cada vez que conseguimos una victoria, casi que hay una cuestión de culpa, sobre todo si vienes de una cultura de la izquierda. Ahí también hay un componente político, porque somos dados a dar por perdidas batallas que aún están en disputa. Incluso al día de hoy. No solamente en cuestiones electorales, sino que siempre nos alineamos con la batallas perdidas. Ya ese planteamiento dice mucho de nuestra predisposición al fracaso, porque nos sentimos más cómodos en ese lugar. Y yo lo que propongo es reivindicar esas pequeñas victorias que hay en lo cotidiano y también en lo político en muchos aspectos. Lo que está claro es que sabemos perder, porque hacemos gala de ello constantemente y porque enseñamos nuestras cicatrices con orgullo. Pero también está bien ganar y hay que enorgullecerse de eso. Y pasa tanto en lo personal como en lo político.
Una versión íntima de un clásico de Fito
Una de las perlitas del disco es la versión de “Un vestido y un amor”, de Fito Páez. Es una versión más reposada, calma y suave que la original, y centrada en el piano y la voz de Serrano. Sin cuerdas ni arreglos orquestales. Pura intimidad. “Es un disco que en general camina hacia lo acústico. Yo creo que este disco ha abierto un camino musicalmente que merece ser transitado en futuros trabajos. Venía de hacer un disco pop más sofisticado, Seremos (2021). Y este nuevo disco es un ejercicio de rebeldía: entre tanta sofisticación y sobreproducción de los temas decidimos usar lo más esencial”, define el músico nacido en Madrid. “Entonces, me apetecía hacer una versión muy esencial de ‘Un vestido y un amor’, fundamentalmente porque quería darme el gusto de cantarla. Porque es una canción muy bonita y porque Fito me gusta. Hace poco lo vi en Madrid cantando en el aniversario de El amor después del amor y lo disfruté mucho. Y el reto fue llevarla hacia mi terreno, porque no se puede igualar la versión original, que siempre es superior”, dice. “La gracia es tratar de aportar algo desde tu lugar. Por eso la llevé a donde mi voz se sentía más cómoda. Y una versión a piano y voz me permitía recrearla y disfrutarla”, agrega.
-¿Fito la escuchó?
-Que yo sepa no. No me consta. Y no sé si me atrevería a mostrársela. ¡Espero que sea benevolente!