Por G. V.
El taxi amarillo baja desde un cerro por una avenida de doble mano que, de pronto, lo sorprende en un embotellamiento. Es imposible zafar. La ventanilla trasera derecha está ligeramente baja, pero con suficiente espacio para que pase una mano. Hace calor, un calor espeso como la situación que sobrevendrá.
La mano inesperada atrapará el teléfono celular del enviado de Página/12, una mano y dos piernas que huirán por una callecita perdida del bulevard 24 de mayo. “Escapó por ahí”, “Se fue por allá”, gritan un par de voces solidarias que atinan a indicar un camino de futuro incierto y a 2.850 metros de altura, donde el caco ya sacó una enorme ventaja.
Solo se alcanza a ver una manga cuadrillé, como de una campera. Valiosa información y contactos que no se recuperarán hasta regresar a Buenos Aires. Un par de horas más tarde, una mujer morena, joven, de dientes color marfil, escucha el testimonio de este damnificado y agrega: “este año ya me robaron cuatro veces un celular. Dos en el bus, una a mano armada y otra aquí en el shoping”. Una verdadera pesadilla quiteña.