Hay libros que llegan a nuestras manos una tarde de invierno cualquiera, y por medio de un whatsapp apurado.
-¿Leíste este?, escribe mi hijo debajo de una foto donde se ve la tapa de una novela en primer plano, y una larga mesa de saldos detrás. Aclara, como si hiciera falta, que está en una librería de usados y que conteste rápido porque el frío le golpea los talones.
-Compralo- respondo sin pensar mucho.
El ejemplar llega a casa media hora después, algo baqueteado, pero entero. En la primera página se deja ver el precio en lápiz negro: 11 mil. ¿Por cuántas manos habrá pasado ya “La amante de Bolzano”?
La novela del escritor húngaro Sándor Márai despide ese reconfortante olor de los libros viejos. ¿Existe un término que defina el placer que produce ese aroma? ¿Lo deberíamos llamar olor a libros usados o a libros leídos?
Como sea, ese particular perfume se llama “bibliosmia”, una especie de deliciosa mezcla de matices dulces y terrosos. En el caso de los libros de Márai, además, hay que hablar del manjar de la gran literatura. Son textos difíciles de soltar una vez que uno se sumerge en sus largos monólogos o diálogos piscológicos elaborados en base a personajes que cautivan y seducen. Como el Casanova que le da cuerpo y alma a “La amante de Bolzano”, novela publicada en 1940.
Existen cerca de veinte películas sobre el legendario amante de Venecia. También hay varios libros y hasta una ópera de Mozart inspirada en Casanova. Pero nadie lo ha retratado mejor que Márai en dos palabras:
Solo eso dice una mujer cuando sus amigas le piden que cuente qué ha visto a través de la cerradura de la puerta de un hotel. Al principio, no entiende ella por qué ese forastero recién llegado a Bolzano tiene tanta fama entre las mujeres: le parece feo, de corta estatura y barrigón. Y sin embargo….
-¡Un hombre!, confirma otra mujer al inclinarse más tarde sobre la misma cerradura.
-¡Sí, un hombre!, dicen luego las otras vecinas al verlo con sus propios ojos.
“¿Será un fenómeno tan raro ver a un hombre?”, se pregunta Márai. Y el narrador se explaya con un monólogo que justifica la lectura de las 281 páginas de la novela:
“Las mujeres de Bolzano comprendieron que un hombre de verdad no necesita demostrar nada con palabras altisonantes ni con su espada, no necesita cantar como un gallo, no busca ni a una madre ni a una amiga en las mujeres (…) únicamente desea dar y recibir, sin prisas, sin ansiedad, porque ha entregado toda su vida, todas sus energías, todas las luces de su mente y todos los músculos de su cuerpo a la atracción de la vida misma: ese tipo de hombre es un fenómeno verdaderamente rarísimo. (…) Hay también hombres guapos que no se preocupan por las mujeres sino por su propio atractivo y sus propios éxitos. En algunas ocasiones, raras ocasiones, aparece un hombre de verdad, como había aparecido allí”. En Bolzano. O en una mesa de saldos de la avenida Corrientes.