Un diario, un conjunto de crónicas de viaje, una historia clínica, una bitácora de archivo. Por el tono íntimo de su narrador, por la constante enumeración de dolencias que lo aquejan, por la descripción (más o menos sucinta, depende el caso) de sus búsquedas de investigador y por la presencia del paisaje urbano y bucólico del país germánico, Anacronías Alemanas (Paripébooks) es, de a páginas, todas esas cosas. El primer libro del editor y productor teatral argentino Patricio Binaghi es también la confesión (detallada) de la compulsión de un coleccionista por su objeto fetiche. Y el libro que su autor decidió escribir para no hablar, hablando, del duelo.

El libro arranca en Düsseldorf en 2021 y sigue al narrador en sus viajes por diversas ciudades alemanas entre ese año y el 2024. Educado en un colegio alemán del conurbano bonaerense, Binaghi vivió, años después, en aquel país que lo extraña y fascina en dosis similares. Ya enraizado laboral y afectivamente en Madrid, vuelve una y otra vez, por diversos motivos, a las tierras donde transcurrió parte de su vida y varios de los sucesos más movilizantes de la historia mundial del siglo XX.

Organizado por años y ciudades, por los capítulos del libro se filtra tanto la historia como la coyuntura más inmediata. Entre las cavilaciones del narrador y una galería acotada de personajes que lo escoltan (sin crecer nunca demasiado) desfilan la pandemia de covid y los protocolos de cuidado (muchas veces muy absurdos) impuestos por los diferentes gobiernos; el avance de las juventudes neonazis en ciudades que alguna vez fueron punta de lanza de la resistencia; los cambios de gobierno en Argentina; las guerras en Gaza y en Ucrania; la temperatura; los gay parade. Contra eso se recorta un hecho de otro orden y otra jerarquía: la pérdida de madre y padre, ocurrida para Binaghi en un breve lapso de tiempo, y a la distancia.

Anacronías alemanas entonces tiene, inevitablemente, involuntariamente o no, el tono abúlico de esa pérdida desgarradora. De a ratos, los párrafos se convierten en una acumulación de episodios sin mucho sentido, en la morosa descripción de actividades, encuentros, búsqueda de materiales bibliográficos que podrían presentarse como atractivos, pero que el lector apenas araña, porque el narrador y su desgano se lo sustrae de los ojos.

Sumergido en esa distancia del mundo que el duelo impone, Binaghi intenta dar cuenta de la pasión fetichista que lo abraza. Cada excursión a una ciudad alemana se traduce entonces a visitas a anticuarios y mercados de pulgas donde a veces busca y a veces encuentra publicaciones heteróclitas. Las descripciones, casi siempre meticulosas, no son suficientes. Tomará prácticamente todo el libro darse cuenta realmente de qué busca, cuál es su verdadero objeto de deseo. “Me asalta la fantasía de volver a vivir en Alemania”, se lee en uno de los primeros capítulos. A confesión de parte, relevo de pruebas.

Si lo leemos como un diario de viaje, Anacronías alemanas puede ser un libro disfrutable. Hay notables detalles sobre la espesura de la Selva Negra, sobre el espíritu de Düsseldorf, sobre la historia de Colonia y la sordidez de Hamburgo. Y un recorrido en bicicleta por una Berlín “plana” que, quien haya visitado esa ciudad deslumbrante, podrá seguir de memoria con mucho entusiasmo y poco esfuerzo.

A lo largo del libro el autor construye también una imagen de Alemania que es original y provocadora: burócrata, impuntual y analógica, se corre de la idea de precisión y orden que desde este sur recóndito solemos construir. La apatía de sus habitantes (que está lejos de ser descortés o desamorada pero que, a un temperamento acalorado como el nuestro, siempre desconcierta) es otro de los aspectos que Binaghi esculpe, a través de una colección de anécdotas banales desparramadas por las páginas.

Pero hay una niebla que no termina de disiparse en la lectura. Un dolor que no drena y se traba en el centro del libro. Entonces las copias vintage de los fotógrafos que trabajaron en los años 20, las novelas de Thomas Mann en primeras ediciones, el hallazgo fortuito de una postal enviada por Hermann Hesse en una feria, las ponencias sobre la biblioteca de Borges o sobre Victoria Ocampo, se convierten en un mero ruido, un rumiar prolijo y ordenado, pero que no dice demasiado.

La construcción de un personaje de diseño al que no le faltan ni amantes, ni síntomas, ni buenas líneas de investigación. Pero cuyo corazón salvaje (tan necesario, también, para sostener un relato, una pulsión y un espíritu fetichista) ha dejado enterrado en el fondo de ese geist germano. Ese que, con una indiferencia que lo deja absorto, le ha ofrecido un cobijo inusitado.



Fuente Clarin.com

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