En mi “eterna” trayectoria por este oficio incomparable llamado periodismo, como dijo alguna vez Gabriel García Márquez (con perdón por la cita irreverente), “el mejor del mundo”, transité relaciones con personajes de las más variadas características. Especialmente en los tiempos de la “gráfica”, la verdadera raíz de esta profesión. Y en mi condición de enviado especial de Clarín, por el mundo entero, especialmente. La historia con uno de ellos, Víctor Emilio Galíndez, boxeador, guapo, atrevido, desfachatado, poco afecto a los entrenamientos, comenzó en Buenos Aires, claro.

Cuando llegaba a los entrenamientos en el Luna Park con su Fiat 600 tapizado con “piel de tigre” y escape libre. Era un loco por los autos, por las motos, por las gaseosas y por las ostentaciones.

Le costó ganarse la confianza de Tito Lectoure, el mandamás del mítico estadio de la calle Bouchard. Porque éste era un tipo serio, parco, exigente…

Sin embargo, le terminó tomando cariño, por los espectáculos que provocaba arriba del ring en la categoría de los medio pesados, a pura guapeza. Y hasta consiguió algo inédito hasta entonces: que disputara un título mundial vacante (de la AMB) en el mismísimo Luna Park. El rival era un estadounidense, Len Hutchins.

Galíndez había tenido un accidente de motos unos días antes que le dañó seriamente un tobillo y la pelea iba a suspenderse. El propio Tito -a su pesar- lo había pedido.

Pero fueron tantos los ruegos del boxeador que se realizó. Y ganó por nocaut técnico (abandono) en el asalto 13, -en ese tiempo eran a 15- después de haberle propinado una paliza. Esto fue hace 50 años, el 7 de diciembre de 1974. Y ahí comenzó su gran historia.

No es este el lugar para contarla. Sólo dos anécdotas. No fumaba ni tomaba alcohol. Pero era tan voraz que dar el peso de la categoría parecía un suplicio.

En 1978, la noche anterior a la revancha con Mike Rossman en Nueva Orleans, su técnico Rodríguez durmió sentado en una silla frente a la puerta del baño para que no entrara a tomar agua.

Otra vez, en Roma -enfrentaba al mexicano Yaqui Lopez, en 1977, llegó con 8 kilos de exceso. Un día antes salió a escondidas con su PF Carlos Cañete, a las 11 de la noche, para correr y tratar de bajar un par de kilos. Pero paró en una estación de Servicio y se tomó un litro de agua de una manguera…

Antes del pesaje estuvo una hora junto a la caldera del hotel. Claro, también ganó esta pelea.

Tuvo 21 autos y 3 motos y ganó más de 1.600.000 dólares (de esa época).

Por una lesión en las retinas dejó el boxeo a los 31 años.

Quiso ser piloto de Turismo Carretera. En su primer intento, como acompañante de Antonio Lizeviche, en 25 de Mayo, tras abandonar fueron arrollados ambos por el auto de Marcial Feijoo.

El 16 de noviembre de 1980, una semana antes de cumplir los 32.



Fuente Clarin.com

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