Trump está avanzando a pasos agigantados hacia un lugar muy malo para la democracia. En el último mes radicalizó sus frentes. En el frente externo intensificó y, por ahora, zafó de la posibilidad de participar como actor principal en una guerra de imprevisibles consecuencias en Medio Oriente.

A esto se debe sumar también la imprevisibilidad de su política económica, en particular la guerra de tarifas basada en un mercantilismo de escasa calidad intelectual, las mentiras sobre los números desempleo y la “hermosa” ley de Trump aprobada en tiempo récord y que augura tiempos de mayor desigualdad económica y déficit gigantesco.

A esto se suma un incremento récord del presupuesto del ICE (Servicio de Inmigración y Control de Aduanas) y su capacidad carcelaria (170 billones de dólares), cuyos encapuchados vestidos de soldados de elite y armados hasta los dientes, arrestan inmigrantes indocumentados, y también ciudadanos, en colegios, lugares de trabajo y fueros judiciales.

A esto se agregan actos de confusión entre lo público y lo privado que afectan la fortuna del clan familiar de Trump. Comparados con la corrupción en América Latina, los números son extravagantes. En los primeros tres meses de su presidencia, Trump incrementó su fortuna personal en 3 billones de dólares a través de dudosas ventas de criptomonedas e inversiones de fondos estatales de Medio Oriente en la empresa familiar.

En cualquier otro país, cuando un presidente gana aun menos que mil millones de dólares por mes, la palabra corrupción forma parte del análisis permanente, pero Trump ha participado de actos de promoción de estos negocios y muchos aceptan la explicación oficial: que lo hace en su tiempo libre y que aprovechar la posición en la Casa Blanca para generar riqueza no es un problema.

Todas estas situaciones de la glorificación de la violencia y la guerra a la corrupción y el descalabro de la previsibilidad económica están relacionadas y, más aun, el último frente abierto por Trump en el frente interno representan una escalada contra la democracia.

De todas estas crisis, lo que hace a Trump una rara avis entre los presidentes de Estados Unidos no es el beneficio económico y la crisis económica sino su voluntad monárquica o autocrática, que contradice la esencia de las normas constitucionales tal como estas habían sido entendidas en el pasado lejano y reciente.

Para decirlo de un modo más claro: la sensación entre muchos observadores y analistas de la política de Estados Unidos es que Trump está aumentando su tendencia al fascismo. Me sumo a esta estimación como historiador del fascismo propiamente dicho. En los últimos tiempos, Trump intensificado aún más su combinación de política y guerra mediante la clásica práctica autoritaria de la militarización de la política.

También hemos presenciado una escalada de la represión en California, combinada al más alto nivel con una abierta glorificación ideológica de la violencia contra la oposición (pensemos en el presidente de la Cámara de Representantes expresando su deseo de desprestigiar al gobernador Gavin Newsom a través de un linchamiento público más típico del Far West de leyenda que de los países serios. El jefe del Congreso sugirió embadurnar en alquitrán y luego emplumar al gobernador del estado más importante del país.

La inauguración de una cárcel para inmigrantes en los pantanos de la Florida, Alligator Alcatraz o “el Alcatraz de los caimanes”, cuyo concepto, según el mismo Trump, es que los animales se coman a los prófugos, es un ejemplo más de la glorificación de la violencia extra-legal en una sociedad que pierde su modernismo.

El así llamado “desfile de Trump” debe ser pensando también en el contexto de la crisis y posible colapso de la democracia del país. El “desfile” fue un ejemplo de culto autoritario al líder. En el contexto de la polarización y la demonización extrema de otros, en los últimos tiempos también se presenciaron los asesinatos políticos “en solitario” ocurridos en Michigan. No se sabe mucho sobre las motivaciones del asesino, pero las respuestas del movimiento MAGA/Trumpismo fueron realmente preocupantes.

En un país normal, no habría habido un desfile de cumpleaños presentado como aniversario militar, pero, en cualquier caso, en este país el desfile debería haberse cancelado dada la gravedad de estos acontecimientos. El desfile fue un fracaso en cuanto a asistencia, pero con él, Trump intentó intensificar la ecuación entre su persona y el Estado, en este caso con el Ejército. Un efecto importante fue la respuesta masiva de protestas pacíficas “antimonárquicas” que claramente demostraron que Trump está actuando en contra de los valores democráticos de este país.

Los historiadores no somos adivinos pero basándome en la evidencia de los fascismos pasados y presentes, creo que veremos una aun mayor escalada en todos los frentes que aspiran al fascismo: violencia y militarización, más demonización y represión, propaganda y ataques al periodismo independiente y a la injerencia del poder judicial y otras instituciones estatales, y a la democracia como tal. Esperemos que también veamos más resistencia pacífica contra estos intentos de destruir la democracia estadounidense.

Federico Finchelstein es historiador. Profesor de la New School for Social Research, Nueva York. Su último libro es “Aspirantes a fascistas. Una guía para entender la principal amenaza a la democracia” (Penguin-Taurus, 2025).



Fuente Clarin.com

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