La audacia del escritor y ahora artista plástico Iosi Havilio reside en escribir como si cada libro fuera un nuevo comienzo; radicalizar la escritura para evitar que sea una práctica conservadora que funciona en modo automático. Buuuh! (Entropía) es una novela camaleónica que adquiere la forma de un diario de rodaje de un film que no se deja filmar y que se expande a otros diarios posibles porque en sus páginas se puede encontrar una suerte de “registro” numerado de 1590 entradas o capítulos acerca del fin del mundo y el fin del amor; pero también, como capas de una cebolla, se despliega un diario sobre la escritura de un diario. 

La publicación de su último libro coincide con la inauguración en el Centro Cultural Borges de su primera muestra, Sobre el arte de la novela, que se enmarca en el proyecto de Luis Felipe Noé y Eduardo Stupía “La línea piensa”, donde interviene, destruye y vuelve a construir los libros que publicó desde su primera novela Opendoor.

En Lamadrid y Almirante Brown, a una cuadra del puente, en el barrio de La Boca, está la casa y también el taller que fue de su madre, la pintora y artista plástica Mónica Rossi (1944-2016). “Estamos haciéndole una lavada de cara con mi hermana mayor para ver qué podemos hacer con la casa. Una de las posibilidades es venderla y otra es que encuentre una nueva vida como centro cultural o como taller. De hecho me hice un taller de artista plástico aquí, que es lo que estoy haciendo ahora. Estoy dibujando, pintando, interviniendo mis libros”, cuenta el escritor, hijo del actor yugoslavo Harry Havilio (1930-2021), autor de las novelas Opendoor (2006), Estocolmo (2010), Paraísos (2012), La Serenidad (2014), Pequeña flor (2015), Jacki, la internet profunda (2018) y Vuelta y vuelta (2019). 

“En el Borges mi madre hizo su última muestra, también en ‘La línea piensa’. Hay como un cordón umbilical; así que por mucho que diga que no voy a hablar más de mi madre en Buuuh! estoy hablando de ella”, reconoce el hijo con una sonrisa que se pierde entre los labios. Entre las múltiples referencias que aparecen en su última novela hay una que se desprende de un mismo título: Zettel, de Ludwig Wittgenstein y el Zettel, de Héctor Libertella, que también cita al de Wittgenstein. “El fragmento numerado es un género que de Heráclito para acá siempre existió. Buuuh! se inscribe ahí y juega con eso”, plantea Havilio.

-Tu última novela hace una clasificación de tres tipos de escritores, pero pareciera que sos partidario del escritor que está perdido antes de empezar y después de terminar. ¿Cómo te posicionás como escritor respecto al material de “Buuuh!”?

-Yo digo que en el mejor de los casos estoy perdido antes de empezar y después de terminar. Cuando una novela se publica, no estoy tan perdido porque hay algo que se cerró. Lo veo sobre todo con mis alumnos que tienen textos que empiezan y nunca acaban, que no llegan a novela, es decir, que no llegan a publicarse; cifro la esperanza y la frustración en ese tipo de escrituras, tengo una buena lista de escritos que ya en esta vida difícilmente los retome. De hecho estoy con una novela hace quince años, que es como el campo de experimentación de otras. Yo deseo que en algún momento tome su forma final, pero voy aceptando el hecho de que tal vez no lo logre y está todo bien. Entonces tengo que aceptar lo que no va a acabar, lo que no está en mi control, algo que también me genera a veces angustia. En esta novela en particular hubo varios meses de composición alocada, muy divertida y muy frondosa, pero al mismo tiempo con un esqueleto.

¿El esqueleto inicial fue la escritura de un diario?

-Pasaron dos o tres cosas en simultáneo. Yo tenía un proyecto con una colega amiga, un proyecto de guion de película que veníamos desarrollando hace un tiempo, que me involucraba personalmente porque también estaba la figura de mi madre y sus pinturas en el centro y el duelo por su muerte, y yo mismo iba a actuar. Mi madre tuvo un recorrido muy importante como pintora y tuvo que lidiar con ese mundo hiper masculino y muy machote de los pintores; tanto sus maestros (Luis Felipe) “Yuyo” Noé y Jorge Demirjian (1932-2018) como su pareja amante que era (Rómulo) Macció (1931-2016) la alentaban como la eclipsaban; era bravo el tema. Después le pasó la vida y ella fue tirando un poco la toalla, anímica y pictórica, y ahora estamos en un proceso de visibilizarla nuevamente. Cuando vino la pandemia, estalló el vínculo con la colega amiga con la que estaba escribiendo el guion para la película. ¿Ahora qué hago con esto? En medio de la pandemia me compré un cuaderno y escribí: “día uno”… Y me salió, sin esperarlo, una suerte de diario del rodaje de esa película que no se filmó.

-¿Por qué una parte de la novela sucede en Punta Indio?

 

-Fue un descubrimiento de la poeta y coguionista Martina Juncadella. En el guion de la película que al final no se filmó el personaje buscaba superar el duelo en Punta Indio. 

-¿La escritura fue a mano?

-Sí, a mano en una primera versión. A mis alumnos los aliento mucho a escribir a mano porque hay algo de la espontaneidad de este instrumento que tenemos que son las manos. La tecnología insuperable es la mano, el cuerpo con el flujo sanguíneo, con el ojo, con el corazón. No hay ninguna tecnología que pueda superar a la mano. La computadora es un instrumento que está muy bien, pero tiende al entristecimiento del universo. El cuerpo tiende a la alegría del universo, me pongo un poco spinoziano; no importa qué universo sea. Ahora estoy muy volcado al dibujo, a la escritura asémica. En un momento las entradas del diario dejaron de ser días y empezaron a ser números. Cuando Mariana Enriquez asumió como directora de Letras del Fondo Nacional de las Artes y propuso que la consigna del concurso del Fondo fuera el terror en medio de la pandemia, cuando todo el mundo escribía (escribían los que ya escribían y los que nunca escribieron), yo estaba escribiendo este diario y me hice eco de esa consigna. Y dije que la novela iba a tener 666 capítulos, el número del diablo. El número de capítulos se fue expandiendo y pasó a 999, 1200 y en 1590 decidí cortar y la última palabra es buuuh.

-“Algo huele a podrido en Punta Indio” remite a “Hamlet”, de William Shakespeare. Hay frases que vienen de la literatura, otro ejemplo sería “los hermanos sean unidos, porque esa es la ley primera”, que circulan y son repetidas incluso por muchos que no han leído ni a Shakespeare ni a José Hernández. ¿Qué encontrás en el trabajo con este tipo de frases y cómo resuenan en la novela?

-Yo creo en la apropiación popular y te diría, incluso, que antes que Shakespeare y sus colaboradores hayan acuñado esa frase la idea de que algo huele a podrido ya estaba; seguramente Shakespeare se la sacó a alguien más. Hay una frase que a mí me encanta de Lady Macbeth: “tengo el alma llena de escorpiones”. Cada vez que la escucho digo: ¿Quién no tiene el alma llena de escorpiones? También en la novela está el comienzo de Ana Karenina varias veces: “Todas las familias felices se parecen, pero cada familia infeliz lo es a su manera”; y se va cambiando y diciendo que todas las películas felices se parecen y los países y los chanchos también.

-¿Una parte de la escritura de la novela hoy pasa por reversionar las frases, el material cultural circulante?

-Sí, el material cultural y popular, pero también reversionarse a sí misma, tanto en términos argumentales como en términos poéticos. A lo largo de esta novela hay otras novelas. Estas mismas palabras, estas mismas frases, ¿cómo van cobrando un sentido distinto a medida que se desenvuelven? Por ejemplo la palabra cerdo, la palabra chancho; hay muchas citas y al mismo tiempo se va reversionando o citando otras novela, como El desierto y su semilla, de Jorge Barón Biza, la novela más ácida de la literatura argentina del siglo XX.

-¿Por qué en la novela se afirma que la familia es el problema?

-Hoy a la mañana me desperté y me pregunté: ¿Por qué tengo que hacerme cargo tanto de la historia familiar? ¿Por qué cuando uno incluso toma distancia hay un reclamo de que estoy tomando distancia y yo debería estar cumpliendo con esta palabra mágica y tremenda que es sanar? ¿Sanar qué? ¿Qué otra cosa podría sanar que el presente? Al mismo tiempo yo tengo dos hijos jóvenes que me adoran y me han iluminado tanto en la escritura como puesto en conflicto fuertemente. La familia es un lindo problema que me lleva a preguntarme qué hago yo en este mundo. Tanto la familia que traemos como la que proyectamos son el problema porque es el caldo emocional, cultural y de lenguaje. Nadie escapa a la familia mientras esté vivo porque estar vivo es estar en relación con esa familia. Pero la familia es el padre, la madre, los hermanos y hermanas; pero familia también son los amigos; el lenguaje y la cultura. La familia es un problema que no tengo resuelto.

-En una de las entradas del diario, el narrador dice que no va a escribir más sobre la madre y sin embargo sigue hablando de la madre, ¿no?

-En la novela aparece la madre que no conocí, que es esa actriz que iba a interpretar a mi madre y es una madre ideal porque es benévola, calma, predecible; todo lo opuesto a la madre real. La actriz se enferma y se va. Eso por un lado. Efectivamente dice “no voy a hablar más de mi madre, salvo en sueños”. En sueños tal vez sí porque en el inconsciente es donde está alojado ese germen familiar interminable y maravilloso.

-¿Cómo fue tu relación con el dibujo, la pintura y la escritura?

-De niño recuerdo mucho un momento muy lindo y creativo de mi madre en sus talleres. Después me fui alejando de ese mundo. Yo aliento a la gente que escribe a que hagan otras cosas. Si no podés escribir, no escribas; hay mucho para hacer. Hay muchas maneras de convocar ese mundo, ese universo que traés y tenés: caminar, dormir, hacer el amor, mirar el cielo, dibujar. Entonces en el 2020 empecé un taller con una artista, Viviana Blanco, y trabajé mucho la escritura asémica, un poco en la línea de Mirtha Dermisache (1940-2012). En un momento tuve una frustración tremenda que tuvo con ver con la edición de Pequeña flor en hebreo. ¿Quién quería Pequeña Flor en hebreo? Nadie. No le interesaba a nadie, salvo a mi padre, porque era un hombre de tradición judía que había tenido un abuelo rabino. Ese libro no me llegaba porque por la pandemia el editor no pudo mandámelo. Mi padre murió hace dos años y yo nunca llegué a darle el libro publicado en hebreo. Y me agarró una bronca… Entonces insistí una vez más. Y finalmente me llegaron esas cajas con los libros en hebreo de Pequeña flor. Como en un acto de magia, empecé a deshojarlos todos y entonces me vino una de las preguntas que tiene cualquier persona que dibuja o que hace arte, ¿cuál es el soporte sobre el cual puedo trabajar? La tela, el papel, el vidrio, el piso, mi cuerpo, el cartón, la basura, los libros que publiqué, por ejemplo; entonces los intervine con tinta.

En 2014 lo llamó su editora en Random House, Glenda Vieytes, para avisarle que había 600 ejemplares de su segunda novela, Estocolmo, que serían triturados. “Sacaron 3.000 ejemplares de la novela pensando que yo iba a ser no sé quién; era la segunda novela después de Opendoor y tenían una esperanza comercial infundadísima en mí, yo también la tenía, mi familia también”, recuerda y suelta una carcajada ligera de equipaje, como si se hubiera desprendido, en el camino, de esas expectativas. “Me mandaron un mail para avisarme que los iban a destruir y que por contrato me los cobraban al 20 por ciento. De los 600 le pedí que me mandaran 400 libros, imaginate, y los fui regalando todos estos años, pero nunca pude regalar tantos. El año pasado me acordé que en el placard, después de mudanzas y mudanzas, tenía esos muertos, que eran como 200, y los empecé a intervenir con comida, con vidrio, con pintura o echándolos al lavarropas”.

-¿Siempre intervenís sólo tus libros?

-Sí, siempre las novelas que publiqué en español y en otros idiomas (inglés, francés, italiano, croata, hebreo y turco)… Hace 20 años que tengo talleres de escritura y alumnos a los que quiero, inspiro y me inspiran. Todos deseamos publicar las cosas que escribimos en vida porque no somos eternos. Pero al mismo tiempo, la relación que tengo con lo perecedero de un formato como el libro cambia cuando lo intervengo: esto que es un libro ahora se convirtió en un fósil de papel. Para mí fue muy liberador ver de qué manera ese mundo entra en mí nuevamente, más allá de una reseña, más allá de que alguien lo llegue a editar. Lo peor que le puede pasar a un escritor es publicar todo lo que escribe; sería una tragedia fenomenal (risas).

¿“Buuuh!” marca tu regreso a la editorial Entropía?

-Sí, y eso también me lo regaló la pandemia, poder concentrarme y volver al artesanato, a jugar con este formato de los 1.590 capítulos, pero también a entrar en el detalle. Ese modo de trabajar, ese ida y vuelta, lo busqué. Me gustó escuchar las devoluciones de Gonzalo (Castro) y Sebastián (Martínez Daniell), mis editores en Entropía, que también son escritores, y poder ir a fondo con algunos cuestionamientos y recular en otros. La novela la mandé a Random porque les debía un libro y me dijeron que era “demasiado poética”. Qué terrible que te digan eso, ¿no? (risas).

El goce de leer en voz alta

 

En 2022, durante una de las jornadas del Festival Internacional de Literatura Filba, Iosi Havilio leyó los 1590 capítulos de la novela Buuuh!, entonces inédita, durante siete horas y media en el Centro Cultural Recoleta. “La experiencia fue muy hermosa”, la define el escritor y aclara que nadie escuchó de corrido la lectura; algunas estoicas y estoicos permanecieron unas tres o cuatro horas. “La gente entraba y salía todo el tiempo. La cuestión es que yo prestaba mi voz y mi cuerpo a todas esas voces que hay en la novela, Mark, Virgo, Gema, Johnny…; en publicar no hay una misión, en prestar la voz e interpretar voces sí. Yo leo lo que escribo en voz alta y gozo de ese retumbar, que es el momento en que deja de ser físicamente tuyo el texto porque vibra en el aire. La voz en eso es mágica, es algo que uno produce y en el momento que la producís ya no es tuya”, concluye Havilio.

*Sobre el arte de la novela puede verse en el Centro Cultural Borges hasta del 18 de febrero, de miércoles a domingos de 14 a 20. Entrada libre y gratuita.

 

*Buuuh! se presentará el miércoles 6 de diciembre a las 19 horas en Rodney Bar (Rodney esquina Newbery).



Fuente Pagina12