“Yo ya tuve mi tiempo y no lo supe aprovechar. Futuro mío, ya no tengo. Mi futuro son mis hijos, el mío ya pasó”, dice Bruno (19), uno de los jóvenes entrevistados para el estudio “La narrativa rota del ascenso social”, presentado la semana pasada por Fundar y Cias.

Con entrevistas en profundidad, la investigación analiza las expectativas que tienen hoy los jóvenes de los barrios populares en el AMBA y qué pasó con aquella tradicional narrativa argentina del ascenso social conseguida con el esfuerzo en el estudio y el trabajo.

Lo que encontraron preocupa. Los testimonios muestran que aquella tradicional narrativa está muy debilitada.

El 40% de los encuestados sigue hablando de un posible ascenso social, pero expresa serias dudas de lograrlo. Hay un 20% que redujo las expectativas al mínimo. Y otro 40% que ya las abandonó. Piensan que no tienen futuro y viven instalados en el presente. Como Bruno.

El trabajo tiene un capítulo especial sobre la experiencia escolar, uno de los factores más importantes que ayudan a entender el panorama. Los otros capítulos son las dinámicas familiares y barriales.

En el caso de la escuela, lo más inquietante es que aparece como una oportunidad perdida. El trabajo muestra que los jóvenes de los barrios populares la valoran, reconocen su importancia para un proyecto personal -6 de cada 10 quisiera seguir estudios terciarios o universitarios-; sin embargo, la experiencia que tienen (o tuvieron) en la escuela es mala, frustrante.

La mayoría de esos jóvenes la ven como una institución desbordada y con una propuesta lejana a sus intereses. La cuentan como un lugar vacío y/o violento, en el que muchas veces faltan los docentes o las clases se suspenden por paros, jornadas docentes o problemas estructurales.

Ellos también faltan, pero ni siquiera lo perciben. Un joven afirma no haber dejado la escuela, pero reconoce que “este año todavía no fui”. Otra, de 24 años, dice: “Nunca dejé el colegio, pero nunca terminé. Repetí todos los grados. No, no me gustaba mucho estudiar. Mi mamá me llevaba todos los días. Pero yo no hacía nada. No me interesaba”. Y otra afirma que nunca dejó, “simplemente no volví después de la pandemia”.

Un país desarrollado solo será posible con una población que también crezca y se desarrolle. Y difícilmente ese país encuentre un futuro, cuando el común denominador de los jóvenes es el pensamiento de que “yo ya no tengo futuro”.

La escuela al menos es una institución que esos jóvenes siguen valorando. Pero no alcanza con que la valoren en forma abstracta. Para que la mayoría de los jóvenes recuperen la idea de un futuro posible, la escuela tendría que poder acercar oportunidades reales, con contenidos y metodologías que los motiven y los preparen para un mundo cambiante.



Fuente Clarin.com

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