De todos los monumentos que posan sobre la Tierra, las Pirámides son sin dudas las que más incógnitas generan a su alrededor. Construidas aproximadamente a partir de 2630–2610 antes de Cristo, los misterios sobre su edificación aún son objeto de estudio. Y un estudio reciente pone en tela de juicio todo lo que se creía saber sobre ellas.
Teorías alienígenas, especulaciones sobre tecnología avanzada, tesoros escondidos, una civilización extinta. Ese tipo de historias y más rodean a las pirámides. Incluso Isaac Newton creía que en ellas se encontraba la clave sobre el fin del mundo.
Pero no. De acuerdo con los científicos, las pirámides eran construidas a base de mano de obra esclava y grandes ambiciones de los faraones. Los textos escritos en el interior de sus muros explican su objetivo: tumbas extravagantes.
Los faraones creían que al morir las pirámides conservarían su esencia. De esta forma, al conservar su cadáver en tumbas profundas, luego podrían renacer y ser enviados al cielo, para vivir como estrellas en el firmemente junto con otros dioses.
Así, las más reconocidas son las pirámides de Keops, Kefrén y Micerino levantadas en la llanura de Guiza, por orden de estos faraones, siendo La Gran Pirámide de Guiza la más alta realizada y que se observan a las afueras de la capital de El Cairo, Egipto.
Sin embargo, el descubrimiento de un esqueleto en Tombos, Sudán del Sur, echaría por tierra la creencia de que las pirámides eran pura y exclusivamente para los faraones.
Según una investigación realizada por un grupo de arqueólogos de la Universidad de Leiden, Países Bajos, los restos de una persona “extremadamente activa” indicaría que ciudadanos de bajo estatus social también eran enterrados en las pirámides.
“Creo que por mucho tiempo dimos por hecho que las pirámides eran solo para los ricos”, declaró la autora del estudio, Sara Schrader, según New Scientist. La investigadora trabajó más de una década en las excavaciones de Tombos, donde junto a su grupo encontró cinco pirámides de adobe con cerámicos y restos humanos.
Para determinar el nivel de actividad física, los investigadores analizaron los restos humanos, en particular, las marcas sutiles de los huesos que se unían a músculos, tendones y ligamentos.
De esta forma notaron que algunos restos correspondían a personas con un alto grado de actividad física durante su vida, mientras que otros no demostraron tanta actividad.
Esto sugiere que “las tumbas piramidales, antaño consideradas el lugar de descanso final de la élite, podrían haber incluido también a personal de bajo estatus y alto nivel laboral”.
“Si estas personas trabajadoras pertenecían a un nivel socioeconómico inferior, esto contradice la creencia tradicional de que la élite estaba enterrada exclusivamente en tumbas monumentales”, explicaron los investigadores.
Para el egiptólogo británico Aidan Dodson el correlato entre actividad física y estatus social es dudoso y explica que algunos individuos podrían ser nobles que hacían ejercicio para mantener su estatus.
Sin embargo, Schrader consideró sospechosa esta explicación, dadas las abundantes pruebas procedentes de otros yacimientos que indican que las élites y los no nobles tenían patrones de actividad diferentes.
“Con continuas excavaciones, dataciones y análisis biomoleculares, las interpretaciones de la experiencia vivida en el pasado pueden alterarse por completo”, completaron.