La ficha técnica dice que este auto, un BMW M5 Touring, tiene dos motores, un V8 y uno eléctrico, y que entre los dos logran una potencia de 727 caballos de fuerza y 1.000 Nm de torque. Esto se traduce en que apenas el piloto pisa el acelerador a fondo, la espalda y todo el cuerpo se pegan al asiento y no hay chance de moverse.
Durante el último Gran Premio de la República Argentina de MotoGP, Clarín tuvo la oportunidad de dar una vuelta a bordo del auto que lidera la flota de vehículos de seguridad de la máxima categoría del motociclismo mundial.
Caminamos por el paddock del Circuito Internacional de Termas de Río Hondo, cruzamos la calle de boxes y entramos a la pista. Ploteado de negro, azul, blanco y rojo, con balizas led azules y rojas, dos BMW M5 MotoGP Safety Car nos esperan sobre la grilla. Uno es sedán y el otro rural (touring). Nosotros nos subimos a este último.
El piloto es Alfredo Saldón (36), un español que empezó a correr en karting a los 7 años y ya hace nueve temporadas que conduce los autos de seguridad para Dorna, la empresa que organiza el MotoGP.
Nos sentamos en la butaca del acompañante para que acto seguido un asistente nos ayude a abrocharnos y ajustar el cinturón de seguridad de cinco puntos. En la plaza trasera van otros dos periodistas.
Del interior se destaca el diseño moderno y minimalista. El tablero consiste en una pantalla que se extiende hasta el centro de la plancha frontal. A la izquierda, frente al conductor, los datos de conducción y en el centro, la información sobre el estado del auto en general y el control de todas las funciones.

Se cierra la puerta del BMW M5 y Alfredo nos dice con su acento español: “Agárrate porque la primera curva es fuerte”.
El piloto pisa el pedal a fondo, sentimos la fuerza de la aceleración y lo primero que nos llama la atención es que durante los primeros segundos no escuchamos nada. Acostumbrados a los motores 100% de combustión que se sienten rugir apenas son exigidos, este híbrido nos hace notar su lado eléctrico de arranque. Claro que el otro, el V8 naftero, enseguida aparece con un sonido que para los que nos gustan los fierros es una sinfonía.
En menos de 4 segundos superamos los 100 km/h sobre la recta principal del circuito. Hay que decirlo: este asfalto es un billar.

Llega la primera curva a la derecha, frenamos notablemente en muy pocos metros y la caja automática acompaña con un par de rebajes. La curva es muy pronunciada y la fuerza G se siente en el cuerpo. Automática e instintivamente tenemos ese reflejo de novato de hacer fuerza con los pies para aguantar la embestida. No terminamos de doblar que el piloto ya empieza a acelerar otra vez, las marchas van en aumento y nos alineamos para encarar el próximo giro, a la izquierda.
Otra vez rebajes, doblamos y enseguida viene otra curva, a la derecha; ya más exigidos por el trazado agarramos los pianitos. La experiencia es completa y eso que todavía no vino la mejor parte.
Salimos de la curva y vemos un punto de fuga gris. Alfredo pisa el acelerador a fondo y encara la recta principal de Termas. Llegamos a los 250 km/h de máxima (limitada electrónicamente) y la adrenalina aumenta cuando vemos que se nos viene una curva cerrada a la derecha. Ahora es donde los frenos son probados al máximo. Es increíble como esta máquina de pura potencia y torque, más pesada que cualquier auto de carreras, no tiene ninguna dificultad para bajar la velocidad y acomodarse para agarrar otra de las curvas más exigentes del trazado.

Siempre con las dos manos en el volante “a las 10 y 10”, el piloto dobla y se cierra de izquierda a derecha sobre el giro, tocando los pianitos con las dos ruedas derechas. Como en esta y todas las curvas que ponen a prueba las muñecas, se sienten los chillidos de las cubiertas, otra pauta de que vamos al límite.
Aceleramos otra vez y la próxima curva es suave a la izquierda. ¿La velocidad? 200 km/h, apunta Alfredo.
Para encarar la curva nueve, a la izquierda, cruzamos toda la pista acelerando y la diez es a la derecha, donde sí o sí hay que pasar por arriba de los pianitos para no perder tanta velocidad. El relieve se siente pero el coche nunca pierde la pisada, o al menos no se siente.

La última parte del circuito nos regala otra acelerada a fondo más, con ese rugido grave, a máximas revoluciones marcadas por la eficiente y precisa caja de cambios de ocho velocidades. A destacar: la insonorización del habitáculo. El motor se escucha porque se lo exige y el sonido nunca llega a convertirse en un ruido molesto.
Enseguida viene la parte trabada antes de la recta principal, donde este M5 vuelve a lucirse con su estabilidad para doblar la última curva. Los metros finales son reduciendo la velocidad, para detenernos sobre la meta.
¿El tiempo de vuelta? Dos minutos y 14 segundos. Nada mal teniendo en cuenta que arrancamos la vuelta acelerando de 0, la completamos frenando de nuevo a 0 y arriba del BMW M5 Touring íbamos cuatro personas. El año pasado, la pole de TC2000 fue con un tiempo de 1:48.466.

Con el auto parado, llega la peor parte: bajarnos. La adrenalina todavía recorre el cuerpo y nos da la certeza de haber vivido una experiencia espectacular.